Había una vez, en un pequeño pueblo cubierto de nieve, un niño llamado Fabián. Fabián era un niño muy curioso, siempre emocionado por las aventuras que podían surgir en cualquier momento. Le encantaba mirar por la ventana de su casa, ver cómo caía la nieve y cómo todos los niños jugaban en el frío pero brillante paisaje invernal. A Fabián le encantaba especialmente la época navideña, porque significaba que pronto llegaría Santa Claus. Cada año, él esperaba con ansias la noche del 24 de diciembre, cuando Santa llenaría su casa de regalos.
Un día, mientras Fabián ayudaba a su mamá a decorar el árbol de Navidad, miró por la ventana y vio algo extraño. Una figura envuelta en una túnica roja y un gorro blanco estaba parada al lado de un árbol grande en el parque de la ciudad. Fabián no podía creer lo que veía. «¡Mamá, mira! ¡Es Santa Claus!», gritó emocionado. Su mamá se asomó a la ventana, y sonrió al ver a su hijo tan emocionado.
—Oh, cariño, creo que solo es tu imaginación. Santa Claus está muy ocupado en el Polo Norte, preparando los regalos para los niños de todo el mundo —dijo su mamá, mientras colgaba una brillante bola roja en la rama más alta del árbol.
Pero Fabián no podía dejar de pensar en la figura que había visto. Decidió que, después de cenar y antes de que se fuera a la cama, saldría a investigar. Después de la cena, su mamá le dijo que era hora de irse a dormir, pero Fabián tenía otros planes. Se pondría su abrigo, sus botas y su gorro, y saldría al parque para ver si de verdad era Santa Claus.
Cuando salió de su casa, el aire frío acarició su cara, y la luna brillaba como un faro en el cielo. Caminó emocionado hacia el parque, y al llegar, vio que la figura roja seguía allí, junto al árbol. Tenía una gran bolsa a sus pies, llena de regalos. Con un poco de miedo pero mucho más de curiosidad, Fabián se acercó sigilosamente.
—¡Hola! —dijo, al llegar cerca de la figura.
La figura se volvió y, para su sorpresa, era Santa Claus en persona, con su larga barba blanca y su sonrisa amistosa. Santa lo miró con cariño y le dijo:
—¡Hola, Fabián! ¡He estado esperando por ti!
Fabián quedó paralizado por la sorpresa. «¿Cómo sabe mi nombre?», pensó. Sin embargo, las palabras de Santa lo llenaron de valentía.
—¿De verdad eres Santa Claus? —preguntó Fabián, con los ojos muy abiertos.
—Sí, soy yo —respondió Santa—. He venido a tu pueblo para hacer algo muy especial esta Navidad.
Fabián no podía creer lo que estaba escuchando. Había oído muchas historias sobre cómo Santa volaba en su trineo y entregaba regalos a los niños, pero jamás imaginó que tendría la oportunidad de conocerlo en persona.
—¿Qué estás haciendo aquí, Santa? —preguntó, ansioso.
—He traído un regalo muy especial que necesita ser entregado. Pero hay un pequeño problema —dijo Santa, mirándolo a los ojos—. Necesito tu ayuda.
Fabián sintió que su corazón latía con fuerza. ¡Ayudar a Santa Claus! Era un honor que no podía rechazar.
—¡Claro que sí! ¿Qué necesitas que haga?
—Debo entregar un regalo a una niña que vive en el pueblo, pero los elfos que siempre me ayudan están muy ocupados haciendo juguetes, y no puedo hacerlo solo. Me encantaría tener compañía en esta aventura —dijo Santa con una gran sonrisa.
Fabián asintió con entusiasmo. «Por supuesto que quiero ayudarte», dijo, y Santa lo tomó de la mano.
Juntos, se dirigieron a la casa de la niña. En el camino, Santa le contó a Fabián sobre los elfos y cómo preparaban los juguetes en el Polo Norte. Fabián imaginaba a aquellos pequeños trabajando duro en un taller lleno de risas y alegría.
Al llegar a la casa de la niña, Santa sacó un regalo de su bolsa. Era un hermoso muñeco de trapo, hecho a mano, con un vestido rojo y un dulce sombrero de paja.
—Su nombre es Clara, y es una niña muy especial. Merece este regalo porque siempre comparte con los demás y ayuda a sus amigos. Ahora, vamos a dejar el regalo debajo del árbol —dijo Santa.
Fabián estaba emocionado. Miró hacia el interior de la casa y vio un árbol de Navidad decorado con luces centelleantes. Con cuidado, colocaron el regalo justo debajo del árbol y se retiraron silenciosamente.
—Ahora sólo queda un último regalo —dijo Santa—. Pero habrá que hacer un pequeño viaje.
—¿Un viaje? —preguntó Fabián con sorpresa.
