Era un día brillante y soleado cuando Ángeles, Martín y Fernando decidieron ir al parque para jugar y disfrutar del aire libre. Los tres amigos se conocían desde la escuela y siempre buscaban aventuras juntos. Ángeles era una niña muy alegre, con risos dorados y ojos grandes que brillaban cada vez que veía una mariposa o una flor nueva. Martín era un niño de cabello oscuro y sonrisa amplia, siempre listo para correr y descubrir cosas nuevas. Fernando, el más pequeño, tenía una nariz llena de pecas y una risa contagiosa que animaba a todos a su alrededor.
Al llegar al parque, los niños respiraron profundo, llenándose de emoción por todas las cosas que podían hacer. Había columpios, toboganes, un árbol enorme con ramas bajas donde podían trepar, y un campo verde perfecto para correr y jugar. Ángeles corrió hacia el columpio y se subió rápidamente, empujándose con las piernas para ir cada vez más alto. Martín y Fernando la miraban con admiración, esperando su turno para jugar.
-¡Vamos a jugar todos juntos! – dijo Fernando con entusiasmo mientras terminaba de subir al tobogán. Ángeles bajó del columpio y corrió hacia ellos, sus pies apenas tocaban el suelo cuando sonreía feliz.
Decidieron empezar jugando a ser exploradores. Ángeles, con una pequeña brújula que llevaba en el bolsillo de su chaqueta, lideraba el camino. Martín llevaba una lupa que le prestó su papá y Fernando una mochila con algunas galletas para el picnic que imaginaron llevarían en el bosque que se extendía al lado del parque.
Mientras caminaban entre los árboles pequeños y las flores que crecían cerca, Martín encontró una piedra que parecía tener formas extrañas dibujadas en ella.
-¡Miren esta piedra mágica! – exclamó, sosteniéndola para que sus amigos la vieran.
Ángeles se acercó para observarla con atención y dijo:
-Parece una piedra de un cuento antiguo, como las que usaban los caballeros para encontrar tesoros escondidos.
Fernando, entusiasmado, dijo:
-¡Entonces debemos buscar ese tesoro! ¡Vamos a ser valientes aventureros!
Los tres comenzaron a buscar bajo piedras, dentro de los arbustos y alrededor del árbol gigantesco. Justo cuando estaba a punto de rendirse, Ángeles encontró algo brillante enterrado en la tierra. Entre todos cavaron con cuidado y sacaron una cajita pequeña, vieja y cubierta de polvo.
La cajita tenía dibujos de estrellas, lunas y soles en la tapa y parecía muy antigua.
-¿Qué habrá dentro? – preguntó Fernando con los ojos bien abiertos de emoción.
Martín buscó un palo para abrirla lentamente, y cuando lo hicieron, encontraron varios dibujos pequeños y un papel con una nota escrita con letras bonitas y ordenadas:
“Este tesoro es para quienes valoran la amistad, la imaginación y la alegría del juego. Recuerda siempre que el mejor tesoro está en compartir momentos felices juntos.”
Los tres amigos se miraron y sonrieron, comprendiendo que ese mensaje era el verdadero regalo. Ángeles dijo:
-Me gusta mucho este tesoro, porque nos recuerda que estar juntos es lo más valioso.
-Martín respondió con entusiasmo-: Sí, y lo mejor es que todavía podemos seguir disfrutando el día, jugando y creando más aventuras.
Fernando apresuró a añadir:
-¡Sí! ¡Vamos a jugar a los caballeros y princesas del parque! ¡Yo seré el dragón que cuida el castillo!
Los otros se rieron y pronto comenzaron a transformar el parque en un reino mágico, donde los columpios eran torres altas y el tobogán, un castillo con murallas. Ángeles se puso una bufanda roja que encontraron en el banco y dijo ser la princesa valiente. Martín tomó una rama y la usó como espada para defender el castillo.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.