En una época donde el paisaje colombiano se pintaba con los colores de la esperanza y la discordia, dos jóvenes amigos, Lara y Nico, se encontraban en lados opuestos de un conflicto que había desgarrado su nación: la Guerra de los Mil Días.
Lara, hija de un prominente líder conservador, y Nico, cuyo padre era un ferviente liberal, crecieron juntos en el mismo pequeño pueblo, jugando entre los cafetales y las montañas que los rodeaban. A pesar de sus diferencias ideológicas, su amistad florecía con inocencia y alegría.
Sin embargo, a medida que la guerra civil se intensificaba, la tensión entre las familias y el pueblo crecía. Los adultos hablaban en susurros temerosos y las reuniones se volvían más frecuentes y secretas.
Un día, mientras Lara y Nico jugaban cerca del río que atravesaba el pueblo, encontraron un antiguo reloj de sol, parcialmente enterrado en la orilla. Lo desenterraron con cuidado y notaron que tenía inscripciones extrañas que ninguno de los dos podía leer.
—Debe ser mágico —dijo Nico, mientras pasaba su dedo por las inscripciones.
—Quizás nos pueda mostrar algo importante —respondió Lara, con una mezcla de curiosidad y esperanza.
Esa noche, cuando la luna iluminaba el cielo claro, ambos amigos se reunieron de nuevo en el río. Colocaron el reloj de sol bajo la luz de la luna y, para su asombro, el artefacto comenzó a brillar suavemente. Las sombras danzaban alrededor del reloj, formando imágenes que mostraban escenas de su pueblo en tiempos de paz y armonía.
—¡Es un reloj del tiempo! —exclamó Lara. —Nos muestra lo que fue y lo que podría ser.
Movidos por las imágenes de un futuro posible donde el pueblo estaba unido y feliz, Lara y Nico decidieron que debían hacer algo para cambiar el curso de los eventos actuales.
Empezaron a organizar reuniones secretas con otros niños del pueblo, compartiendo las visiones del reloj y hablando sobre la importancia de la amistad y la unidad, más allá de las diferencias de sus familias.
—Si nosotros, los niños, podemos ser amigos a pesar de todo, nuestros padres también pueden —declaró Nico durante una de las reuniones.
Poco a poco, la influencia de los niños comenzó a notarse. Los padres escuchaban más y las discusiones se convertían en diálogos. La tensión en el pueblo disminuía, y aunque la guerra aún estaba presente, había un nuevo sentido de esperanza.
La culminación de sus esfuerzos llegó durante la fiesta del pueblo. Lara y Nico organizaron un juego simbólico donde todos los niños, vestidos como pequeños soldados de ambos bandos, dejaban sus «armas» de juguete en el centro del campo y se tomaban de las manos, formando un gran círculo alrededor del reloj de sol.
Los adultos, observando la escena, se conmovieron al ver el gesto de sus hijos. Las lágrimas llenaron algunos ojos y las sonrisas comenzaron a florecer. Esa noche, bajo las estrellas, conservadores y liberales compartieron comida y canciones, recordando tiempos mejores y prometiendo trabajar juntos para un futuro pacífico.
Lara y Nico, de pie junto al reloj de sol que los había unido en esta misión, sonreían sabiendo que, aunque jóvenes, habían iniciado el cambio hacia la paz. Desde entonces, el pueblo les llamó «Los Guardianes del Tiempo», recordando siempre que el futuro puede ser moldeado por aquellos que tienen el coraje de soñar y actuar.
La celebración en el pueblo no solo marcó un cambio en la actitud de sus habitantes, sino que también inspiró a otros pueblos cercanos. La historia de cómo los niños habían conseguido unir a sus familias se esparció como la brisa de las montañas, llevando mensajes de esperanza y unidad.
Lara y Nico, motivados por el éxito de su fiesta, decidieron que su misión no había terminado. Había más pueblos afectados por la guerra y más familias divididas por viejas rencillas políticas. El reloj de sol, que parecía tener poderes casi místicos, se convirtió en su emblema de paz.
Un día, mientras planificaban su siguiente visita a un pueblo vecino, un anciano del pueblo se acercó a ellos. Su nombre era Don Ernesto, y era conocido por ser uno de los sabios del pueblo, alguien que había vivido muchas lunas y conocía muchas historias.
—Niños, veo que llevan una carga muy grande para su edad —dijo Don Ernesto, su voz rasposa pero amable. —Pero también veo el brillo de la esperanza en sus ojos.
—Don Ernesto, queremos ayudar a otros como nosotros. Creemos que el reloj puede mostrarles lo que nosotros vimos, lo que podría ser si todos trabajamos juntos —explicó Lara con entusiasmo.
Don Ernesto asintió y sacó de su bolsillo un viejo mapa. Era un mapa del área, con varios pueblos marcados y rutas que conectaban cada uno de ellos.
—Este mapa fue de mi abuelo, y ahora es suyo. Les ayudará en su viaje. Pero recuerden, el verdadero cambio viene del corazón, no solo de lo que puedan mostrar con su reloj —aconsejó mientras entregaba el mapa a los niños.
Armados con el mapa y con renovado propósito, Lara y Nico partieron al día siguiente. Cada pueblo que visitaban llevaba sus propios desafíos. En algunos lugares, la desconfianza era profunda y las heridas de la guerra muy recientes. Pero con cada presentación del reloj de sol y cada historia que compartían, semillas de cambio eran plantadas.
En el pueblo de El Roble, un niño llamado Miguel se unió a su causa después de ver cómo su propio padre, un hombre rígido y estricto, se conmovía hasta las lágrimas por la unión de los niños del pueblo. Miguel se convirtió en un ferviente seguidor de los Guardianes del Tiempo, ayudando a Lara y Nico a organizar eventos y reuniones.
Meses pasaron, y con cada visita, la red de niños y familias que creían en la paz crecía. Los Guardianes del Tiempo se convirtieron en una leyenda, no solo por lo que mostraba el reloj de sol, sino por la evidencia de su impacto: pueblos que comenzaban a reconstruir juntos, mercados que se reabrían, y niños que jugaban libremente sin miedo.
Finalmente, al regresar a su pueblo natal después de un largo recorrido, Lara y Nico encontraron una celebración en su honor. El pueblo estaba decorado con flores y banderas, y un gran banquete había sido preparado.
—Hoy celebramos no solo la paz que estos niños han traído a nuestro pueblo, sino a todos los que han tocado en su viaje —anunció el alcalde del pueblo.
Lara y Nico, ahora un poco más grandes y mucho más sabios, miraron a su alrededor, viendo las caras sonrientes de sus vecinos y amigos. Sabían que el camino había sido largo y a veces doloroso, pero cada paso valió la pena.
Desde ese día, y por muchos años más, el reloj de sol permaneció en el centro del pueblo, un recordatorio constante del poder de la unidad y la esperanza. Y aunque Lara y Nico eventualmente crecieron y tomaron caminos que los llevaron más allá de su pueblo, su legado como Guardianes del Tiempo perduró, inspirando a nuevas generaciones a soñar con un mundo de paz.
Cuentos cortos que te pueden gustar
Mi Papá, el Silencio Que Habla Más Fuerte Que las Palabras
Recuerdos de la infancia: La niñez llena de amor y risas junto a papá Luis
El conteo de regalos de Santa Claus
Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.