—Exactamente. Vamos a la escuela, a ver a la Maestra Tania. Ella siempre se preocupa por sus alumnos y merece un regalo de Navidad también.
Fabián estaba asombrado. ¡Era una gran idea! La Maestra Tania siempre ayudaba a todos los niños, y tenía la voz más dulce que él había escuchado. Así que, juntos, como el mejor equipo, se dirigieron a la escuela.
Cuando llegaron, el lugar estaba tranquilo y en calma, y las luces del árbol de Navidad parpadeaban en el patio. Santa se detuvo en la puerta.
—Voy a dejarle un regalo especial a la Maestra Tania para mostrarle cuánto la apreciamos. Este regalo es para ella, para agradecerle por su dedicación y amor —dijo mientras sacaba otro paquete de su bolsa.
Inside el paquete había un libro de cuentos mágicos, lleno de historias fantásticas que podrían transformar cualquier día normal en una aventura extraordinaria.
Fabián ayudó a poner el regalo debajo del árbol de Navidad que había en la entrada de la escuela. «Espero que le guste», dijo con una sonrisa.
—Oh, le encantará, Fabián. ¡Las cosas más simples a veces son las que más se aprecian! —dijo Santa.
De repente, escucharon un pequeño susurro. Era una ardillita que había estado observando toda la escena desde su árbol. Se acercó, con sus ojos brillantes.
—¿Qué están haciendo? —preguntó curiosa.
—Hola, pequeña ardilla. Estamos entregando regalos de Navidad —dijo Santa con su voz cálida.
La ardilla se mostró muy interesada y se unió al grupo. Se llamaba Lili, la ardillita más inquieta del bosque, y siempre estaba buscando nuevas aventuras.
—¿Puedo ayudar? —preguntó emocionada.
Fabián miró a Santa y ambos sonrieron.
—Por supuesto, Lili. Cuantos más seamos, más diversión habrá —dijo Fabián.
Y así, juntos, continuaron su camino para entregar más regalos por el pueblo. Cada vez que llegaban a una casa, Fabián se sentía lleno de alegría al ver las sonrisas que asomaban en los rostros de los niños al despertar y ver sus regalos.
La noche avanzaba, y la magia de la Navidad envolvía cada esquina del pueblo. Fabián, Santa y Lili visitaron las casas de todos sus amigos. Cada regalo era especial, cada entrega iba acompañada de risas y palabras de amor.
Fabián estaba tan feliz que no se dio cuenta de que el sol empezaba a asomarse en el horizonte. De repente, se sintió un poco cansado.
—Santa, ¿puedo quedarme contigo en el Polo Norte esta Navidad? —preguntó con inocencia.
Santa Claus sonrió y lo miró con ternura.
—Fabián, el verdadero espíritu de la Navidad es dar y compartir. Te llevaste un pedacito de ese espíritu esta noche. Regresa a casa y comparte con tu mamá las historias de esta aventura —dijo.
Fabián entendió entonces que la magia de la Navidad no solo estaba en recibir regalos, sino en la alegría de regalar y compartir momentos especiales con los demás. Se despidió de Santa y Lili, prometiendo que nunca olvidaría esa noche mágica.
Cuando aquel niño llegó a su casa, su mamá lo estaba esperando. A su lado, había una taza caliente de chocolate y galletas recién horneadas.
—¡Fabián, donde estabas! —exclamó su mamá, mientras lo abrazaba fuertemente—. Me preocupé tanto.
—Mamá, ¡has de escuchar lo que pasó! Conocí a Santa Claus, ¡y ayudé a entregar regalos! —dijo Fabián, sus ojos brillando de emoción.
Su mamá escuchó atentamente mientras Fabián contaba cada detalle de su aventura. Al finalizar, Fabián se sintió satisfecho porque, en el fondo, había comprendido que la Navidad era algo mucho más grande que solo recibir regalos. Era una oportunidad para amar, compartir y hacer felices a los demás.
Esa noche, mientras se acurrucaba en su cama, sintió una calidez en su corazón. Fabián cerró los ojos, soñando con el próximo año y las nuevas aventuras que le esperaban. Ya no era solo un niño que esperaba regalos, sino un niño que sabía que la verdadera magia de la Navidad está en el amor y la bondad que podemos ofrecer a los que nos rodean.
Así, la Navidad llegó a ser un tiempo de alegría y felicidad, donde los sueños se cumplen y las sonrisas brillan más intensamente que nunca. Y así, Fabián y su familia comenzaron a celebrar la Navidad de una manera nueva, siempre recordando que el mejor regalo que podemos dar es nuestro amor. Y con ese pensamiento, se quedó dormido, soñando con su próxima aventura junto a Santa Claus y todos sus nuevos amigos.
Y esa, amigos, es la historia de cómo un niño descubrió la verdadera alegría de la Navidad. Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.