Había una vez, en una pequeña y acogedora casa al borde de la imaginación, una niña de tres años llamada Lola y su papá Miguel. Lola era una niña llena de energía y sonrisas, con rizos rebeldes que danzaban al ritmo de sus aventuras. Papá Miguel, con sus 45 años, tenía el corazón repleto de historias y un amor inmenso por su pequeña.
Cada día, después de la merienda, comenzaba el momento más esperado: la hora del juego. La sala de estar se transformaba en un reino mágico donde todo era posible. Un día, mientras el sol se escondía, dejando un manto de estrellas titilando en el cielo, Lola y su papá iniciaron un nuevo juego.
«¡Hoy seré un pulpo gigante!», anunció Papá Miguel, extendiendo sus brazos como si fueran largos tentáculos. Lola rió a carcajadas, y pronto se unió al juego, imaginándose como una valiente nadadora en el vasto océano.
El pulpo papá revoloteaba sus tentáculos de tela, fingiendo atrapar a Lola en cada giro. «¡Oh no, el gran pulpo me va a atrapar!», gritaba Lola, nadando alrededor del sofá y evitando hábilmente los brazos de su papá. Pero, en un giro inesperado, Papá Miguel la atrapó, llenándola de cosquillas y risas.
Después de escapar del gentil agarre del pulpo, Lola decidió que era hora de hacer las paces. «Señor Pulpo, ¿quiere ser mi amigo?», preguntó con una sonrisa inocente. «Por supuesto, pequeña nadadora», respondió Papá Miguel, y así comenzó una nueva aventura bajo el mar.
Juntos exploraron el océano imaginario, encontrando tesoros escondidos detrás de los cojines y rescatando peces de juguete atrapados entre las mantas. Lola alimentó al pulpo con galletas mágicas y juntos construyeron un castillo submarino con bloques de colores.
La noche se deslizaba suavemente, pero la aventura no terminaba ahí. «Ahora, juguemos a ser princesas que hacen magia», propuso Lola, y en un abrir y cerrar de ojos, la sala se convirtió en un reino encantado. Papá Miguel, siempre dispuesto a seguir la corriente, se transformó en un sabio rey, mientras Lola se ponía su corona de princesa.
Con una varita hecha de una ramita del jardín y mucha imaginación, Lola tocaba los muebles, pretendiendo convertirlos en sapos, pájaros y hasta en un caballo brillante. Papá Miguel se maravillaba con cada hechizo, celebrando la creatividad de su pequeña princesa.
Juntos, padre e hija, bailaron un vals mágico, girando y riendo bajo el resplandor de las luces suaves de la sala. La risa de Lola resonaba como música, llenando cada rincón de la casa con alegría y amor.
La noche avanzaba, y con un bostezo, Lola comenzó a sentir el peso del sueño en sus ojos. Papá Miguel, viendo a su pequeña princesa cansada, la tomó en brazos y la llevó a su habitación. «¿Te gustó nuestro juego de hoy, Lola?», preguntó mientras la arropaba.
«Sí, papá, me encantó ser una princesa y una nadadora valiente», murmuró Lola, cerrando los ojos lentamente. «Y a mí me encantó ser un pulpo y un rey», sonrió Papá Miguel, besando su frente. «Cada día contigo es una aventura maravillosa».
En la tranquilidad de la noche, Lola se sumergió en un sueño profundo, donde pulpos amigables y princesas mágicas danzaban en su imaginación. Papá Miguel se quedó a su lado un rato, observando su sueño pacífico, agradecido por esos momentos mágicos compartidos.
La historia de Lola y su papá era más que juegos y risas. Era una historia de amor, de un vínculo inquebrantable, y de recuerdos que perdurarían toda la vida. En cada juego, en cada risa, Papá Miguel y Lola tejían recuerdos preciosos, tesoros del corazón que brillarían por siempre.
Y así, noche tras noche, la casa de Lola y Papá Miguel se llenaba de magia y aventuras. Cada día era una oportunidad para viajar a mundos imaginarios, para reír, para aprender, y sobre todo, para amar. Porque en el corazón de cada juego, estaba la esencia de su maravillosa relación: un amor profundo y una imaginación sin límites.
En el mundo de Lola y su papá, cada día era una aventura, cada noche una historia para recordar. Y mientras el mundo exterior seguía su curso, en esa pequeña casa al borde de la imaginación, la magia nunca cesaba, y el amor nunca se agotaba.
Y aunque Lola crecería y los juegos cambiarían, esos momentos mágicos, esas risas compartidas, esas aventuras bajo el mar y en reinos encantados, permanecerían siempre en sus corazones, como un recuerdo dulce y eterno de los días en que todo era posible, y el amor era la más grande de todas las aventuras.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.