Cuentos de Fantasía

El Libro Mágico del Ático

Lectura para 8 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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En un pintoresco pueblo rodeado de colinas y arroyos cristalinos, vivían cuatro hermanos que compartían una conexión única: Guada, de 12 años, Tomás, de 10, Malena, de 6, y Román, el pequeño de 2 años. A pesar de sus diferencias de edad, los hermanos siempre encontraban maneras de disfrutar juntos, especialmente en los días lluviosos que pasaban explorando el ático de su casa antigua.

Una tarde gris, mientras el viento susurraba historias a través de las rendijas del techo, Malena, curiosa como siempre, descubrió una caja polvorienta escondida bajo un viejo tapiz. «¡Miren lo que encontré!» gritó, su voz resonando entre las sombras del ático.

Los cuatro hermanos se reunieron alrededor de la caja mientras Malena la abría con cuidado. Dentro, encontraron un libro antiguo, sus tapas gastadas cubiertas de dibujos de dragones y castillos. El libro brillaba con una luz dorada que parecía bailar en las paredes del ático.

«Debe ser un libro mágico,» dijo Tomás, sus ojos brillando con la promesa de aventura. No se equivocaba. Al abrir el libro, una luz cegadora los envolvió, y los hermanos sintieron el suelo desvanecerse bajo sus pies.

Cuando la luz se disipó, se encontraron en un bosque encantado. Árboles altísimos susurraban secretos antiguos y flores de mil colores cantaban melodías dulces. A lo lejos, un claro revelaba la figura de un dragón, cuyas escamas brillaban bajo el sol como gemas.

«¡Bienvenidos al Reino de los Dragones!» anunció el dragón con una voz que resonaba como el trueno, pero con una calidez que tranquilizaba a los niños. «Me llamo Coco, y estoy aquí para llevarlos en una gran aventura.»

Los hermanos, tomados de las manos, siguieron a Coco a través del bosque. Primero, los llevó a una pradera donde criaturas mágicas jugaban entre las hierbas altas. Guada, con su nueva corona de flores, podía entender el lenguaje de las mariposas, mientras que Tomás encontraba que podía correr tan rápido como el viento.

Malena, con su pequeña estatura, descubrió que podía hablar con las flores, que le contaban historias de antiguos magos y princesas perdidas. Román, aunque pequeño, encontraba fascinación en cada hoja y cada piedra, riendo con deleite cada vez que un animal del bosque se acercaba curioso.

Después de un día lleno de juegos y descubrimientos, Coco los guió a una cueva resplandeciente de cristales. «Este lugar guarda un tesoro para aquellos de corazón puro,» explicó Coco, mientras sus ojos gentiles escudriñaban a los hermanos.

Dentro de la cueva, cada hermano encontró algo especial: Guada una varita de cristal que brillaba con luz propia; Tomás, un escudo que podía cambiar de forma; Malena, un pequeño dije que siempre le mostraría el camino a casa; y Román, un gorro que podía cambiar de color según su humor.

Con sus nuevos tesoros en mano, los hermanos se sintieron como verdaderos aventureros. «Es hora de volver,» dijo Coco al caer la noche. «Pero recuerden, siempre pueden regresar cuando lo deseen, solo tienen que abrir el libro.»

De vuelta en el ático, los hermanos cerraron el libro, aún sintiendo la magia resonar en sus corazones. Sabían que, aunque regresaran a su mundo, la aventura siempre estaría esperándolos, justo en las páginas de aquel libro mágico.

Desde ese día, el vínculo entre los hermanos se fortaleció aún más, sabiendo que juntos podrían enfrentar cualquier desafío, tanto en su mundo como en el reino mágico. Y así, rodeados de secretos y magia, Guada, Tomás, Malena y Román crecieron, no solo en edad sino en espíritu, llevando siempre en sus corazones la aventura más grande de todas: la de ser hermanos en un mundo lleno de maravillas.

A medida que los años pasaban, cada hermano desarrolló habilidades únicas que iban más allá de las capacidades que los tesoros mágicos les habían otorgado. Guada, ahora una adolescente, tenía una habilidad especial para curar plantas y animales con solo tocarlos. Tomás se había convertido en un excelente estratega, capaz de resolver los problemas más complicados con facilidad. Malena, siempre la más aventurera, podía ver rastros de magia donde otros no veían nada. Y Román, aunque aún el menor, poseía una risa contagiosa que podía alegrar el día más sombrío.

Un día, mientras exploraban un nuevo capítulo del libro mágico, los hermanos descubrieron un mapa que señalaba el camino hacia la Isla de los Tiempos Perdidos, un lugar legendario en el Reino de los Dragones donde se decía que el tiempo se detenía y los secretos del universo eran revelados a aquellos que lograran llegar allí. Con la emoción renovada de una nueva aventura, decidieron embarcarse en la búsqueda de esta isla misteriosa.

La jornada no fue fácil. Los desafíos comenzaron cuando un río encantado bloqueó su camino, sus aguas cambiaban de dirección y flujo con cada paso que intentaban dar. Pero gracias a la habilidad estratégica de Tomás, lograron construir una balsa que obedecía sus comandos y cruzaron el río con éxito. En el bosque que seguía, Guada curó a un ciervo herido, que agradecido, les reveló un atajo secreto hacia la montaña que debían escalar.

Con cada obstáculo superado, la confianza de los hermanos crecía, así como su admiración mutua y el amor que se tenían. Al llegar a la cima de la montaña, encontraron la entrada a un túnel que, según el mapa, los llevaría directamente a la isla. El túnel estaba lleno de espejos que no solo reflejaban su imagen, sino también sus miedos y dudas. Cada hermano enfrentó sus temores internos, ayudados por el apoyo incondicional de los demás.

Al final del túnel, la luz del sol los cegó momentáneamente antes de revelar la vista más espectacular que jamás habían visto: la Isla de los Tiempos Perdidos, resplandeciente bajo un cielo donde flotaban islas más pequeñas y estrellas brillaban incluso durante el día.

En la isla, se encontraron con criaturas que habían sido solo leyendas en su mundo: fénix que renacían de sus cenizas, unicornios que galopaban libremente, y sabios antiguos que compartían su conocimiento con aquellos que demostraban ser dignos. Los hermanos pasaron días aprendiendo y explorando, cada día más asombrados por las maravillas de la isla.

Finalmente, se encontraron con el Guardián del Tiempo, un dragón anciano con escamas que parecían contener constelaciones enteras. El Guardián les ofreció un regalo: la oportunidad de visitar cualquier momento del pasado o del futuro. Sin embargo, los hermanos, sabios y unidos, decidieron que el presente era donde querían estar, pues cada momento vivido juntos era un tesoro que no querían cambiar ni por todo el conocimiento del universo.

Con corazones llenos de nuevas historias y sabiduría, regresaron a su hogar, donde el libro mágico cerró su último capítulo por sí mismo, como si supiera que los hermanos ya habían obtenido todo lo que necesitaban de sus páginas. Ahora, más que nunca, estaban listos para crear sus propias historias, sabiendo que la magia más grande no estaba en los lugares lejanos o los tiempos antiguos, sino en la simple y profunda magia de la familia y la amistad.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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