Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado por altas montañas y vastos campos verdes, cuatro amigos inseparables: Pablo, María, Dayana y David. Todos tenían once años y compartían la misma pasión por la aventura y el misterio. Eran conocidos en el pueblo por sus exploraciones, siempre buscando un nuevo rincón que descubrir o una leyenda que desentrañar. Un día, mientras jugaban en el parque, encontraron un antiguo libro de cuentos en una esquina oscura de la biblioteca del pueblo, un lugar donde pocos se aventuraban.
El libro, cubierto de polvo y telarañas, tenía en su portada una imagen de una luna brillante que parecía sonreír. Al abrirlo, se dieron cuenta de que contenía historias sobre lugares mágicos y aventuras inolvidables. Pero lo que más llamó su atención fue un mapa que estaba dibujado en una de las páginas. El mapa señalaba un lugar olvidado en las montañas, que había sido llamado «La Hacienda Olvidada».
María, con su energía inagotable, fue la primera en sugerir que fueran a investigar. «¡Vamos! Seguro que encontramos algo increíble», exclamó con entusiasmo. Pablo, que siempre había sido algo más cauteloso, miró a sus amigos y dijo: «Pero, ¿y si es peligroso? Es un lugar olvidado, podría estar lleno de trampas o criaturas extrañas». Dayana, que tenía una curiosidad insaciable, respondió: «Podemos llevar linternas y algo de comida. ¡Seguro que es una gran aventura!».
David, el más valiente de los cuatro, sonrió y dijo: «No seamos miedosos, vamos a la Hacienda Olvidada. ¡Haremos de este un día inolvidable!».
Y así, decidieron que al día siguiente, con mochilas llenas de provisiones y el mapa en mano, partirían en su nueva aventura. Esa noche no pudieron dormir de la emoción, imaginaban lo que encontrarían en esa misteriosa hacienda.
Al amanecer, el grupo se reunió en la plaza del pueblo. La brisa fresca les acariciaba el rostro y el cielo estaba despejado. Caminando por senderos asfaltados y luego por caminos de tierra, finalmente llegaron a la base de las montañas. El paisaje era impresionante, con árboles frondosos y flores silvestres por doquier. Tras varias horas de caminata y muchas risas, llegaron a un claro donde el mapa indicaba que se encontraba la Hacienda.
Lo primero que vieron fue una gran edificación cubierta de hiedra. Las ventanas tenían un aspecto polvoriento y la puerta, de madera desgastada, estaba entreabierta. María, sin pensarlo dos veces, empujó la puerta, y esta se abrió con un quejido. «¡Adelante!», gritó emocionada. Uno a uno, los amigos entraron, sintiendo que estaban a punto de descubrir un mundo nuevo.
El interior de la hacienda era tan intrigante como su exterior. Paredes de piedra antigua, muebles cubiertos de polvo y una gran chimenea vacía en el centro de la sala. «Esto parece sacado de una película de terror», acotó Pablo, tratando de contener un escalofrío. Dayana se acercó a una mesa y levantó una antigua caja. «¡Miren esto!», exclamó, abriéndola con cuidado. Dentro había objetos extraños: un reloj de bolsillo, un espejo empañado y una pluma que parecía haber sido utilizada por un gran escritor.
Mientras exploraban, se dieron cuenta de que en una de las paredes había un mural pintado, donde se podía ver a una joven princesa rodeada de animales del bosque. «¿Qué bonito!», dijo María. «Parece ser parte de una historia. ¿Quién será esa princesa?». David, observando atentamente, encontró una pequeña inscripción en la parte inferior del mural que decía: «Ella es la guardiana de la Luna».
Intrigados, los amigos continuaron explorando. Cada habitación parecía contar una historia diferente. En la biblioteca de la hacienda, encontraron más libros y una silla mecedora que parecía haberse movido recientemente. «¿Quién podría haber estado aquí?», se preguntó Pablo, asustado. Pero su curiosidad pudo más, y siguieron buscando.
De pronto, escucharon un ruido proveniente de una habitación al final del pasillo. A pesar del miedo, decidieron investigar. Al entrar, se encontraron con un hermoso jardín interior, iluminado por una luz mágica. En el centro del jardín había un pozo antiguo que brillaba a la luz de la luna que se filtraba a través de las ramas de los árboles. Era un espectáculo digno de un cuento de hadas.
«¡Debemos averiguar qué hay en el pozo!», propuso Dayana. David asintió con la cabeza, emocionado. Se acercaron y miraron dentro. «No se ve el fondo», murmuró María. «Pero es tan hermoso aquí…».
Mientras admiraban el pozo, algo los sorprendió. De repente, un pequeño gato apareció entre los arbustos, con un collar de campanitas que sonaba dulcemente. «¡Miren!», dijo Pablo, señalando al gato. «Es adorable». El gato, de pelaje blanco y ojos azules, se acercó sin miedo y comenzó a frotarse contra las piernas de los chicos. “Parece que quiere que lo sigamos”, observó David.
Decidieron seguir al gato, que los llevó a otra habitación de la hacienda. Allí encontraron un gran espejo, que reflejaba no solo su imagen, sino partes del jardín que no habían visto desde su entrada. El gato se sentó frente al espejo, como esperando. «¿Qué hacemos?», preguntó María, mirando a sus amigos con incertidumbre.
