En un pequeño pueblo rodeado de colinas y vastos campos verdes, vivía un niño llamado Elian junto a sus padres, Valery y Jose. Elian tenía una amiga muy especial, una yegua llamada Canela, que era conocida en todo el pueblo por su hermoso pelaje castaño y su gentil naturaleza. Canela no era solo una yegua para Elian; era su confidente y compañera de aventuras, brindándole las mayores alegrías.
Cada día, después de la escuela, Elian corría a encontrarse con Canela. Juntos exploraban los alrededores del pueblo, descubriendo senderos ocultos y secretos del bosque que sólo ellos conocían. Los padres de Elian, Valery y Jose, a menudo se unían a estas expediciones, disfrutando del aire fresco y de los momentos felices que compartían como familia.
Una tarde de otoño, mientras el sol comenzaba a esconderse detrás de las montañas, Elian y su familia decidieron explorar una parte del bosque que nunca antes habían visitado. Canela, emocionada como siempre, los guió por un camino cubierto de hojas doradas y rojas. Después de un rato, llegaron a una parte del bosque que parecía sacada de un cuento de hadas: árboles tan altos que parecían tocar el cielo, flores que brillaban suavemente bajo los últimos rayos del sol y un silencio mágico, sólo interrumpido por el sonido de un arroyo cercano.
De repente, Canela se detuvo. Frente a ellos había un gran árbol con una puerta tallada en su tronco. Elian, impulsado por la curiosidad, se acercó a la puerta y, mirando a sus padres en busca de aprobación, la empujó suavemente. Para su sorpresa, la puerta se abrió revelando un túnel que brillaba con luces de colores.
Con una mezcla de nerviosismo y emoción, Elian, Canela, Valery y Jose entraron al túnel. Caminaron por lo que parecieron horas, maravillados por la belleza de las luces y los sonidos misteriosos que los rodeaban. Finalmente, el túnel los condujo a un claro en el bosque donde un espectáculo aún más asombroso los esperaba.
Era una aldea encantada habitada por criaturas mágicas: hadas que danzaban en el aire, duendes juguetones que se escondían detrás de las piedras y animales que hablaban con voces suaves y melodiosas. Todos ellos se reunieron alrededor de Elian y su familia, dándoles la bienvenida a su mundo secreto.
Elian, maravillado, se dio cuenta de que Canela parecía conocer a todas estas criaturas. La yegua relinchaba felizmente mientras algunas hadas acariciaban su pelaje. Una de las hadas, con un brillo particular en sus ojos, se acercó a Elian y le susurró que Canela era en realidad la guardiana de ese mundo mágico, encargada de proteger la entrada entre los dos mundos.
Elian sintió una mezcla de asombro y orgullo. Su mejor amiga no solo era especial para él, sino para todo un mundo mágico. Las hadas les explicaron que podían visitar este lugar siempre que lo desearan, pero debían guardar el secreto para proteger la magia del lugar.
Después de pasar horas jugando y aprendiendo sobre la aldea encantada, Elian y su familia sabían que era hora de regresar. Se despidieron de sus nuevos amigos y prometieron volver. Canela, con un brillo especial en sus ojos, los llevó de regreso a través del túnel.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.