Cuentos de Fantasía

La Luz Amarilla que Ilumina el Corazón de Vicky

Lectura para 4 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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En un bosque encantado, lleno de árboles altos y flores de todos los colores, vivía una pequeña hada llamada Vicky. Vicky era una hada especial, ya que tenía la habilidad de hacer que cualquier cosa brillara con un resplandor dorado. Su luz amarilla era tan cálida que podía iluminar incluso los corazones más tristes. De hecho, se decía que donde quiera que Vicky volara, las sonrisas florecían como las flores en primavera.

Un día, mientras Vicky volaba entre las ramas de los árboles y recolectaba un poco de polvo de estrellas para sus hechizos, escuchó un suave llanto que provenía de cerca. Curiosa, se acercó al sonido y vio a un pequeño conejo llamado Timo. Timo era un conejito de pelaje blanco como la nieve y ojos grandes y tristes.

—¿Por qué lloras, pequeño amigo? —preguntó Vicky, acercándose suavemente.

—¡Oh, Vicky! —sollozó Timo—. Perdí mi juguete favorito, un pequeño carro de madera que me regaló mi mamá. Sin él, no sé cómo jugar.

Vicky sintió un pequeño apretón en su corazón. Sabía lo mucho que podían significar los juguetes para los pequeños. Con una sonrisa reconfortante, le dijo:

—No te preocupes, Timo. ¡Juntos encontraremos tu carro! Vamos a buscarlo.

Timo dejó de llorar y asintió con la cabeza, mientras Vicky agitaba sus alas brillantes. La luz amarilla que emitía comenzó a iluminar el bosque a su alrededor. Con cada destello de luz, las flores se abrían más, y una alegría inusual llenó el aire.

Lanzando un vistazo por el bosque, Vicky y Timo decidieron comenzar su búsqueda en la parte cantarina del bosque, donde los pájaros cantaban alegres melodías. Mientras caminaban, Vicky preguntó a los animales que encontraban en su camino.

—¿Has visto un pequeño carro de madera? —preguntó a una ardilla juguetona.

La ardilla, saltando de rama en rama, contestó:

—No lo he visto, pero si quieren, pueden preguntar a Fórix, el búho sabio. Él conoce todo lo que pasa en este bosque.

Timo asintió emocionado.

—¡Vamos a buscar a Fórix! —exclamó.

Así que Vicky y Timo se dirigieron hacia el árbol más grande del bosque, donde vivía el búho Fórix. Al llegar, Vicky iluminó la entrada de la cueva del búho, haciendo que el lugar brillara con su luz cálida.

—¡Fórix! —llamó Vicky—. ¿Estás ahí?

Desde el interior, una voz profunda resonó.

—¡Siempre estoy aquí, pequeña hada! —dijo Fórix mientras salía de su hogar. Tenía plumas de un marrón dorado y ojos que parecían dos faros amarillos.

—Estamos buscando el carro de madera de mi amigo Timo. ¿Lo has visto? —preguntó Vicky llena de esperanza.

El búho se rascó la cabeza con una de sus alas y pensó por un momento antes de responder:

—Sí, lo vi volar con el viento hacia el río susurroso. Es un lugar mágico. Pero, cuidado, a veces hay cosas que no son lo que parecen en ese lugar.

Timo miró a Vicky, un poco asustado por lo que había dicho Fórix.

—No te preocupes, Timo —dijo Vicky con confianza—. Yo estaré contigo. ¡Vamos al río susurroso!

Y así, los dos se despidieron de Fórix y se pusieron en camino al río. Mientras caminaban, Vicky usaba su luz amarilla para iluminar el camino, lo que hizo que todo se viera más hermoso. Los árboles danzaban con la brisa, y los pájaros cantaban melodías suaves.

Finalmente, llegaron al río. Las aguas cristalinas reflejaban la luz del sol, y se oía el suave murmullo del agua fluyendo. Timo miró alrededor con curiosidad.

—¿Crees que el carro esté aquí? —preguntó tímidamente.

—Vamos a buscar —dijo Vicky, y comenzó a iluminar la orilla del río con su luz amarilla.

Mientras miraban bajo las piedras y los arbustos, de repente, un pez dorado saltó del agua y se acercó a ellos.

—¡Hola! ¿Por qué están tan tristes? —preguntó el pez con una sonrisa reluciente.

Timo le explicó la situación, y el pez, con su cola brillando como el oro, se rascó la cabeza.

—Ah, sí vi ese carro. Pero se ha convertido en parte de una broma de las ranas. Saltó del lado de la orilla y ahora está en su charca.