«Podría ser un portal o algo mágico. Tal vez la princesa está atrapada aquí y necesita nuestra ayuda», sugirió Dayana. Todos acordaron que debían intentar descubrir más. David, decidido, dio un paso al frente y tocó el espejo. Al hacerlo, una luz brillante los envolvió, y sintieron un impulso hacia el interior del espejo.
De repente, se encontraron en un mundo muy diferente. Los árboles eran más altos, las flores más vibrantes y la luna brillaba intensamente, incluso era de día. Frente a ellos había una joven con un vestido plateado, que los miraba con una sonrisa amable. «Bienvenidos, viajeros. Soy la princesa que guarda la luna. He estado esperando su llegada», dijo la joven.
«¿Cómo es posible?», preguntó Pablo, asombrado. «¿Estamos en un cuento?».
«Sí», respondió la princesa. «La Luna de la Hacienda Olvidada está en peligro. Un hechizo la ha atrapado en esta dimensión, solo aquellos que son amigos verdaderos pueden liberarla. Necesito que me ayuden, así podremos restaurar la luz de la luna al mundo real».
Los amigos, emocionados y algo asustados a la vez, aceptaron la misión. La princesa les explicó que debían encontrar tres objetos mágicos esparcidos por el reino: un cristal azul que representaba la valentía, una flor dorada que simbolizaba la amistad y una pluma de un ave mágica que entregaba la sabiduría.
Sin dudarlo, el grupo se puso en marcha. La princesa les condujo a través de bosques encantados y ríos de aguas brillantes. La música de la naturaleza los acompañaba mientras reían y disfrutaban del paisaje. En cada paso, la amistad entre ellos se fortalecía, y se dieron cuenta de que su unión era el verdadero poder detrás de su aventura.
Primero, llegaron a una cueva oscura donde se decía que el cristal azul se encontraba guardado por un dragón. «No puede ser tan aterrador», murmuro David. Utilizando su ingenio, idearon un plan para entrar en la cueva. María, aunque algo asustada, se ofreció para distraer al dragón mientras los demás buscaban el cristal.
La cueva era fría y húmeda. Con pasos silenciosos, Pablo y Dayana se acercaron al fondo donde brillaba un resplandor azul. Mientras tanto, María hablaba con el dragón, cuidadosamente. «No eres un monstruo, ¿verdad? Solo estás cuidando tu tesoro», dijo con voz suave. El dragón, al escuchar su amabilidad, se calmó y se dejó llevar por la dulzura de sus palabras.
Finalmente, Pablo y Dayana encontraron el cristal y corrieron de regreso. «¡Lo tenemos!», gritaron al unísono. El dragón sonrió y les permitió salir, agradecido por el gesto amable de María.
Con el cristal en mano, continuaron su búsqueda. Siguieron a la princesa hacia un jardín oculto donde crecía la flor dorada. Era más hermosa de lo que habían imaginado. Sin embargo, para recogerla, tenían que resolver un acertijo que un viejo guardián les planteó: «¿Cuál es el vínculo más fuerte entre ustedes?».
«¡La amistad!», gritaron todos juntos. El guardián se rió y dejó que recogieran la flor, que brillaba con luz dorada. Ahora solo quedaba la pluma de la ave mágica.
La princesa dirigió a los amigos hacia las montañas, donde las aves cantaban en los cielos. Con paciencia, los cuatro amigos se sentaron a esperar que la ave mágica apareciera. Al rato, un hermoso pájaro de plumas de todos colores se posó ante ellos. “¿Qué buscan, amigos?”, preguntó el ave.
«Necesitamos tu pluma para liberar la luna», explicó Dayana. El ave, al ver la sinceridad en sus ojos, les ofreció una pluma. «Recuerden, la sabiduría no solo se encuentra en el conocimiento, sino en las decisiones que toman con un corazón puro».
Con los tres objetos mágicos reunidos, los amigos volvieron al jardín donde estaba la princesa. Juntos, crearon un círculo y colocaron los objetos en el centro. La luz de la luna comenzó a brillar intensamente, llenando el lugar con su energía mágica.
«Ahora, cierren los ojos y piensen en su amistad», guió la princesa. Todos lo hicieron, y una brisa cálida rodeó el jardín. La luna dejó de estar atrapada en su dimensión y brilló de nuevo, iluminando el camino de regreso a su mundo.
De pronto, los amigos se encontraron de nuevo en la hacienda. Todo había vuelto a la normalidad, pero algo en el aire había cambiado. Se miraron, emocionados y satisfechos. Habían hecho algo increíble y su amistad se había fortalecido de una manera que nunca imaginaron.
Mientras salían de la hacienda, el pequeño gato blanco apareció nuevamente. «¿Quién eres, pequeño amigo?», preguntó María. El gato parpadeó, como si supiera más de lo que parecía, y luego desapareció en un destello de luz.
Sintiéndose felices y emocionados, el grupo regresó al pueblo, listos para contar su aventura. Aún tenían el libro antiguo con ellos. Aunque no sabían si alguna vez volverían a la Hacienda Olvidada, sabían que la amistad es la mayor magia de todas.
Y así, la Luna de la Hacienda Olvidada brilló nuevamente en el cielo, un recordatorio de que la verdadera aventura se encuentra en lo que compartimos con aquellos que amamos. Cada vez que los amigos miraban hacia la luna, sonreían, recordando su increíble viaje juntos y la lección más importante de todas: que no importa cuán lejos lleguen, siempre volverán a estar juntos.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.