Cuentos de Fantasía

El Lamento del Suelo que Muere

Lectura para 10 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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En un pequeño pueblo ubicado al borde de un bosque encantado, donde los árboles hablaban entre sí y las flores danzaban al ritmo del viento, vivían cinco amigos inseparables: Juan, Rita, Sara, Martín y Alejandro. Cada tarde después de la escuela, solían explorar los rincones del bosque, siempre en busca de nuevas aventuras y misterios.

Una tarde soleada, mientras caminaban, se encontraron con un sendero cubierto de hojas brillantes que nunca habían visto antes. La curiosidad se apoderó de ellos, así que decidieron seguirlo. A medida que avanzaban, las hojas emitían un ligero brillo dorado y un dulce aroma a vainilla llenaba el aire. Algo mágico estaba ocurriendo.

—¿A dónde crees que nos llevará este camino? —preguntó Rita, emocionada.

—No lo sé, pero apuesto a que será un lugar increíble —respondió Martín, saltando de entusiasmo.

Después de caminar un rato, llegaron a un claro rodeado de árboles gigantes, cada uno más frondoso que el anterior. En el centro del claro, había un enorme árbol milenario al que todos los niños llamaban «El Guardián del Bosque». Sus ramas se extendían como brazos protectores y su tronco era tan ancho que cuatro niños no podían rodearlo.

—¡Miren! —exclamó Sara, señalando algo a los pies del árbol—. ¿Qué es eso?

Los amigos se acercaron y vieron una extraña figura que parecía estar hecha de barro y hojas secas. Tenía grandes ojos triste y una boca que apenas podía esbozar una sonrisa. Era un ser diminuto y vulnerable, que parecía estar sufriendo.

—¿Qué te pasa? —preguntó Alejandro, con la voz llena de preocupación.

—Soy el Lamento del Suelo que Muere —respondió la criatura con un susurro—. He venido a pedir ayuda. El bosque está sufriendo y pronto quedará desolado si no hacemos algo.

Los cinco amigos se miraron, confundidos pero decididos a intervenir.

—¿Qué podemos hacer? —preguntó Juan, mientras el sol empezaba a ocultarse detrás de los árboles.

—Las raíces del Guardián del Bosque están secándose por culpa de un veneno que ha sido arrojado en el arroyo cercano. Si no lo detienen, el bosque morirá y con él, yo también —dijo el ser, con lágrimas en los ojos.

—¡Tenemos que ayudar! —clamó Rita con determinación—. ¿Dónde queda el arroyo?

—Sigan el camino que lleva hacia el este. Allí encontrarán la fuente del veneno —les indicó el Lamento.

Sin dudarlo, los amigos se pusieron en marcha, sintiendo que era su deber salvar el bosque. El camino era difícil y estaba lleno de obstáculos, pero cada uno de ellos utilizó sus talentos: Juan, con su habilidad para escalar, subió por una roca para allanar el paso; Sara, con su ingenio, encontró maneras de atravesar arroyos y riachuelos; Martín, siempre valiente, se encargó de asustar a los pequeños animales que intentaban evitar su paso; Rita, con su sentido de la orientación, guiaba al grupo a medida que se adentraban más en el bosque; mientras que Alejandro siempre mantenía el espíritu alto con chistes y risas.

Finalmente, después de un rato, llegaron a una corriente de agua que parecía oscura y monstruosa. El agua estaba cubierta de una capa grisácea que emanaba un olor desagradable. El grupo miró horrorizado, sabiendo que ahí estaba el veneno.

—¿Cómo vamos a quitar esto? —preguntó Martín, mirando la gran mancha oscura.

De repente, el Lamento apareció nuevamente, flotando ante ellos.

—Necesitan el polvo mágico de las flores del arcoíris. Esa es la única forma de purificar el agua —explicó.

—Pero no tenemos idea de dónde encontrar esas flores —dijo Sara con frustración.

—Las flores crecen en el Valle de las Ilusiones. Deben creer en su existencia para poder verlas y alcanzarlas —contestó el Lamento.

El grupo, decidido a ayudar, se unió en un círculo y cerraron los ojos. Se concentraron en las flores del arcoíris, imaginando su belleza, su fragancia, y cómo podrían salvar el bosque. Poco a poco, una luz brillante empezó a envolverlos.

Cuando abrieron los ojos, se encontraron en un valle vibrante, lleno de colores que jamás habían visto. Flores de cada tono del arcoíris danzaban al ritmo del viento.

—¡Lo logramos! —gritó Rita, llena de alegría.

—Rápido, recojan el polvo de las flores —ordenó Alejandro con entusiasmo.

Los amigos comenzaron a rasgar pétalos y a recolectar el polvo que brillaba como estrellas. Una vez que tuvieron suficiente, volvieron rápidamente al arroyo. Usaron el polvo mágico para esparcirlo en el agua oscura, y, como por arte de magia, el veneno empezó a desvanecerse, dejando atrás un agua clara y cristalina.

Poco a poco, el arroyo empezó a fluir alegremente, llevando agua limpia al bosque y reviviendo todo a su paso. El Lamento, que estaba al tanto de todo, comenzó a reír con felicidad.

—Han hecho algo maravilloso. El bosque estará a salvo, y yo también —dijo con una voz llena de gratitud—. Ahora deben regresar a sus hogares.

Los amigos se despidieron del Lamento, felices de haber salvado su hogar. A medida que caminaban de regreso a su pueblo, comenzaron a hablar de sus próximas aventuras, sabiendo que estaban más unidos que nunca.

Esa noche, mientras se preparaban para dormir, cada uno de ellos sintió en su corazón la gran lección aprendida: la amistad, la cooperación y la fe en lo que parece imposible pueden salvar hasta el bosque más triste. Y así, entre risas y sueños, supieron que siempre estarían dispuestos a ayudar a quien lo necesitara, y que nada podía vencer el poder del amor y la amistad.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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