En un pequeño pueblo donde las flores susurraban y los árboles bailaban con el viento, vivían dos amigas inseparables, Maricielo y Diana. Maricielo, con su cabello largo y negro como la noche sin luna, y Diana, siempre con sus gafas y una chaqueta elegante, compartían una pasión por las aventuras y los misterios.
Un día de otoño, mientras las hojas caían como copos de oro y carmesí, Maricielo y Diana caminaban hacia su escuela, un lugar conocido por su arquitectura curiosa y sus profesores poco convencionales. En el camino, un pequeño movimiento entre los arbustos captó su atención. Era un cachorro, tan pequeño y frágil que a primera vista parecía una bola de pelusa perdida.
Maricielo, con el corazón palpitante de emoción, se agachó para acercarse al pequeño ser. El cachorro, tembloroso pero curioso, se acercó con cautela. Diana, observando la escena, sugirió, «Deberíamos llamarlo Peluche, por su pelaje suave y acogedor.»
Así, con Peluche ahora en compañía, las dos amigas continuaron su camino hacia la escuela, pero no tardaron en darse cuenta de que algo había cambiado. El camino usual, que conocían de memoria, comenzó a transformarse. Las piedras del sendero brillaban con colores que nunca antes habían visto, y las flores a los lados del camino parecían girar suavemente hacia ellas, susurrando palabras dulces y melodías encantadoras.
Maricielo, Diana y Peluche, maravillados por este cambio, siguieron adelante, guiados por la curiosidad y la magia del momento. Pronto, se encontraron en una parte del bosque que no reconocían. Delante de ellos se alzaba un arco monumental, cubierto de enredaderas y flores luminosas, que marcaba la entrada a una escuela diferente a cualquier otra que hubieran visto.
«¿Será esta aún nuestra escuela?» murmuró Diana, ajustándose las gafas con una mano temblorosa.
«Debe de serlo,» respondió Maricielo con una sonrisa, «pero una escuela transformada por la magia de nuestra amistad y la llegada de Peluche.»
Decididas a explorar más, cruzaron el arco. La escuela al otro lado era un lugar de maravillas. Los libros volaban suavemente hacia quien los necesitaba, los pizarrones dibujaban por sí solos las lecciones del día, y los alumnos eran niños y niñas de diferentes colores y formas, algunos con alas, otros con pequeñas antenas luminosas.
Maricielo, Diana y Peluche pasaron el día aprendiendo y jugando en este nuevo mundo mágico. Cada clase era una aventura, cada pausa un descubrimiento. Aprendieron hechizos para hacer bailar las aguas del lago, canciones que podían hacer reír a las flores, y cuentos que narraban la historia del universo.
Al final del día, cuando el sol comenzaba a teñir el cielo de tonos rosas y naranjas, Maricielo y Diana, con Peluche a su lado, cruzaron de nuevo el arco para regresar a su mundo. La escuela detrás de ellas volvió a su forma habitual, pero ellas sabían que, siempre que estuvieran juntas, y con Peluche a su lado, la magia estaría a su alcance.
Así, cada día, armadas con la certeza de que lo ordinario podía convertirse en extraordinario con solo un poco de magia y amistad, Maricielo, Diana y Peluche enfrentaban cada nuevo amanecer con emoción y maravilla.
Cuentos cortos que te pueden gustar
Amalia y la Navidad Mágica
La Luz de Juan
El Vínculo de Dracoris y Aria
Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.