Érase una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos cristalinos, donde vivían tres amigos inseparables: Juan, Don Pedro y Benito Jurares. Juan era un niño curioso que siempre tenía preguntas sobre el mundo que lo rodeaba. Don Pedro era un anciano sabio, conocido en el pueblo por contar historias fascinantes y tener un corazón amable. Benito Jurares, un pequeño perro juguetón, siempre corría detrás de sus amigos, moviendo su colita con alegría.
Un día soleado, Juan estaba sentado en la plaza del pueblo, mirando cómo la gente pasaba. Se le ocurrió una idea maravillosa. “¡Vamos a hacer un pícnic en el bosque!”, exclamó. Don Pedro sonrió y dijo: “Eso suena maravilloso, querido Juan. El bosque siempre tiene sorpresas esperando ser descubiertas”. Benito Jurares ladró emocionado, como si dijera “¡Sí, sí, quiero ir también!”.
Así que los tres amigos empacaron una canasta con deliciosas frutas, pan fresco y unas galletas que Don Pedro había horneado. Con todo listo, comenzaron su aventura hacia el bosque. El sol brillaba alto en el cielo y las aves cantaban con alegría. Juan, lleno de energía, corría por delante, mientras Don Pedro se movía con un paso lento pero firme, disfrutando del paisaje. Benito, por su parte, corría de un lado a otro, olfateando cada rincón.
Al llegar al bosque, encontraron un lugar perfecto. Había un gran árbol con ramas que ofrecían sombra y un suave césped para sentarse. Juan se estiró y miró a su alrededor, maravillado por todo lo que veía. “Mira, Don Pedro, hay mariposas volando. ¿Sabes cuántas especies hay en este bosque?”, preguntó con su curiosidad desbordante. Don Pedro, que disfrutaba educando a los más jóvenes, le dijo: “Hay muchas, Juan, cada una con colores únicos. Algunas vuelan cerca para pedir que las sigas, mientras otras son tímidas y prefieren quedarse escondidas”.
Mientras disfrutaban de su pícnic, Benito encontró un pequeño agujero en el suelo. «¡Guau!», ladró, emocionado. «¿Qué habrá dentro?». Juan se acercó y dijo: “Tal vez sea la casa de un ratón o incluso de un conejo. Vamos a investigar”. Benito movió su colita, ansioso por descubrir.
Don Pedro, que sabía que la curiosidad también debía estar acompañada de precaución, les dijo: “Recuerden que no siempre es bueno meterse en lugares desconocidos. Pero un vistazo no hará daño”. Así que Juan se agachó y asomó la cabeza en el agujero. “¡Hola, hay algo allí!”, gritó de repente. Benito, entusiasmado, se acercó mientras que Don Pedro los observaba con una sonrisa.
De pronto, de dentro del agujero salió un pequeño y gordito conejo llamado Ramón. “¡Hola! ¿Qué hacen ustedes aquí?”, preguntó Ramón mirando con curiosidad a los tres amigos. Juan, sorprendido, le respondió: “Vinimos a hacer un picnic y encontramos tu agujero. ¿Te gustaría unirte a nosotros?”.
Ramón, que había estado muy solo, se iluminó y dijo: “¡Claro! Me encantaría compartir con ustedes”. Así, el pequeño conejo se unió al grupo y juntos disfrutaron de la comida, riendo y contando historias. Don Pedro, con su voz suave, empezó a narrar una leyenda sobre el bosque. La historia hablaba de un árbol mágico que concedía deseos a aquellos que eran sinceros de corazón.
Juan escuchaba atentamente, imaginando que su deseo de ser siempre feliz podría hacerse realidad. Benito ladraba y corría, mientras que Ramón brincaba emocionado. Cuando Don Pedro terminó la historia, Juan dijo: “Me gustaría encontrar ese árbol mágico y pedir un deseo”. “Yo también quiero hacer un deseo”, dijo Ramón con una sonrisa. Benito, en su lenguaje perruno, también parecía desear algo, moviendo su colita enérgicamente.
Después de un buen rato de diversión, los amigos decidieron que tenían que buscar el árbol mágico. Con la orientación de Don Pedro, comenzaron a caminar más adentro del bosque. “Recuerden”, les dijo, “la sinceridad es clave para encontrarlo. Si algo desean, debe venir de su corazón”.
Fueron saltando y brincando, disfrutando cada momento. Después de un rato, llegaron a un claro donde había un árbol grandísimo con hojas brillantes. “¡Este debe ser!”, exclamó Juan. Todos se acercaron con cuidado. Frente al árbol, Juan cerró los ojos y dijo: “Deseo siempre ser feliz”. Ramón hizo lo mismo: “Deseo tener amigos siempre”. Benito, aunque ladraba con alegría, pareció entender el momento y se sentó junto a ellos.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.