Una mañana muy soleada, Juan, un niño curioso de 7 años, estaba jugando en el jardín de su casa. Corría de un lado a otro, saltando y riendo mientras perseguía una mariposa. Mamá lo observaba desde la ventana, sonriendo. Pero cuando Juan la miró, notó que su mamá tenía una expresión diferente en su rostro, una mezcla de cansancio y tristeza. Decidió dejar de jugar y corrió hacia ella.
—Mamá, ¿estás bien? —preguntó Juan con sus ojos llenos de preocupación.
Mamá se agachó y lo abrazó con ternura.
—Estoy bien, Juanito. Pero hay algo de lo que quiero hablar contigo.
Juan la miró curioso.
—¿De qué se trata, mamá? ¿Es algo malo?
Mamá suspiró y señaló una nube suave y blanca que parecía flotar a su lado, algo que Juan nunca había visto antes.
—No es algo malo, pero es algo que me acompaña todos los días, como esta nube. Esta nube representa algo que se llama fibromialgia.
Juan frunció el ceño, confundido.
—¿Fibromialgia? ¿Qué es eso, mamá? ¿Por qué tienes una nube?
Mamá se sentó en el sillón de la sala y le hizo un gesto para que se sentara junto a ella.
—La fibromialgia es una enfermedad que tengo, cariño. Es como si siempre tuviera una nube sobre mí. A veces es pequeña y casi no la siento, pero otras veces se hace más grande y me pesa mucho. Esa nube es la razón por la que a veces me canso rápido o me duele el cuerpo sin razón aparente.
Juan miró la nube flotando cerca de su mamá. No parecía pesada ni molesta, pero sabía que si su mamá lo decía, debía ser algo difícil.
—¿Te duele ahora, mamá? —preguntó, preocupado.
Mamá asintió lentamente.
—A veces me duele, pero no es algo que puedas ver como cuando te raspas la rodilla o te golpeas el codo. Es un dolor invisible, que está dentro de mi cuerpo. La nube es como una forma de imaginar ese dolor, para que puedas entenderlo mejor.
Juan miró a la nube y luego a su mamá.
—¿Y siempre estará contigo, mamá? —preguntó con tristeza.
—Sí, mi amor —respondió Mamá suavemente—. La nube siempre estará conmigo. Pero he aprendido a vivir con ella. Hay días en los que es más difícil y no puedo correr ni jugar tanto como antes, pero también hay días en los que la nube es más pequeña y puedo hacer muchas cosas contigo.
Juan se quedó pensativo por un momento. Luego, con una sonrisa pequeña, dijo:
—Entonces, si la nube está contigo, yo también estaré contigo para ayudarte. Podemos jugar más despacio o hacer cosas que no te hagan doler tanto.
Mamá sonrió con los ojos llenos de ternura y amor.
—Eso sería maravilloso, Juan. Tenerte a mi lado hace que la nube sea mucho más ligera.
Desde ese día, Juan entendió que la nube de Mamá no desaparecería, pero eso no significaba que no pudieran disfrutar del tiempo juntos. A veces jugaban a juegos tranquilos como leer cuentos o dibujar en el jardín. Otras veces, cuando Mamá se sentía mejor, iban de paseo por el parque, caminando despacio y disfrutando de las pequeñas cosas.
Juan aprendió que, aunque la nube de Mamá podía ser un reto, su amor y su compañía siempre podían hacer que todo fuera más llevadero. La nube ya no le parecía algo triste, sino una parte de su vida, una que aprenderían a sobrellevar juntos.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.