Cuentos Clásicos

La Evolución de la Humanidad: Un Ascenso de Imaginación y Resiliencia en Tiempos de Crisis

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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Había una vez, en un pequeño pueblo lleno de colores y risas, un niño llamado Mateo, que tenía una curiosidad inmensa por comprender el mundo que lo rodeaba. Desde muy pequeño, Mateo se preguntaba cómo era posible que los seres humanos hubieran cambiado tantas cosas a lo largo del tiempo: las casas, las herramientas, los libros, y hasta los trenes y aviones, que él veía en imágenes y fantasía. Su abuelo, don Emilio, un hombre sabio y amable, siempre le decía que todo eso era gracias a algo llamado “el ascenso del hombre”, un concepto que un hombre llamado Jacob Bronowski había explicado muy bien en un antiguo libro que tenía guardado.

Don Emilio le contó a Mateo que Jacob Bronowski era un científico e historiador que decía que los humanos no sólo cambian por el paso de los años y la evolución natural, como los animales, sino que nosotros tenemos algo especial: la imaginación, la razón y la cultura. Eso significa que en lugar de solo adaptarnos al lugar donde vivimos, como hacen los animales, nosotros transformamos nuestro entorno para hacerlo mejor, para que nos ayude a vivir más cómodos y felices.

Mateo escuchó atentamente y le pareció fascinante que nuestra evolución no fuera solo biológica, sino cultural. Eso significa que hemos aprendido a imaginar cosas que aún no existen, a pensar en soluciones para problemas difíciles y a compartir conocimientos que generan avances enormes. Por ejemplo, don Emilio le habló sobre algunas de las maravillas que han surgido de esa imaginación humana: la rueda, el fuego, la electricidad, y también la ciencia, que nos permite entender cómo funciona el mundo, desde las plantas hasta las estrellas.

Sin embargo, don Emilio también le explicó que este gran poder para transformar el mundo tiene una doble cara. Cuando cambiamos la naturaleza a nuestro antojo, a veces también creamos problemas nuevos. Uno de esos problemas, le dijo, son las epidemias, que aparecen cuando alguna enfermedad desconocida empieza a moverse rápidamente entre las personas, y nosotros todavía no sabemos bien cómo detenerla. Como un ejemplo muy reciente, don Emilio mencionó el COVID-19, una enfermedad que había hecho temblar a todo el planeta.

Mateo recordó que durante el último tiempo había escuchado muchas noticias sobre el COVID-19. Pensó en cómo la gente había tenido que quedarse en sus casas durante semanas y meses, sin poder salir a jugar con sus amigos o ir a la escuela. “¿Cómo la humanidad pudo responder a algo así?”, preguntó con curiosidad.

Don Emilio sonrió y le dijo que esa era una buena pregunta. La respuesta era la misma que Bronowski había explicado: a través del ascenso del hombre, de nuestra imaginación y nuestra capacidad de razonar. La ciencia apareció como una luz brillante en medio de la oscuridad. Por primera vez en la historia, los científicos desarrollaron una vacuna contra un virus en tiempo récord. Esto fue increíble porque normalmente tardan años o décadas en crear una vacuna efectiva, pero esta vez, con la colaboración de muchos países, laboratorios y expertos, lograron hacerlo en pocos meses.

Además, la tecnología se usó para entender mejor el virus, para rastrear los contagios y para ayudar a los médicos a tratar a los enfermos. Mateo se imaginó a esos científicos trabajando día y noche, con sus microscopios, computadoras y tubos de ensayo, buscando una solución para proteger a todos. Era como si la humanidad hubiera usado ese “telescopio” que Bronowski mencionaba: la imaginación, un instrumento poderoso para anticipar horizontes invisibles y salvar vidas.

No solo la ciencia respondió, sino también la sociedad. Mateo recordó cómo sus vecinos se ayudaban unos a otros, especialmente a los adultos mayores y a quienes estaban más solos. En el cuento que don Emilio le contaba, muchas personas aceptaron las cuarentenas, usaron mascarillas y siguieron las indicaciones para cuidarse mutuamente. Esa solidaridad mostró otra cara maravillosa del ascenso humano: la cultura de cuidarse y de pensar en el otro.

Mientras Mateo escuchaba, una pequeña aventura comenzó a tomar forma en su mente. Se imaginó siendo un explorador del tiempo, viajando para conocer a Jacob Bronowski en persona y ver cómo explicaba estas ideas tan importantes. Visualizó también a un grupo de niños y niñas en diferentes partes del mundo, que a pesar de las dificultades, encontraban formas creativas de aprender, jugar y soñar con un futuro mejor. Ellos eran el reflejo del ascenso humano, de ese impulso constante de imaginar lo imposible para construirlo poco a poco.

Don Emilio le contó que este ascenso no había sido fácil ni rápido. Hace miles de años, los humanos vivían en cuevas, cazaban y recolectaban alimentos. Pero con el tiempo, comenzaron a crear herramientas, a inventar el lenguaje y a compartir historias alrededor del fuego. Cada generación sumaba algo nuevo, algo que ponía una piedra más en el camino hacia el mundo que conocemos ahora. Y aunque el futuro a veces se veía incierto, siempre había algo que nos impulsaba a seguir adelante: la esperanza y la capacidad de imaginar.

Mateo pensó entonces en su propio pueblo, en su escuela y en su familia. Entendió que él también formaba parte de ese ascenso. Que cada vez que hacía una pregunta, inventaba un juego o ayudaba a alguien, estaba poniendo en marcha esa imaginación que puede cambiar el mundo. Se sintió muy orgulloso y entusiasmado porque supo que el futuro dependería de lo que él y sus amigos hicieran con sus ideas y su corazón.

Don Emilio lo miró con ternura y le dijo que la historia de la humanidad es una historia de personas valientes que se atreven a pensar más allá de lo que ven. Que no aceptan el mundo tal como es, sino que lo transforman con sueños, trabajo y amor por los demás. Y que aunque el camino sea a veces difícil, con problemas como enfermedades o desastres, siempre podemos salir adelante gracias a nuestra creatividad y a la capacidad de colaborar y apoyarnos.

Antes de que el sol desapareciera en el horizonte, Mateo se quedó en silencio, entendiendo que el ascenso del hombre no era solo una historia antigua o un libro viejo, sino algo que sucedía todos los días, en cada acción pequeña o grande. Era la razón por la que la humanidad podía continuar creciendo, aprendiendo y construyendo un mundo mejor, incluso cuando parecía que todo se complicaba.

En ese momento, supo que podía soñar con un futuro donde todos los niños y niñas tuvieran la oportunidad de imaginar, crear y ser solidarios, porque ese era el verdadero poder del ser humano: transformar el mundo a través de la razón, la imaginación y la cultura, y siempre, siempre cuidar unos de otros para que el ascenso no se detuviera jamás.

Así, Mateo se quedó mirando las estrellas, pensando que quizá, algún día, él también ayudaría a cambiar el mundo, con la fuerza de sus ideas y la alegría de su corazón. Porque la evolución humana no termina nunca, se renueva cada día con cada niño, con cada soñador que entiende que el mayor invento no es una máquina, sino la esperanza de un futuro mejor construido entre todos.

Y esa, pequeña gran verdad, es la que Jacob Bronowski nos dejó para no olvidar nunca: que somos pasajeros en el tiempo, pero también creadores de un mañana lleno de luz gracias a nuestra imaginación y nuestra capacidad de amar y aprender juntos.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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