Había una vez, en un lugar mágico y lleno de colores, un vasto y hermoso mundo que brillaba gracias al amor de Dios. Este mundo estaba lleno de árboles altos, flores de mil colores y ríos que fluían cantando melodías alegres. En este lugar vivía también la Naturaleza, una dulce y cariñosa criatura que cuidaba de todo lo que crecía y se movía.
Dios miraba desde lo alto, lleno de alegría al ver cómo la Naturaleza daba vida a todo lo que tocaba. “¡Qué hermoso es mi mundo!” decía con una sonrisa. La Naturaleza, con su risa suave, respondía: “Sí, Señor. Cada uno de mis árboles, cada una de mis flores, es un regalo de amor que tú me has dado. Juntos, formamos un lugar de felicidad”. Y así comenzaba su día, trabajando juntos en perfecta armonía.
Un día, mientras Dios y la Naturaleza conversaban sobre la belleza de su creación, apareció un pequeño pájaro que volaba con gracia. Este pájaro tenía plumas brillantes que relucían como joyas bajo el sol. Cuando llegó, se posó en la rama de un árbol y saludó a Dios y a la Naturaleza con un piar alegre. “Hola, amigos. Me llamo Pío y no puedo dejar de maravillarme por la belleza de este mundo”.
Dios sonrió al ver al pequeño pájaro. “Bienvenido, Pío. ¿Te gustaría ser parte de este lugar mágico y ayudar a la Naturaleza a cuidar de todo lo que crece aquí?” Pío movió su pequeño pico emocionado y dijo: “¡Sí, por favor! Siempre he querido contribuir en algo grande”.
La Naturaleza estaba encantada con la idea: “Pío, tú puedes ser mis ojos en el cielo. Desde las alturas podrás ver si hay algún sitio que necesita atención, si alguna flor necesita agua o si algún árbol está triste”. Pío, emocionado, aleteó y contestó: “¡Voy a hacer un gran trabajo!”
Así, Pío comenzó a volar por los campos, visitando cada esquina de aquel lugar resplandeciente. Cada vez que veía que una flor necesitaba un poco de agua, bajaba rápidamente a contarle a la Naturaleza. Esta, a su vez, hacía que la lluvia suave cayera en el lugar correcto, haciéndose cargo con amor. Cuando alguna hoja se secaba, Pío también lo decía, y la Naturaleza enviaba un poco de sol brillante para reanimarla.
Con el tiempo, los tres se hicieron muy buenos amigos. Dios, la Naturaleza y Pío compartieron muchos momentos juntos, riendo y cuidando del mundo que tenían. Sin embargo, un día, mientras volaba alto en el cielo azul, Pío se dio cuenta de que algo faltaba. Miró hacia las montañas y vio que en un rincón, una pequeña ardilla estaba luchando por encontrar comida.
Desesperado, Pío voló rápidamente hacia donde estaba la ardilla y la encontró muy triste. “¿Por qué lloras, pequeña ardilla?” le preguntó Pío. “No puedo encontrar suficientes nueces para alimentar a mi familia. La tormenta de ayer las hizo desaparecer”, respondió la ardilla con lágrimas en los ojos.
Pío se sintió mal y decidió que debía ayudarla. Alzó su vuelo y volvió rápidamente a donde estaban Dios y la Naturaleza. “Señor, querida Naturaleza, hay una ardilla que necesita nuestra ayuda. Ha perdido su comida y no sabe cómo alimentarse”. Dios miró a la Naturaleza y asintió: “Pío, vamos a ayudar a esa pequeña ardilla”.
Así, la Naturaleza hizo que el sol brillara con fuerza y todo floreciera en el bosque, haciendo que nuevas nueces crecieran en los árboles. Con su poder, hizo que el aire se llenara del aroma delicioso de las nueces frescas.
Pío llevó a la ardilla a un árbol que estaba rebosante de nueces y le dijo: “¡Mira, aquí hay suficiente comida para ti y tu familia!” La ardilla miró asombrada y sus ojos se iluminaron de alegría. “¡Oh, gracias, gracias, gracias!”, exclamó mientras subía al árbol y comenzaba a recoger las nueces.
Dios y la Naturaleza observaron desde abajo, sintiéndose muy orgullosos del pequeño pájaro. “Has hecho un gran trabajo, Pío. Has escuchado el llamado de quien necesitaba ayuda y has traído la felicidad a esta pequeña ardilla”, dijo Dios con una gran sonrisa.
La ardilla estaba tan agradecida que decidió invitar a Pío a su casa. “Ven, Pío, ven a conocer a mi familia. Les contaré lo valiente que has sido”. Y así, Pío voló detrás de la ardilla, quien lo llevó a su hogar construido con hojas y ramas. La familia de la ardilla se alegró cuando escucharon cómo Pío había volado tan alto y había ayudado a la ardilla a encontrar comida.
Desde ese día, la ardilla y Pío se hicieron buenos amigos, y Pío siguió cumpliendo su misión de cuidar del bosque junto a la Naturaleza y Dios. Cada día traía nuevas aventuras, pero siempre con el mismo amor por ayudar a los demás. La Naturaleza seguía floreciendo gracias al trabajo de Pío, y él nunca olvidó lo importante que era escuchar a quienes necesitaban ayuda.
Así, podemos aprender que es fundamental cuidar los unos de los otros y que, aunque seamos pequeños, nuestras acciones pueden traer felicidad a los demás. Dios miró a su mundo con amor y supo que la unión entre él, la Naturaleza y todos sus ciudadanos, como el valiente Pío, hacía que la vida fuera un hermoso regalo lleno de amor y alegría. Y así, el mundo siguió brillando, lleno de amor, bondad y vida, donde todos se apoyaban entre sí, en un hermoso renacer de cada día.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.