Cuentos Clásicos

La Infancia Perdida en la Sombra de la Edad Media: El Llanto de Lupita

Lectura para 8 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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En un pequeño pueblo, olvidado por el tiempo y situado en medio de frondosos bosques, vivían cinco amigos inseparables: Lupita, Pedro, Luis, Tatiana y Luisa. Ellos crecían juntos, jugando, explorando y haciendo travesuras desde que eran muy pequeños. Cada día era una nueva aventura, llena de risas y alegría.

Una mañana soleada, mientras los rayos del sol se filtraban entre las hojas verdes, Lupita, que tenía una gran imaginación, propuso que fueran a explorar el bosque que rodeaba su pueblo. «¡Vamos a buscar un tesoro escondido!», exclamó con entusiasmo. Sus ojos brillaban con la idea de encontrar algo mágico. Pedro, siempre dispuesto a la acción, se unió al entusiasmo de Lupita. “¡Sí! ¡Vamos a ser cazadores de tesoros!”, gritó.

Luis, un poco más cauteloso, dijo: «Pero, ¿y si nos perdemos?» Tatiana, siempre optimista, respondió: «No te preocupes, Luis, si seguimos el sendero nunca nos perderemos». Luisa, la más pequeña del grupo, asintió con una gran sonrisa, emocionada por la idea de la aventura.

Después de prometerles a sus familias que volverían antes del anochecer, los cinco amigos se adentraron en el bosque. El aire estaba fresco y perfumado con el aroma de las flores silvestres. Mientras caminaban, comenzaron a escuchar susurros entre los árboles. «¿Escuchan eso?», preguntó Lupita, llenando su voz de misterio. «Quizás son los espíritus del bosque que cuidan el tesoro».

Luis, sintiéndose un poco inquieto, miró hacia atrás, pero Tatiana lo animó a seguir adelante. «No hay de qué preocuparse. Solo son cuentos. ¡Vamos, que la aventura nos espera!» Así que siguieron caminando, dejando que la emoción guiara sus pasos.

Después de un rato de caminata, llegaron a un claro donde encontraron una piedra grande, cubierta de musgo y rodeada de deliciosas fresas silvestres. “¡Un lugar perfecto para descansar y comer!”, dijo Luisa, corriendo hacia las fresas. Los otros niños se unieron a ella, disfrutando del jugo dulce que les dejaba en las manos.

Mientras estaban sentados, Pedro empezó a contar historias de tesoros perdidos que había leído en libros. Pero de repente, salió de entre los arbustos un extraño personaje. Era un anciano, vestido con una túnica desgastada y con un sombrero raído que proyectaba una sombra misteriosa. “¿Buscan un tesoro?”, preguntó con voz profunda. El grupo de amigos se quedó sorprendido y un poco asustado.

“Sí, sí, lo estamos buscando”, respondió Lupita, tratando de disimular su miedo. El anciano sonrió y dijo: “Si realmente desean encontrarlo, deben superar tres pruebas. Pero cuidado, la vanidad y la tristeza pueden hacer que lo pierdan todo”.

Los niños, intrigados, aceptaron el desafío. El anciano comenzó a explicar la primera prueba: tendrían que cruzar un puente que se encontraba más adelante, custodiado por un enorme dragón. “No temas, hay una forma de hacerlo. Cada uno de ustedes debe contar lo que les hace sentir felices, y así el dragón les permitirá pasar”, aconsejó el anciano.

Con valentía, el grupo decidió avanzar. Al llegar al puente, efectivamente, encontraron al dragón, que era más grande de lo que habían imaginado. Su aspecto no era aterrador, pero tenía una mirada sabia y profunda. “¿Quiénes se atreven a cruzar? Deben compartir su felicidad”, retó el dragón.

Lupita fue la primera en hablar. “A mí me hace feliz jugar con mis amigos y ver cómo el sol brilla en el cielo”, dijo, sonriendo. El dragón asintió. Luego fue el turno de Pedro. “Me encanta correr en el bosque y sentir el viento en mi cara”, declaró. Nuevamente, el dragón asintió.

Luis, sintiéndose un poco más inseguro, dijo: “Mi felicidad viene de aprender cosas nuevas y descubrir el mundo”. Tatiana, con su voz llena de energía, aportó: “A mí me hace feliz contar historias y escuchar las risas de mis amigos”. Finalmente, Luisa, un poco tímida, dijo: “Me hace feliz estar con todos ustedes y sentirme amada”.

El dragón, conmovido por las palabras del grupo, les permitió cruzar el puente. “Las palabras de la felicidad son más poderosas de lo que creen”, dijo mientras se retiraba. Los niños estaban emocionados y sentían que estaban un paso más cerca del tesoro.

