Había una vez una niña llamada Arigabi, que vivía en un pequeño pueblo rodeado de colinas y bosques mágicos. Arigabi era una niña muy especial, con una sonrisa brillante y una gran imaginación. Sin embargo, desde que nació, tenía dificultades para hablar claramente. Sus palabras salían como pequeños murmullos y sonidos incomprensibles para la mayoría de las personas, excepto para su héroe, su papá, a quien ella llamaba cariñosamente Papi Mio.
Papi Mio era un hombre fuerte y amable, que siempre sabía exactamente lo que Arigabi quería decir. Tenía un corazón tan grande que parecía tener un don especial para entender a su hija. Juntos, pasaban horas hablando en su propio lenguaje secreto, lleno de amor y comprensión. Para Arigabi, su papá era como un mago que podía descifrar cualquier enigma.
Cuando Arigabi cumplió cuatro años, empezó a asistir a la escuela del pueblo. Al principio, estaba muy emocionada por conocer nuevos amigos y aprender cosas nuevas. Pero, pronto, descubrió que las cosas no serían tan fáciles. Los otros niños no entendían su manera de hablar y, en lugar de intentar comprenderla, empezaron a burlarse de ella.
«¡Arigabi no sabe hablar bien!» decían los niños entre risas. Arigabi se sentía triste y sola. Cada día, al regresar a casa, sus ojos estaban llenos de lágrimas. Papi Mio la recibía con un abrazo cálido y le decía: «No te preocupes, mi pequeña, todo va a mejorar. Eres muy valiente y juntos superaremos esto.»
Una noche, Arigabi estaba tan triste que no podía dormir. Miró por la ventana y vio las estrellas brillando en el cielo. Con el corazón lleno de esperanza, hizo una pequeña oración: «Diosito, por favor, ayúdame a ser fuerte y a hablar mejor. Quiero que los niños de la escuela me entiendan y no se burlen de mí.»
Al día siguiente, algo maravilloso sucedió. Papi Mio la llevó a un lugar especial, un centro de terapia del lenguaje. Allí, conocieron a una amable terapeuta que les explicó que, con práctica y dedicación, Arigabi podría mejorar su habla. Papi Mio sonrió y tomó la mano de Arigabi. «Vamos a hacerlo juntos, hija. No estás sola en esto.»
Así comenzó una nueva aventura para Arigabi. Cada día, después de la escuela, iba con Papi Mio al centro de terapia. Practicaban palabras, sonidos y ejercicios especiales. Papi Mio siempre estaba a su lado, animándola y celebrando cada pequeño progreso. Poco a poco, Arigabi empezó a notar que podía decir las palabras con más claridad.
El tiempo pasó y Arigabi trabajó muy duro. Sabía que con cada esfuerzo estaba un paso más cerca de su meta. Cada día, se sentía más segura de sí misma. Papi Mio nunca dejó de apoyarla, y juntos, formaban un equipo imparable.
Finalmente, llegó el día en que Arigabi regresaría a la escuela después de las vacaciones. Estaba nerviosa, pero también emocionada. Se puso su vestido favorito y, con una sonrisa en el rostro, caminó hacia la escuela de la mano de Papi Mio. «Recuerda, hija,» le dijo su papá, «eres fuerte y valiente. Estoy muy orgulloso de ti.»
Cuando llegó a la escuela, los niños se quedaron asombrados. Arigabi hablaba con una claridad que nunca antes habían escuchado. «¡Arigabi habla perfecto!» murmuraban entre ellos. Los niños que antes se habían burlado de ella se sintieron mal por cómo la habían tratado. Se acercaron a ella y, con sinceridad, le pidieron disculpas.
«Lo sentimos mucho, Arigabi. No debimos habernos burlado de ti. ¿Podrías perdonarnos?» dijeron los niños. Arigabi, con su gran corazón, sonrió y los perdonó. «Claro que sí, todos cometemos errores. Ahora podemos ser amigos y jugar juntos.»
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.