Luna era una niña curiosa de diez años que siempre tenía mil preguntas dando vueltas en su cabeza. Desde pequeña se preguntaba cómo podía ser que, en el mundo tan grande en el que vivía, hubiera tantos países distintos, cada uno con su propia cultura, idioma y costumbres, pero a pesar de sus diferencias lograran convivir sin pelear todo el tiempo. Una pregunta que se repetía especialmente era: “¿Por qué en las noticias hablan de que los países se reúnen para firmar papeles importantes? ¿Quién decidió esas reglas que todos deben seguir?”.
Una noche, antes de dormirse, Luna tomó su globo terráqueo para mirar los continentes que tanto le gustaba imaginar. Mientras lo giraba lentamente, de repente una luz brillante emergió del centro del globo, iluminando todo su cuarto con un resplandor suave y cálido. De esa luz apareció un anciano con barba blanca y larga, que sostenía un bastón decorado con todas las banderas del mundo. Su voz era amable y pausada cuando habló: “Luna, he venido porque tu curiosidad es poderosa y necesaria. Me llamo el Guardián de las Naciones y estoy aquí para invitarte a un viaje especial. Te llevaré a conocer el Derecho Internacional, las reglas que permiten que los países de todo el mundo convivan en paz y armonía.”
Sin dudarlo, emocionada y un poco asombrada, Luna tomó su mochila y se sujetó de la mano del Guardián. En un instante, el globo terráqueo comenzó a brillar aún más y, en un suave torbellino de luces, Luna se encontró en un lugar maravilloso que nunca jamás había visto: el Planeta de las Reglas Compartidas. Allí todo parecía estar hecho de papel de colores, con enormes libros flotando en el cielo, estatuas que representaban la justicia sosteniendo balanzas y mapas que cambiaban de forma a medida que ella los observaba.
Al caminar por ese planeta mágico, Luna preguntó al Guardián: “¿Qué es exactamente el Derecho Internacional?”
El anciano sonrió y explicó: “El Derecho Internacional es un conjunto de normas y acuerdos que los países aceptan para respetarse mutuamente, resolver sus problemas sin guerras y trabajar juntos para un mundo mejor. Son como las reglas de un juego, pero para naciones enteras.”
De repente, apareció un nuevo personaje frente a ellos: una aparición luminosa con aspecto joven y alegre. Él era Arlo, el Espíritu de la Cooperación. “¡Hola Luna y Guardián! —dijo Arlo saludándolos—, estoy aquí para ayudarte a entender cómo las reglas unen a los países. ¿Quieres acompañarnos a nuestras primeras paradas?”
Luna asintió emocionada, y los tres comenzaron a caminar.
La primera parada fue un lugar llamado “La Asamblea de los Pueblos”, donde representantes de todos los países del mundo se reunían en grandes cúpulas transparentes. Luna vio a personas de diferentes colores de piel, idiomas y vestidos, sentadas en círculo discutiendo juntos.
Arlo le dijo: “Este es el lugar donde los países dialogan para entenderse y llegar a acuerdos en temas importantes como la paz, el medio ambiente o el comercio. Aquí se firman documentos llamados tratados, que son promesas que todos los firmantes deben cumplir.”
Luna preguntó con curiosidad: “¿Y qué pasa si alguien no cumple esas promesas?”
El Guardián respondió: “Pues hay mecanismos para resolver esos conflictos, como presentar el caso ante tribunales internacionales, o buscar la ayuda de mediadores imparciales que ayudan a encontrar soluciones justas.”
Luego, viajaron al valle de la Justicia Global, donde Luna conoció a una figura imponente llamada Justicia Clara. Ella tenía túnicas blancas y una balanza en una mano y una espada en la otra, símbolos de equilibrio y defensa de la ley. Justicia Clara les explicó que era importante que todos los países respetaran los derechos humanos, protegieran el planeta y evitaran que personas hicieran daño a otros dentro o fuera de sus fronteras.
“Imagina —les dijo— que somos como vecinos en un enorme barrio llamado Tierra, donde todos debemos cuidarnos y respetar el espacio y las cosas de cada uno.”
Al salir del valle, Arlo llevó a Luna y al Guardián a la Plaza de las Palomas, un hermoso jardín lleno de árboles con palomas blancas volando en todas direcciones. Allí, Luna se dio cuenta de que esas palomas eran símbolos de la paz: volaban libres porque los países habían aprendido a respetar las reglas por el bien común.
“Las naciones que se reconocen unas a otras y hablan con respeto evitan conflictos —explicó Arlo—. Pero para eso es fundamental confiar en acuerdos, en leyes que todos entienden y aceptan.”
Finalmente, llegaron a la Biblioteca del Tiempo, un edificio gigante donde cada libro representaba un tratado, una costumbre o una ley internacional que había ayudado a moldear la convivencia entre países. En ese lugar, Luna aprendió que muchas de esas reglas no surgieron de la noche a la mañana, sino que se construyeron poco a poco, con la experiencia de errores cometidos en el pasado y el deseo de no repetirlos.
Mientras hojeaba un libro, Luna escuchó: “Hay naciones con culturas muy distintas, pero todas comparten el sueño de vivir en paz y mejorar sus vidas.”
El Guardián añadió: “Y cuando las reglas se cumplen, las personas pueden estudiar, trabajar, viajar y comerciar sin miedo, porque saben que hay una base que protege sus derechos.”
Luna comprendió entonces que esas leyes internacionales eran más que solo papeles firmados por presidentes: eran un pacto entre países para cuidarse mutuamente y ayudarse cuando algo salía mal.
Antes de regresar a su cuarto, Luna le agradeció al Guardián y a Arlo por tan increíble aventura. “Ahora sé que, aunque el mundo es grande y diverso, todos estamos conectados por esas reglas que nos permiten vivir mejor juntos. A veces parece complicado, pero en realidad es como un gran juego donde todos deben seguir las mismas normas para que funcione.”
El Guardián la miró con ternura y dijo: “Nunca dejes de hacer preguntas, Luna. Porque la curiosidad es la luz que guía a quienes quieren cambiar el mundo para mejor.”
En un parpadeo, Luna se encontró de nuevo en su cama, con el globo terráqueo apagado y el cuarto en silencio. Pero algo había cambiado dentro de ella: una convicción fuerte de que el respeto, la justicia y la cooperación no eran palabras difíciles, sino herramientas mágicas que podían transformar la convivencia entre todos.
Desde esa noche, Luna decidió compartir su nueva sabiduría con sus amigos y familiares, explicándoles cómo las reglas internacionales funcionan para que todos vivamos con más armonía. Entendió que el mundo es como un enorme grupo de amigos que deben escucharse y respetarse, tomando en cuenta las diferencias y trabajando juntos para que los problemas se resuelvan hablando y no peleando.
Así, con la inocencia y la valentía propia de una niña, Luna empezó a escribir pequeñas historias sobre el Derecho Internacional y la paz, porque sabía que la mejor forma de construir un planeta armonioso era, primero, entender cómo funciona y, después, contarlo para que más personas lo aprendieran.
Y así termina esta historia, recordándonos que, aunque tengamos culturas, colores e idiomas diferentes, las reglas que compartimos son las que nos permiten vivir juntos como un gran equipo llamado humanidad, donde el respeto, la justicia y la cooperación son siempre la mejor aventura.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.