En un pequeño pueblo rodeado de montañas y campos verdes, vivían cinco personas cuyos destinos estaban entrelazados por la historia y la tierra. Este es un cuento sobre María, Fernando, Rogelio, Esteban y Benito, y cómo enfrentaron los desafíos del reparto agrario en los tiempos posrevolucionarios de México.
María era una mujer amable con cabello largo y oscuro, siempre vestida con trajes tradicionales. Ella vivía en una modesta casa de adobe con su esposo, Fernando, un hombre fuerte y trabajador con cabello corto y ropa de campesino. Ambos cuidaban con esmero un pequeño terreno que les proveía de alimentos y sustento.
Rogelio, un anciano con una barba larga y un bastón, era el sabio del pueblo. Había vivido muchas cosas y conocía la historia de la tierra mejor que nadie. Siempre tenía una palabra de consejo o una historia que contar.
Esteban, un niño lleno de energía, llevaba un sombrero y un overol. Pasaba sus días ayudando en las tareas del campo y aprendiendo de los mayores. Su curiosidad y deseo de aprender lo hacían un miembro querido de la comunidad.
Benito, un hombre de mediana edad con bigote y traje, era el encargado del gobierno en la región. Aunque su apariencia era de alguien de la ciudad, había sido asignado para supervisar el reparto agrario en los pueblos y asegurarse de que las tierras fueran distribuidas equitativamente entre los campesinos.
Un día, una noticia importante llegó al pueblo. Benito había recibido órdenes de redistribuir las tierras según las nuevas leyes posrevolucionarias. Esto significaba que algunas familias podrían recibir más tierra, mientras que otras tendrían que ajustarse a nuevas reglas.
María y Fernando escucharon las noticias con preocupación. Su terreno era pequeño, pero había sido suficiente para ellos. Rogelio, al enterarse, fue a visitarlos.
—No se preocupen, hijos —les dijo Rogelio—. Las cosas cambiarán, pero debemos adaptarnos y ver esto como una oportunidad. Tal vez podamos recibir más tierra y mejorar nuestras vidas.
Esteban, que había estado escuchando atentamente, preguntó:
—¿Cómo podemos asegurarnos de que todo salga bien, abuelo Rogelio?
Rogelio sonrió y acarició la cabeza del niño.
—Debemos trabajar juntos y ser justos con todos. Si nos mantenemos unidos como comunidad, podremos superar cualquier desafío.
La semana siguiente, Benito organizó una reunión en la plaza del pueblo. Todos los habitantes se reunieron para escuchar las nuevas directrices y discutir cómo se llevaría a cabo el reparto de tierras. Benito, con su voz firme y clara, explicó los procedimientos y respondió a las preguntas de los campesinos.
—El objetivo de este reparto es asegurar que todos tengan suficiente tierra para vivir dignamente —dijo Benito—. Necesitamos su cooperación para que esto sea un éxito.
María y Fernando compartieron sus preocupaciones con Benito, quien los escuchó con atención.
—Entiendo sus preocupaciones —les dijo Benito—. Haré todo lo posible para asegurarme de que este proceso sea justo para todos.
A medida que avanzaba el proceso, hubo momentos de tensión y desacuerdo. Algunas familias estaban descontentas con la cantidad de tierra que recibían, mientras que otras se preocupaban por las nuevas responsabilidades. Sin embargo, con la guía de Rogelio y la dedicación de Benito, la comunidad encontró maneras de resolver sus diferencias.
Una tarde, mientras Esteban jugaba cerca de los campos, vio algo extraño. Un grupo de hombres que no eran del pueblo estaban midiendo tierras y hablando en voz baja. Sospechando que algo no estaba bien, corrió a buscar a Rogelio.
—¡Abuelo Rogelio, ven rápido! —gritó Esteban—. Hay hombres extraños en nuestros campos.
Rogelio, preocupado, siguió a Esteban hasta el lugar. Al ver a los hombres, se dio cuenta de que intentaban apoderarse de tierras que no les pertenecían. Sin perder tiempo, fue a buscar a Benito y a los demás campesinos.
—¡Debemos detenerlos! —dijo Fernando con determinación—. Esta tierra es nuestra y no permitiremos que nadie nos la quite.
Benito, viendo la situación, actuó rápidamente. Con su autoridad, ordenó a los hombres que se fueran y advirtió que cualquier intento de apoderarse ilegalmente de tierras sería severamente castigado.
La comunidad, agradecida por la intervención de Benito y la valentía de Esteban, se sintió más unida que nunca. María, aliviada, abrazó a su hijo.
—Gracias, Esteban. Has hecho lo correcto al avisarnos.
Con el tiempo, el proceso de reparto de tierras se completó. Las familias recibieron nuevas parcelas y comenzaron a trabajar juntos para mejorar sus cultivos y sus vidas. La cooperación y el espíritu comunitario se hicieron más fuertes.
María y Fernando, con su nueva tierra, lograron aumentar su producción y compartir sus cosechas con el pueblo. Esteban, inspirado por las enseñanzas de Rogelio y las acciones de Benito, soñaba con un futuro donde pudiera ayudar a su comunidad aún más.
Un día, mientras todos estaban reunidos en la plaza para celebrar una buena cosecha, Benito se levantó y dijo:
—Hoy celebramos no solo el fruto de nuestro trabajo, sino también la fuerza de nuestra comunidad. Juntos hemos demostrado que, con justicia y cooperación, podemos superar cualquier desafío.
Rogelio, con una sonrisa, agregó:
—Siempre recuerden, queridos amigos, que la verdadera riqueza de nuestra tierra está en la bondad y la unión de nuestras gentes.
La comunidad aplaudió y celebró hasta que el sol se puso, sabiendo que su futuro estaba en buenas manos. María, Fernando, Esteban, Rogelio y Benito habían demostrado que, incluso en tiempos de cambio, el amor por la tierra y la solidaridad podían prevalecer.
Y así, en el pequeño pueblo rodeado de montañas y campos verdes, la historia de la tierra de los sueños compartidos continuó, con cada generación aprendiendo y creciendo juntos, siempre guiados por los valores de justicia, bondad y cooperación.
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.