Las fiestas patrias siempre habían sido un evento muy esperado en mi familia. Cada año, mi mamá, mi tío Diago, mi hermano, mi prima y yo nos preparábamos con gran entusiasmo para celebrar. El pueblo se vestía de gala con banderas, luces y música que llenaban el aire de alegría y patriotismo. Este año no fue diferente, y todos estábamos emocionados por participar en las festividades.
Mi mamá había preparado unos deliciosos platillos tradicionales que íbamos a llevar al picnic en el parque central. Mi tío Diago, con su habitual buen humor, había conseguido unos sombreros y cintas de colores para que todos nos viéramos festivos. Mi hermano y mi prima estaban ansiosos por ver el desfile y participar en los juegos que se organizaban en la plaza. Y yo, aunque estaba igual de emocionado, también sentía una mezcla de nerviosismo y curiosidad. Había oído hablar de una feria en un rincón del parque que siempre había querido explorar.
El día comenzó con el desfile. Las calles estaban llenas de gente, y la música de las bandas resonaba en cada rincón. Los colores de las banderas ondeando al viento y los trajes tradicionales de los participantes llenaban de vida el ambiente. Mi mamá, mi tío Diago, mi hermano, mi prima y yo nos abríamos paso entre la multitud, tratando de encontrar un buen lugar para ver el espectáculo.
Después del desfile, nos dirigimos al parque central, donde colocamos nuestra manta de picnic bajo la sombra de un gran árbol. Mientras disfrutábamos de la comida, mi hermano y mi prima corrían de un lado a otro, jugando con otros niños y explorando los alrededores. Mi tío Diago y mi mamá conversaban alegremente, recordando anécdotas de celebraciones pasadas.
Fue entonces cuando vi la feria al otro lado del parque. Las luces brillantes y los sonidos de las atracciones me llamaron la atención. Sin pensarlo mucho, me levanté y caminé hacia allí, convencido de que no me alejaría demasiado y volvería pronto. La feria era aún más impresionante de cerca. Había juegos mecánicos, puestos de comida y actividades de todo tipo. La gente reía y disfrutaba, y yo me sentí completamente atraído por la energía del lugar.
Mientras recorría la feria, probé mi suerte en algunos juegos y compré una manzana acaramelada que saboreé lentamente. Estaba tan inmerso en la diversión que no me di cuenta de cuánto tiempo había pasado. De repente, me di cuenta de que no podía ver a mi familia por ninguna parte. Intenté regresar al lugar donde habíamos hecho el picnic, pero cada dirección que tomaba parecía llevarme a un rincón diferente del parque.
El pánico comenzó a apoderarse de mí. Miré a mi alrededor buscando algún rostro familiar, pero no veía a nadie conocido. Decidí acercarme a un puesto de información que había visto cerca de la entrada de la feria. La persona que atendía el puesto, una mujer amable con un chaleco de organizadora del evento, me sonrió y me preguntó si necesitaba ayuda.
—Me perdí —le expliqué, tratando de no llorar—. No puedo encontrar a mi familia.
—No te preocupes, vamos a encontrarlos —dijo ella con una voz tranquilizadora—. ¿Recuerdas el nombre de alguien de tu familia?
—Sí, mi mamá se llama Ana, y mi tío Diago —respondí.
La mujer tomó un micrófono y anunció por los altavoces del parque: «Atención, por favor. Se busca a Ana o Diago, familiares de un niño que se encuentra en el puesto de información. Por favor, acérquense al puesto para recogerlo».
Esperamos unos minutos que se sintieron eternos. Finalmente, vi a mi mamá y a mi tío Diago acercarse corriendo, con mi hermano y mi prima detrás de ellos. Mi mamá me abrazó fuerte, y pude sentir su alivio.
—¡Estábamos tan preocupados! —dijo, con lágrimas en los ojos.
—Lo siento mucho —dije, sintiéndome culpable por haberme alejado.
—Lo importante es que estás bien —dijo mi tío Diago, sonriendo—. Pero no vuelvas a alejarte sin decirnos.
Regresamos al lugar del picnic, y aunque me sentía mal por haber causado preocupación, también estaba agradecido por haber sido encontrado tan rápidamente. La tarde continuó con más juegos y diversión, pero esta vez me aseguré de mantenerme cerca de mi familia.
Cuando la noche cayó, las luces del parque se encendieron, creando una atmósfera mágica. Mi mamá, mi tío Diago, mi hermano, mi prima y yo nos sentamos juntos a ver los fuegos artificiales que cerraban las festividades. Los colores iluminaban el cielo, y el sonido de las explosiones resonaba en el aire, llenándonos de emoción.
—Hoy fue un día que nunca olvidaré —dije, mirando las luces en el cielo.
—Ni nosotros —respondió mi mamá, sonriendo.
Las fiestas patrias terminaron, y aunque había pasado por un momento de susto, aprendí la importancia de mantenerme cerca de los que me quieren y siempre avisar a dónde voy. A partir de ese día, cada año en las fiestas patrias, recordamos aquella vez que me perdí, y siempre nos aseguramos de estar juntos y disfrutar en familia.
Las fiestas patrias siempre serían un evento especial para nosotros, llenas de risas, recuerdos y, sobre todo, del amor que compartimos como familia.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.