En un pequeño pueblo rodeado de montañas, vivía una niña llamada Tamara. Ella estaba a punto de cumplir 10 años, y la emoción se podía sentir en el aire. Tamara había estado esperando este día durante semanas, y sus padres, Phanny y Javier, estaban decididos a hacer que fuera un día inolvidable.
Tamara era una niña con un corazón lleno de alegría y una imaginación desbordante. Le encantaba correr por los campos, jugar con sus amigos y crear historias en su mente, donde ella siempre era la heroína. Pero este día era especial. No solo porque cumpliría 10 años, sino porque por primera vez, sus padres habían decidido organizar una gran fiesta en el jardín de su casa.
La casa de Tamara estaba situada al final de una calle tranquila, rodeada de un hermoso jardín que su madre cuidaba con esmero. Había flores de todos los colores, grandes árboles que ofrecían sombra en los días calurosos y una pequeña fuente en el centro que llenaba el aire con el suave sonido del agua. Era el lugar perfecto para una fiesta.
Desde temprano por la mañana, la casa estaba llena de actividad. Phanny y Javier corrían de un lado a otro, asegurándose de que todo estuviera listo para la fiesta. Habían contratado a un grupo de músicos para que tocaran en vivo, y se habían asegurado de que hubiera una gran variedad de juegos para que los niños se divirtieran. Había mesas llenas de bocadillos, jugos y dulces, y en un rincón, una gran piñata en forma de estrella colgaba de un árbol, esperando el momento de ser golpeada.
Pero lo que más emocionaba a Tamara era el pastel. Sus padres le habían prometido que sería el pastel más grande y bonito que jamás había visto. Y no habían mentido. Cuando el pastel llegó, cubierto de una gruesa capa de crema y decorado con flores de azúcar, Tamara no pudo evitar saltar de alegría. En la parte superior, había diez velas, una por cada año de su vida.
A medida que la tarde avanzaba, los invitados comenzaron a llegar. Todos los amigos de Tamara estaban allí: sus compañeros de escuela, sus primos, e incluso algunos vecinos que también se unieron a la celebración. Todos estaban emocionados de compartir este día con ella.
La música comenzó a sonar, y pronto los niños estaban corriendo y jugando por todo el jardín. Había carreras de sacos, juegos de la cuerda y un concurso de disfraces donde los niños se vestían con las ropas más divertidas que pudieron encontrar. Tamara se unió a cada juego, riendo y disfrutando de cada momento.
Pero el punto culminante de la tarde llegó cuando fue el momento de romper la piñata. Todos los niños se reunieron alrededor, mientras Tamara, con los ojos vendados, sostenía un palo en sus manos. Sus amigos la guiaban, diciéndole hacia dónde golpear, y después de varios intentos, finalmente logró romperla. Los dulces y juguetes cayeron del cielo como una lluvia de colores, y los niños se lanzaron para recoger todo lo que podían.
Con las manos llenas de dulces, Tamara se dirigió a la mesa donde estaba el pastel. Sus padres la esperaban allí, sonriendo con orgullo. Phanny encendió las diez velas, y todos los invitados comenzaron a cantar el «Feliz Cumpleaños». Tamara cerró los ojos, pensando en su deseo, y sopló con fuerza. Las velas se apagaron, y todos aplaudieron.
Después de cortar el pastel y repartirlo entre los invitados, Tamara se sentó en un rincón del jardín, mirando cómo el sol comenzaba a ponerse. Estaba cansada, pero muy feliz. Sus padres se acercaron y se sentaron a su lado.
—¿Te ha gustado la fiesta? —le preguntó su madre.
—Ha sido la mejor fiesta de todas —respondió Tamara con una gran sonrisa.
—Y aún falta lo mejor —dijo su padre, sacando un pequeño paquete de su bolsillo.
Tamara tomó el paquete con curiosidad. Lo abrió lentamente y descubrió un hermoso collar con un pequeño colgante en forma de estrella.
—Es para que nunca olvides lo especial que eres —dijo su padre mientras le colocaba el collar alrededor del cuello.
Tamara lo tocó suavemente, sintiendo el frío del metal contra su piel, y sonrió.
—Gracias, papá. Gracias, mamá. Este ha sido el mejor cumpleaños de mi vida.
La noche cayó, y los invitados comenzaron a despedirse, agradeciendo a los padres de Tamara por la maravillosa fiesta. Tamara, agotada pero feliz, se despidió de sus amigos, prometiéndoles que jugarían juntos al día siguiente.
Cuando el último invitado se fue, Tamara se dirigió a su habitación. Se quitó el vestido, se puso su pijama y se metió en la cama, aún con el collar puesto. Cerró los ojos, recordando cada momento del día, y pronto se quedó dormida con una sonrisa en los labios.
Phanny y Javier, al ver a su hija tan feliz, se sintieron completamente satisfechos. Habían logrado darle a Tamara un día que nunca olvidaría, un día lleno de amor, risas y momentos especiales.
La casa quedó en silencio, y en el cielo, las estrellas brillaban con intensidad, como si estuvieran celebrando también el cumpleaños de Tamara.
Así fue como Tamara celebró su décimo cumpleaños, rodeada de todos aquellos que la amaban, en un día que quedaría grabado para siempre en su memoria.
Fin
fiesta de cumpleaños,