Había una vez un niño llamado Lucas, que vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas verdes y cielos despejados. Desde que Lucas era muy pequeño, algo especial ocurrió dentro de su cabeza mientras crecía dentro de su mamá. Un día, muy temprano, cuando apenas estaba en el vientre, algo mágico sucedió. ¡Se formó un poder especial! Este poder se llamaba «Divergencia». No era un poder como los que cuentan en las películas de superhéroes, no. Era un poder sutil, algo que Lucas solo podía ver y sentir de manera diferente a los demás.
Gracias a la Divergencia, Lucas podía ver el mundo de una manera única. Si alguna vez miraba algo, como un árbol o una flor, podía verlo de colores muy brillantes, como si estuviera rodeado de una luz especial. Si miraba las estrellas, a veces veía cómo se movían en el cielo como si estuvieran bailando. Incluso el aire parecía tener colores, como si todo estuviera pintado con una paleta mágica.
Sin embargo, este poder mágico también traía un pequeño truco. A medida que Lucas crecía, se dio cuenta de que, cuando intentaba leer o escribir, las palabras parecían bailar. Las letras se movían, se cambiaban de lugar y las frases se volvían un lío. Los números en las matemáticas parecían tener vida propia, saltando de un lado a otro. Para Lucas, todo era un rompecabezas que tenía que resolver cada vez que intentaba hacer la tarea.
Aunque Lucas era muy inteligente y le encantaba contar historias a sus amigos, leer y escribir le resultaban muy difíciles. A veces, se sentía triste porque no entendía por qué las letras no se quedaban quietas como a los demás. Pero siempre tenía una sonrisa en su rostro y, con la ayuda de su mamá y su papá, nunca dejaba de intentarlo.
Un día, después de un largo día de escuela, Lucas llegó a su casa y se sentó a hacer su tarea. En su escritorio, puso su cuaderno y miró las letras que formaban las palabras. Pero, al igual que siempre, las palabras parecían bailar y cambiar. «¡Ay, no!» pensó Lucas. «¡Otra vez está pasando lo mismo!»
Su mamá, Sofía, entró en su habitación al escuchar su suspiro. «¿Qué pasa, Lucas?», le preguntó con suavidad.
«Las palabras se mueven y no sé qué hacer», dijo Lucas, frustrado. «No puedo entenderlas.»
Sofía se acercó y se sentó a su lado. «¿Sabes, hijo? No te preocupes. Las letras se mueven porque tu poder, la Divergencia, hace que veas las cosas de una manera única. Tu cerebro es muy creativo y ve el mundo de una forma especial.»
Lucas la miró, algo confundido. «¿Eso está bien?», preguntó, sin estar seguro.
«Claro que sí», respondió Sofía con una sonrisa cálida. «Tu mente es muy brillante, y aunque pueda parecer difícil a veces, es una forma única de ver el mundo. Y, además, hay algo muy bonito en esto: con tu Divergencia, puedes ser muy creativo. Tienes un poder que pocos tienen.»
Esa noche, Lucas se fue a dormir con muchas preguntas en su cabeza, pero con la sensación de que, tal vez, su poder no era un problema, sino una oportunidad.
Al día siguiente, en la escuela, Lucas se sentó a hacer la misma tarea. Las palabras seguían bailando en su cuaderno, pero ahora pensaba en lo que su mamá le había dicho. Sabía que su mente era especial y que, a lo largo de su vida, encontraría maneras de entender y utilizar su Divergencia. Con determinación, comenzó a leer de nuevo, más despacio, y, para su sorpresa, empezó a reconocer algunas palabras y números.
«¡Estoy mejorando!», se dijo Lucas a sí mismo, sonriendo. Aunque no todo era perfecto, estaba aprendiendo poco a poco. Y eso era lo más importante.
Con el tiempo, Lucas descubrió algo maravilloso. Aunque las palabras y los números seguían moviéndose, ya no los veía como algo extraño o molesto. Empezó a verlos como parte de su poder, algo único que solo él podía experimentar. De alguna manera, eso lo hacía sentir especial. Sabía que tenía una mente creativa, capaz de ver las cosas de una manera diferente, y decidió abrazar esa habilidad.
Un día, en el recreo, Lucas decidió contarle a sus amigos una historia increíble que había imaginado. Les habló de un mundo donde los árboles hablaban, las nubes eran de colores brillantes y los animales volaban como pájaros. Mientras les contaba su historia, sus amigos lo miraban con asombro. Todos quedaron impresionados por la imaginación de Lucas, que parecía tan viva y real, como si el mundo que él describía existiera de verdad.
«Lucas, eres genial», dijo uno de sus amigos, señalando cómo su historia parecía tan mágica y única.
Lucas sonrió. «Gracias. ¡Es gracias a mi Divergencia!»
A partir de ese momento, Lucas dejó de ver su poder como un problema. Se dio cuenta de que podía usarlo para ser más creativo, para inventar historias y ver el mundo de una manera increíble. Además, aprendió que las dificultades no eran un obstáculo, sino una oportunidad para aprender y crecer.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.