—¿Qué ranas? —preguntó Timo, mirando a Vicky con incertidumbre.

—Las ranas traviesas que viven en el charco cerca de aquí. Les encanta jugar con todo lo que pueden encontrar —respondió el pez dorado.

—Vamos a ver a las ranas —dijo Vicky, decidida a ayudar a su amigo.

Así que se despidieron del pez y se dirigieron hacia el charco. Al llegar, Vicky iluminó el lugar, y de inmediato, un grupo de ranas rió y aplaudió al ver la luz brillante.

—¿Qué les trae por aquí, pequeños? —preguntó una rana que llevaba una corona de flores.

—Estamos buscando el carro de madera de Timo. Lo tienen ustedes, ¿verdad? —preguntó Vicky, tratando de sonar amable.

Las ranas se miraron entre sí y comenzaron a reír.

—Sí lo tenemos, pero queremos que jueguen con nosotros primero —dijo una de ellas con una sonrisa traviesa—. ¡Haremos una carrera de saltos!

Timo se sintió un poco desanimado. Pero Vicky lo animó con su luz cálida.

—Está bien, Timo. ¡Aceptemos el reto! Después de la carrera, nos devolverán el carro.

Así que se prepararon para la carrera. Las ranas se alinearon en un lado, mientras Vicky y Timo estaban listos para saltar en el otro. Contaron hasta tres, y las ranas saltaron lejos, riendo y brincando. Vicky y Timo también comenzaron a saltar. Timo estaba un poco nervioso al principio, pero con cada salto la luz amarilla de Vicky lo llenaba de valor.

Los dos saltaron y saltaron, y pronto, estaban compitiendo muy de cerca con las ranas. El aire se llenó de risas y alegría. Aun cuando no eran tan rápidos como las ranas, se divirtieron mucho saltando y haciendo nuevos amigos.

Finalmente, justo cuando Timo estaba a punto de rendirse, dio un salto alto y aterrizó más allá de las ranas, sorprendiendo a todos. Vicky brillaba de felicidad y lo celebraba.

—¡Lo hiciste, Timo! ¡Eres un gran saltador! —exclamó Vicky.

Las ranas saltaron alrededor de ellos, emocionadas por la carrera.

—¡Eres un campeón, pequeño conejo! —dijo la rana de la corona de flores—. Te prometimos que te devolveríamos tu carro, así que aquí lo tienes.

Y, en un abrir y cerrar de ojos, le entregaron el carro a Timo, que brillaba con la luz dorada de Vicky. Timo no podía creer su suerte.

—¡Gracias, gracias! —exclamó, abrazando su carro.

Las ranas, en lugar de estar tristes, aplaudieron y rieron. Vicky sintió una profunda alegría en su corazón, y con su luz, iluminó el charco, haciendo que el agua brillara y que todos los animales alrededor sonrieran.

—Deberíamos jugar juntos más a menudo —sugirió Vicky.

Y así, los nuevos amigos decidieron organizar otras carreras y juegos en el bosque, alegrando su hogar con risas y diversión. Se hicieron promesa de que cada vez que Vicky viniera al bosque, organizarían un gran festival lleno de juegos, risas y su luz mágica.

De camino de regreso a casa, Timo agradeció a Vicky por ayudarle a encontrar su carro y por hacer nuevos amigos en el camino. La luz amarilla de Vicky brillaba alegremente, iluminando su camino.

—Lo más valioso no es solo recuperar tus cosas, sino también las amistades que hacemos en la vida —le dijo Vicky.

Y Timo sonrió, sabiendo que había aprendido una valiosa lección ese día.

Juntos regresaron a su hogar, y a partir de ese día, el bosque encantado se llenó de más aventuras con Vicky y Timo. Juntos exploraron nuevos lugares, ayudaron a otros en el bosque y siempre encontraban formas de divertirse. Cada día, la luz amarilla de Vicky iluminaba los corazones de todos los que la rodeaban, y así, con su magia y amistad, transformaron el bosque en un lugar aún más hermoso y brillante.

La vida se volvió una aventura mágica, donde cada día traía nuevas oportunidades para hacer sonreír a los demás. Vicky y Timo sabían que donde estaba la luz amarilla de la amistad, siempre habría alegría y amor.

Y así, los días en el bosque pasaron llenos de risas, sonrisas y muchas historias que contar, mientras Vicky y Timo se convirtieron en los mejores amigos, iluminando el corazón de todos a su alrededor. Y así, recordaron que la verdadera magia no estaba solo en la luz amarilla, sino en el amor y la amistad que compartían, iluminando el mundo de todos los que vivían en el bosque encantado.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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