Era un día brillante y soleado, y la pequeña aldea de Cuentilandia respiraba felicidad por todos sus rincones. José, un niño curioso y soñador de once años, se encontraba en su casa, emocionado por la llegada de los Reyes Magos. Esa noche, las familias se reunían para celebrar, dejando en la puerta de sus casas dulces, cartas de deseos y, por supuesto, sus zapatos bien limpios, esperando que los Reyes llegaran con sorpresas.
Mami estaba en la cocina, horneando una deliciosa rosca de Reyes, mientras el aroma de canela y azúcar envolvía toda la casa. Papi, que era muy divertido, hacía muecas y jugaba con Amanda y Andrea, sus dos hermanas. Amanda, la mayor, tenía una personalidad fuerte y siempre buscaba aventuras, mientras que Andrea, la más pequeña, era pura ternura, llena de sueños e imaginación.
– ¡José! – gritó Andrea desde el salón. – Ven a ver esto, por favor.
José, quien estaba concentrado en sus pensamientos sobre los Reyes, se levantó de un salto y corrió a donde estaban sus hermanas. Cuando llegó, vio que Amanda sostenía un viejo libro polvoriento que había encontrado en la estantería de la abuela.
– ¿Qué es eso? – preguntó José, intrigado.
– Es un libro antiguo de cuentos de fantasía y aventuras – respondió Amanda, sonriendo. – Tiene historias de magia, dragones y lugares increíbles.
– ¡Vamos a leerlo! – sugirió Andrea, emocionada.
Así, los tres se sentaron en el suelo, rodeados de cojines coloridos y esperaban ansiosos a que su hermana mayor comenzara a leer en voz alta. Mientras tanto, Papi y Mami se unieron a ellos, creando un círculo familiar lleno de amor.
Amanda empezó a leer en voz alta. La historia contaba sobre un valiente caballero que viajaba por reinos lejanos, enfrentándose a monstruos y salvando a princesas. José y Andrea escuchaban atentamente. Sin embargo, uno de los relatos más cautivadores hablaba sobre un mundo mágico donde los deseos de los corazones puros se cumplían.
– ¡Imagina que pudiéramos ir a ese mundo! – exclamó Andrea, sus ojos brillando con emoción.
– No sería increíble tener un deseo mágico y verlo hacerse realidad. – dijo José.
Después de un rato de leer, Mami les dijo que era hora de prepararse para la noche de Reyes. Los niños estaban ansiosos. La celebración era un momento muy especial en su familia. Juntos, decoraron la casa con farolitos y estrellas de papel, mientras Mami y Papi ponían la mesa con la deliciosa comida que habían preparado.
Finalmente, llegó la noche. Los niños, llenos de emoción, se pusieron sus pijamas y colocaron sus zapatos en la entrada. Antes de irse a la cama, escribieron cartas a los Reyes, llenas de esperanza y deseos de cosas que deseaban. Andrea deseó un unicornio que volara, José pidió una espada de caballero que brillara en la oscuridad, Amanda pidió un mapa de tesoros y, para sorprender a todos, dejaron un espacio en blanco donde escribieron: “Deseamos una aventura mágica”.
Al día siguiente, la casa resonaba con risas y alegría. Los Reyes habían llegado y los zapatos estaban llenos de regalos. Cada uno de los niños recibió lo que había deseado, pero lo más sorprendente fue un pequeño paquete envuelto con un lazo dorado que no había sido escrito en ninguna carta.
– ¿Qué será eso? – preguntó José, mientras lo alzaba con curiosidad.
– Ábrelo, ábrelo – animaron sus hermanas.
José desató el lazo y desplegó el papel. Dentro encontró un medallón brillante con la forma de una estrella. Cuando lo sostuvo en su mano, sintió una extraña energía recorriendo su cuerpo. Al instante, el medallón comenzó a brillar intensamente, llenando la habitación con una luz mágica.
– ¡Mira! – gritó Andrea, asombrada. – ¡Es magia!
De repente, una luz deslumbrante los envolvió y en un parpadeo, se encontraron en un bosque lleno de colores vibrantes y árboles que parecían estar susurrando secretos. José, Amanda, Andrea, Mami y Papi miraban a su alrededor, completamente atónitos.
– ¿Dónde estamos? – preguntó Mami, tratando de contener su asombro.
– Creo que hemos llegado al mundo mágico que leímos en el libro – respondió Amanda, emocionada.
