En un pintoresco pueblo rodeado de colinas y arroyos cristalinos, vivían cuatro hermanos que compartían una conexión única: Guada, de 12 años, Tomás, de 10, Malena, de 6, y Román, el pequeño de 2 años. A pesar de sus diferencias de edad, los hermanos siempre encontraban maneras de disfrutar juntos, especialmente en los días lluviosos que pasaban explorando el ático de su casa antigua.
Una tarde gris, mientras el viento susurraba historias a través de las rendijas del techo, Malena, curiosa como siempre, descubrió una caja polvorienta escondida bajo un viejo tapiz. «¡Miren lo que encontré!» gritó, su voz resonando entre las sombras del ático.
Los cuatro hermanos se reunieron alrededor de la caja mientras Malena la abría con cuidado. Dentro, encontraron un libro antiguo, sus tapas gastadas cubiertas de dibujos de dragones y castillos. El libro brillaba con una luz dorada que parecía bailar en las paredes del ático.
«Debe ser un libro mágico,» dijo Tomás, sus ojos brillando con la promesa de aventura. No se equivocaba. Al abrir el libro, una luz cegadora los envolvió, y los hermanos sintieron el suelo desvanecerse bajo sus pies.
Cuando la luz se disipó, se encontraron en un bosque encantado. Árboles altísimos susurraban secretos antiguos y flores de mil colores cantaban melodías dulces. A lo lejos, un claro revelaba la figura de un dragón, cuyas escamas brillaban bajo el sol como gemas.
«¡Bienvenidos al Reino de los Dragones!» anunció el dragón con una voz que resonaba como el trueno, pero con una calidez que tranquilizaba a los niños. «Me llamo Coco, y estoy aquí para llevarlos en una gran aventura.»
Los hermanos, tomados de las manos, siguieron a Coco a través del bosque. Primero, los llevó a una pradera donde criaturas mágicas jugaban entre las hierbas altas. Guada, con su nueva corona de flores, podía entender el lenguaje de las mariposas, mientras que Tomás encontraba que podía correr tan rápido como el viento.
Malena, con su pequeña estatura, descubrió que podía hablar con las flores, que le contaban historias de antiguos magos y princesas perdidas. Román, aunque pequeño, encontraba fascinación en cada hoja y cada piedra, riendo con deleite cada vez que un animal del bosque se acercaba curioso.
Después de un día lleno de juegos y descubrimientos, Coco los guió a una cueva resplandeciente de cristales. «Este lugar guarda un tesoro para aquellos de corazón puro,» explicó Coco, mientras sus ojos gentiles escudriñaban a los hermanos.
Dentro de la cueva, cada hermano encontró algo especial: Guada una varita de cristal que brillaba con luz propia; Tomás, un escudo que podía cambiar de forma; Malena, un pequeño dije que siempre le mostraría el camino a casa; y Román, un gorro que podía cambiar de color según su humor.
Con sus nuevos tesoros en mano, los hermanos se sintieron como verdaderos aventureros. «Es hora de volver,» dijo Coco al caer la noche. «Pero recuerden, siempre pueden regresar cuando lo deseen, solo tienen que abrir el libro.»
De vuelta en el ático, los hermanos cerraron el libro, aún sintiendo la magia resonar en sus corazones. Sabían que, aunque regresaran a su mundo, la aventura siempre estaría esperándolos, justo en las páginas de aquel libro mágico.
Desde ese día, el vínculo entre los hermanos se fortaleció aún más, sabiendo que juntos podrían enfrentar cualquier desafío, tanto en su mundo como en el reino mágico. Y así, rodeados de secretos y magia, Guada, Tomás, Malena y Román crecieron, no solo en edad sino en espíritu, llevando siempre en sus corazones la aventura más grande de todas: la de ser hermanos en un mundo lleno de maravillas.
A medida que los años pasaban, cada hermano desarrolló habilidades únicas que iban más allá de las capacidades que los tesoros mágicos les habían otorgado. Guada, ahora una adolescente, tenía una habilidad especial para curar plantas y animales con solo tocarlos. Tomás se había convertido en un excelente estratega, capaz de resolver los problemas más complicados con facilidad. Malena, siempre la más aventurera, podía ver rastros de magia donde otros no veían nada. Y Román, aunque aún el menor, poseía una risa contagiosa que podía alegrar el día más sombrío.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.