Una vez al otro lado, los amigos se sintieron más fuertes y unidos. “¡Vamos a por la próxima prueba!”, exclamó Tatiana. El anciano los había advertido que habría tres pruebas, así que continuaron su camino.

Al poco tiempo, llegaron a un bosque oscuro y espeso donde se escuchaban lamentos y gemidos. En medio del camino había un pequeño rinconcito donde encontraron a un lobo triste. El animal no parecía agresivo, sino más bien angustiado. “¿Por qué lloras, querido lobo?”, le preguntó Luisa con voz dulce.

El lobo levantó la vista. “Me siento solo. Mis amigos se han ido y no sé cómo volver a ser feliz”, respondió con un susurro. Los niños comprendieron que la tristeza del lobo era profunda y decidieron ayudarle. “No tienes por qué estar solo. Aquí estamos nosotros. Puedo contarte una historia”, dijo Tatiana.

Así, uno por uno, comenzaron a compartir historias alegres, anécdotas de juegos, risas y momentos especiales. Al principio, el lobo lucía escéptico, pero poco a poco su tristeza fue transformándose. Las historias parecían tiernas y mágicas.

Cuando terminaron, el lobo sonrió por primera vez. “Gracias. Ustedes tienen una luz especial”, dijo, y en agradecimiento, les ofreció su ayuda para superar la prueba. “Los guiaré a la siguiente etapa del viaje”.

Con el lobo a su lado, se sintieron más seguros. Después de un tiempo, llegaron a un hermoso lago enmarcado por la luna llena que reflejaba su luz sobre el agua. Las estrellas titilaban como si aplaudieran por la belleza del momento. “Aquí está la tercera prueba”, dijo el lobo. “Deben encontrar su tesoro en las profundidades del lago, pero para hacerlo deberán aceptar un sacrificio”.

El grupo se miró con dudas y temores. “¿Qué sacrificio?” preguntó Lupita. “Deben dejar ir una parte de su infancia”, contestó el lobo, con voz seria. “Eso significa abandonar algo que quieren por un tiempo. Algo que simboliza su niñez”. Los niños estaban muy confundidos. Luisa, con su voz temblorosa, dijo: “¿Y si no queremos dejarlo ir?”

“Es una parte del crecimiento”, dijo el lobo. “Si lo hacen, encontrarán un tesoro más grande que el oro”. Tras unas largas conversaciones, decidieron que dejarían atrás sus miedos y la idea de no crecer. Cada uno entregó un objeto que simbolizaba su niñez: el pececito de lana de Pedro, la muñeca de Tatiana, el libro de aventuras de Luis, la diadema de flores de Lupita y el pequeño peluche de Luisa.

Los objetos fueron arrojados al agua. Instantáneamente, el lago comenzó a brillar intensamente. En el centro, un rayo de luz surgió y se formó una esfera luminosa que emergió como un brillante tesoro. Al abrirse, encontraron una cesta que contenía algo que jamás hubieran imaginado: un libro mágico que contenía historias y aventuras de todos los tipos y que brillaba como el sol.

El lobo, ahora lleno de alegría, les dijo: “Este libro puede llevarlos a las aventuras que nunca se detendrán. Cada vez que lean una historia, recordarán su infancia, pero también crecerán y vivirán nuevas experiencias”. Al abrirlo, cada uno encontró la ventaja de seguir siendo niños, pero con el poder de crecer y explorar el mundo de maneras nuevas.

Lupita, Pedro, Luis, Tatiana y Luisa sintieron como si el aire les abrazara y les llenara de energía. En sus manos, el libro mágico brillaba como el reflejo de todos sus sueños. El lobo, ahora transformado, había dejado atrás su tristeza. “Si están listos para su próxima aventura y quieren regresar a casa, siempre recordaré la luz de su amistad”.

Con el corazón lleno de alegría, los niños regresaron a su hogar, conscientes de que habían aprendido una valiosa lección sobre la amistad, el sacrificio y el valor de dejar que la infancia evolucione en algo aún más grandioso. Las aventuras continuarían, cada historia que leyeran en su nuevo libro sería un capítulo distinto en sus vidas, donde siempre habría espacio para la alegría y la risa.

Y así, comenzaron un nuevo capítulo, uno en el que cada uno de ellos podía vivir sus sueños y crecer, y donde la infancia nunca se perdía, sino que se transformaba en nuevas experiencias llenas de magia y asombro. Siempre juntos, siempre recordando que la verdadera esencia de la felicidad está en compartir, aprender y nunca dejar de soñar.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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