Mientras exploraban el bosque, se encontraron con criaturas fabulosas: hadas que danzaban entre las flores, unicornios que galopaban a su lado y duendes traviesos que se escondían entre los arbustos. Era un espectáculo maravilloso, y cada uno de ellos no podía creer lo afortunados que eran de estar allí.
– ¡Miren eso! – señaló José, señalando un claro donde había un enorme castillo fluyendo con luces.
Decidieron acercarse, y al llegar a la puerta, fueron recibidos por un guardián que portaba una brillante armadura.
– Bienvenidos al Reino de los Sueños – dijo el guardián con una voz profunda. – He estado esperando por ustedes. Los Reyes han enviado un mensaje.
Los niños se miraron entre sí, llenos de emoción.
– ¿Qué mensaje? – preguntó Mami, ansiosa.
– El medallón que portan tiene el poder de conceder un deseo a cada uno de ustedes. Pero recuerden, solo se debe usar con sabiduría – advirtió el guardián.
– ¡Eso es maravilloso! – exclamó José. – ¡Podemos desear lo que queramos!
Pero en ese momento, Amanda tomó la mano de José y le dijo:
– Temamos. Recuerden lo que leímos en el libro. Este poder viene con responsabilidad. Debemos pensar bien nuestros deseos.
Los niños asintieron, comprensivos. Se sentaron en un banco del jardín y empezaron a pensar en lo que realmente deseaban. No solo se trataba de cosas materiales, sino de deseos del corazón.
– Yo deseo que todos los niños del mundo tengan un hogar y una familia que los quiera – dijo Amanda con voz suave.
Todos se quedaron en silencio, reflexionando sobre lo que había dicho. Era un deseo noble, que provenía de su gran corazón.
– Yo deseo … – comenzó Andrea – que todos los mensajes de amor lleguen a las personas que los necesitan.
José sonrió a su hermana pequeña. Era un deseo hermoso y lleno de empatía.
– Yo deseo… – pensó José – tener un poco de valentía para poder ayudar a los demás en cualquier momento.
Mami y Papi miraban a sus hijos con orgullo. Y, cuando llegó el momento de que ellos hicieran su deseo, ambos decidieron desear felicidad y amor por sobre todas las cosas.
Finalmente, se dieron cuenta de que no necesitaban cosas materiales, sino que los deseos más importantes venían de sus corazones.
Convocando todo su valor, José sostuvo el medallón con fuerza y dijo en voz alta:
– Concedemos nuestros deseos, y deseamos que la alegría y el amor sean partes importantes de nuestras vidas y de la vida de todos en este reino.
El medallón brilló intensamente, y una luz celestial los envolvió nuevamente. Cuando la luz se desvaneció, los niños se encontraron de nuevo en su hogar, rodeados por los colores y aromas que solo conocían.
– ¿Fue real? – preguntó Andrea, mirando a sus hermanos.
– No lo sé – dijo Amanda, pero en su corazón sabía que lo había sido. – Pero lo importante es que aprendimos que los deseos de amor son los más valiosos.
A partir de ese día, José, Amanda, Andrea, Mami y Papi vivieron con un nuevo propósito. Cada año, la noche de Reyes se volvió incluso más especial, ya que les recordaba la aventura mágica que habían vivido y la importancia de compartir amor y alegría con los demás.
No olvidaron la lección aprendida: que la verdadera magia reside en el amor que compartimos y en los deseos que salen del corazón. Y así, cada vez que veían el medallón, se recordaban a sí mismos que, aunque aquellos ríos de colores y criaturas mágicas estaban lejos, la verdadera aventura siempre está más cerca de lo que uno puede imaginar: en la familia, en la bondad y en los sueños compartidos.
Con el tiempo, los niños crecieron, pero el recuerdo de esa mágica noche y los deseos que habían hecho nunca los abandonaron. Con cada año que pasaba, José, Amanda, Andrea, Mami y Papi continúan uniendo sus corazones en un solo deseo: el deseo de que la vida siempre esté llena de amor, alegría, y la mágica capacidad de seguir soñado juntos, sin importar la edad.
Y así, la historia de sus vidas continuó, llena de aventuras y amor en cada rincón, como el verdadero regalo que los Reyes Magos les habían traído aquella noche mágica.
Convencidos de que cada uno de nosotros tiene el poder de cambiar el mundo, siempre recordaron que lo más valioso en la vida no se puede comprar ni desear, sino que se construye a mano y se vive día a día, con en cada gesto de cariño y cada sueño compartido.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.