En un pequeño y pintoresco pueblo rodeado de frondosos bosques y ríos cristalinos, vivía una familia muy unida. El padre, Luis, era un hombre alto y fuerte, de cabello negro y ojos brillantes que siempre estaban llenos de ideas. Luis trabajaba en el campo, cultivando la tierra y cuidando de los animales, pero siempre tenía tiempo para sus hijos y para pensar en maneras de mejorar la vida en el pueblo. La madre, Ana, era una mujer amable y cariñosa, con una sonrisa que podía iluminar el día más oscuro. Se encargaba de la casa y de cuidar a sus hijos con gran dedicación.
El hermano mayor, Ángel, era un adolescente curioso e inteligente. Siempre estaba explorando el bosque cercano, buscando nuevas aventuras y descubriendo los secretos que la naturaleza escondía. Su hermano menor, Sebastián, era un niño pequeño con un espíritu aventurero y una imaginación sin límites. Pasaba horas jugando con palos y piedras, imaginando que eran espadas y escudos de poderosos caballeros.
Junto a ellos vivía el Tío Claudio, el hermano mayor de Luis, un hombre sabio y sereno que había recorrido el mundo antes de establecerse en el pueblo. Claudio caminaba con un bastón, pero su mente era tan aguda como siempre. Era conocido por ser el consejero de la familia, y siempre tenía una historia o un consejo para cualquier problema que surgiera.
Un día, la familia comenzó a notar que algo extraño sucedía en el pueblo. Las cosechas, que normalmente eran abundantes, empezaron a fallar. Las frutas y verduras no crecían como solían hacerlo, y los animales se volvían inquietos y enfermizos. Luis, preocupado por su familia y los demás habitantes del pueblo, decidió investigar la causa de este problema.
“Debemos encontrar una solución antes de que esto empeore”, dijo Luis a su familia mientras se reunían en la mesa una noche.
“Tienes razón, Luis”, respondió Ana, “pero no sé por dónde empezar. Todo parece normal, pero algo está mal”.
Ángel, siempre curioso, sugirió: “¿Y si exploramos más allá del bosque? Tal vez allí encontremos la respuesta”.
“Es peligroso ir tan lejos”, advirtió Tío Claudio, “pero a veces, las respuestas que buscamos están donde menos lo esperamos”.
Sebastián, que había estado escuchando en silencio, intervino con su entusiasmo característico: “¡Podemos hacerlo! ¡Seremos como los héroes de las historias!”
La familia decidió que, al día siguiente, explorarían el bosque más a fondo, en busca de pistas que pudieran explicar lo que estaba ocurriendo. Al amanecer, se prepararon con provisiones y herramientas, y se adentraron en el espeso bosque que rodeaba su hogar.
El bosque estaba lleno de vida; los árboles altos y robustos se alzaban hacia el cielo, y el canto de los pájaros resonaba entre las ramas. Pero a medida que se adentraban más, empezaron a notar que algo no estaba bien. Las hojas de los árboles más cercanos al centro del bosque estaban marchitas, y el aire se sentía pesado, casi como si estuviera cargado de una energía oscura.
“Esto no es normal”, murmuró Luis mientras miraba a su alrededor con preocupación.
“Hay algo que afecta a este lugar”, añadió Tío Claudio, tocando el tronco de un árbol cercano, cuyas raíces parecían haberse enredado y muerto.
Sebastián, sin embargo, parecía menos asustado y más curioso. “Quizás hay un monstruo en el bosque”, dijo, imaginando que pronto se enfrentarían a alguna criatura mítica.
Pero Ángel, más razonable, sugirió que podrían estar ante una maldición. “He leído en los libros que a veces la tierra se enferma por culpa de maldiciones o hechizos. Tal vez deberíamos buscar señales de magia”.
La familia continuó su camino, y pronto llegaron a un claro en el corazón del bosque. Allí, encontraron algo que no esperaban: una antigua cabaña, cubierta de enredaderas y musgo, como si hubiera estado abandonada durante siglos.
“¿Quién vivía aquí?”, se preguntó Ana en voz alta.
“No lo sé, pero deberíamos tener cuidado”, dijo Luis, tomando a Sebastián de la mano mientras se acercaban a la cabaña.
Al entrar, encontraron un lugar oscuro y frío. Había estanterías llenas de frascos con líquidos extraños y libros polvorientos. Todo estaba cubierto por una gruesa capa de polvo, como si nadie hubiera pisado ese lugar en mucho tiempo. Sin embargo, en el centro de la habitación había una mesa con un libro abierto. Parecía reciente, como si alguien lo hubiera dejado allí no hacía mucho.
“Esto es muy extraño”, dijo Tío Claudio, acercándose al libro. “Es un diario… y parece que alguien estaba experimentando con la magia de la naturaleza”.
Luis frunció el ceño al leer algunas de las notas. “Aquí habla de intentar controlar el crecimiento de las plantas, de hacer que la tierra produzca más, pero algo salió mal… muy mal”.
Ana, al leer las palabras del diario, sintió un escalofrío. “Esta persona intentó jugar con fuerzas que no comprendía, y parece que eso afectó a todo el bosque… y ahora está afectando al pueblo”.
Ángel, con su mente siempre activa, dijo: “Debemos deshacer el hechizo. Si fue magia lo que causó esto, entonces debe haber una forma de revertirlo”.
Sebastián, con sus ojos llenos de determinación, añadió: “¡Podemos hacerlo juntos!”.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.