Cuentos de Fantasía

Ángeles de Azúcar y Reflejos Mágicos

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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En un pequeño pueblo rodeado de bosques mágicos y campos de flores de colores brillantes, vivían dos amigos muy especiales: Ana y Lucas. Ambos tenían 11 años y compartían una curiosidad insaciable por descubrir misterios y aventuras. Un día, mientras exploraban el bosque cercano a su casa, encontraron algo que cambiaría sus vidas para siempre: una puerta diminuta, adornada con relucientes reflejos y grabados de ángeles de azúcar y purpurina que parecían brillar bajo la luz del sol.

Curiosos, Ana y Lucas se miraron con asombro y decidieron abrir la puerta. Para su sorpresa, no era una puerta común, sino una entrada a un mundo mágico lleno de reflejos luminosos y criaturas de ensueño. Al abrirla, una corriente de aire brillante los envolvió y, en un abrir y cerrar de ojos, ambos se encontraron en un lugar extraordinario, donde el cielo era de un azul profundo y las nubes se asemejaban algodones de azúcar. Todo en ese mundo parecía hecho de caramelos, chocolates y dulces de colores, y en el aire flotaban ángeles diminutos hechos de azúcar, con alitas brillantes y sonrisas cálidas que iluminaban sus rostros.

Mientras Ana y Lucas caminaban con cautela por aquel bosque encantado, un ángel de azúcar llamado Celeste se les acercó flotando suavemente. Celeste tenía unas alas que reflejaban todos los colores del arcoíris y una sonrisa que parecía hecha de miel pura. —¡Bienvenidos, viajeros! —les dijo con una voz dulce y melodiosa—. Mi nombre es Celeste y soy una de las guardianas de estos reflejos mágicos. Aquí todo está lleno de dulzura y magia, pero también hay un pequeño problema que necesitas ayudarnos a resolver.

Ana, emocionada y un poco nerviosa, preguntó: —¿Qué podemos hacer para ayudar? Porque este mundo es hermoso, pero ¿qué problema hay aquí? Lucas asintió, también interesado en saber qué podía hacer.

Celeste explicó que una sombra oscura llamada Umbría había llegado al reino de los reflejos y estaba intentando apagar toda la luz y la alegría que llenaban aquel lugar mágico. La sombra se alimentaba de las lágrimas de tristeza y de la falta de color en los corazones de los habitantes, y si lograba extenderse demasiado, todo el mundo sería gris y triste para siempre. Para evitarlo, necesitaban encontrar un objeto mágico llamado el Cristal de la Alegría, que había sido escondido en una cueva secreta, protegida por acertijos y obstáculos que solo los más valientes y listos podían superar.

Ana y Lucas aceptaron con entusiasmo la misión y, acompañados por Celeste, partieron en busca de la cueva. La travesía los llevó a través de jardines de caramelos y ríos de chocolate líquido, donde los reflejos de los ángeles de azúcar parecían bailar y jugar con ellos. En su camino, conocieron a un pequeño duende de nombre Bomín, que parecía salido de una caja de chocolates con orejas puntiagudas y sonrisa pícara. Bomín era un ayudante en quién podían confiar, y decidió unirse a la aventura, ya que también quería ver cómo podían salvar su mundo.

Mientras avanzaban, enfrentaron diferentes desafíos. El primero fue un laberinto de espejos que reflejaban no solo sus formas físicas, sino también sus miedos y dudas. Ana vio en uno de los espejos una versión de ella misma con miedo a fracasar y no ser lo suficientemente valiente; Lucas, en otro, se vio rodeado de sombras que le susurraban que no lograrían nada. Celeste, con su luz brillante, los ayudó a entender que esos reflejos eran solo ilusiones y que su verdadera fuerza residía en la amistad y la valentía. Con paciencia y apoyo mutuo, lograron salir del laberinto y continuaron su camino hacia la cueva.

La entrada a la cueva estaba custodiada por acertijos escritos en un muro de cristal. Uno de los enigmas decía: “Soy la luz en la oscuridad, el brillo en lo simple, la alegría en la tristeza. ¿Qué soy?” Sin dudarlo, Ana respondió con una sonrisa: — ¡La esperanza! Lucas asintió y agregó: — ¡La amistad! Las palabras correctas hicieron que la puerta de cristal se abriera lentamente, dejando entrever un pasadizo que descendía hacia las profundidades de la tierra.

Dentro de la cueva, la oscuridad era espesa y el aire parecía pesado, pero en medio de la penumbra brillaba una luz suave y cálida. Siguiendo esa luz, llegaron a una cámara oculta donde descansaba el Cristal de la Alegría. Sin embargo, al acercarse, un último obstáculo apareció: una especie de pilar mágico que solo podía ser atravesado si resolvían un acertijo final. La piedra decía: “Cuanto más le quitas, más grande se vuelve. ¿Qué es?” Lucas pensó unos segundos y exclamó: — ¡Un agujero! La piedra se desvaneció y el camino quedó libre.

Con cuidado, Ana recogió el Cristal de la Alegría, sintiendo cómo su luz irradiaba en sus manos. De inmediato, una vibración cálida recorrió sus cuerpos y supieron que tenían que regresar al corazón del reino para devolver el cristal a su lugar y detener a Umbría. Pero todavía había un problema: la sombra buscaba apoderarse del cristal para usar su energía en su propia oscuridad. Entonces, Celeste, con todos sus reflejos luminosos, formó un escudo de luz para protegerlos y enfrentarse a la sombra de Umbría.

Cuando la sombra apareció, era una figura sombría y amorfa, que intentaba absorber toda la luz del mundo mágico. Ana y Lucas, con la ayuda de Bomín y Celeste, formaron un círculo defendiendo el cristal. Ana recordó algo importante: en los cuentos, siempre la verdadera fuerza reside en el corazón y en la valentía. Entonces, con una voz clara y llena de confianza, gritó: — ¡No tenemos miedo! ¡Aquí estamos, y no permitiremos que oscurezcas nuestro mundo!

La luz del cristal brilló con intensidad y empezó a vibrar, creando reflejos que envolvieron a Umbría y a la disolvieron en una niebla de luz resplandeciente. La sombra desapareció, y en su lugar quedó una pequeña chispa de esperanza y alegría que fue devuelta a su lugar en el corazón del reino. La escena se iluminó aún más, y todos los habitantes del mundo mágico, en forma de ángeles de azúcar y reflejos mágicos, salieron a saludar a Ana, Lucas, Celeste y Bomín, agradeciéndoles por su valentía y bondad.

Al volver a la puerta diminuta que los había transportado al mundo de los reflejos, Ana y Lucas se dieron cuenta de que había pasado mucho tiempo, pero en realidad, sentían que cada momento había valido la pena. Prometieron que seguirían siendo valientes y ayudando siempre que fuera necesario, sin importar cuán difícil pareciera la tarea. Cuando cruzaron la puerta, se encontraron de nuevo en el bosque, justo frente a la pequeña puerta de azulejos y grabados mágicos.

Desde aquel día, Ana y Lucas supieron que la verdadera magia reside en la amistad, en la valentía y en la alegría que llevan en su corazón. Descubrieron que, aunque en el mundo puede haber sombras, siempre hay una luz que puede derrotarlas cuando se comparte y se cultiva con amor y esperanza. Y así, con la promesa de cuidarse mutuamente y valorar la magia en cada pequeña cosa, regresaron a su pueblo, llenos de nuevas historias, sueños y la certeza de que la magia siempre está presente, solo hay que aprender a verla y a compartirla con quienes nos rodean.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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