Había una vez, en un reino lejano, un majestuoso castillo que brillaba bajo la luz de la luna. En este castillo vivían tres princesas: María, Meredith y Cristal. Las tres eran conocidas por su gran belleza y sus corazones llenos de alegría. Su padre, el Rey, era un hombre sabio y amoroso que gobernaba con justicia y bondad. Sin embargo, había algo peculiar en estas princesas: cada noche, cuando el reloj marcaba la medianoche, desaparecían del castillo sin dejar rastro.
El Rey, preocupado por la seguridad de sus hijas, decidió investigar qué ocurría. Después de muchos intentos fallidos por descubrir su secreto, pidió ayuda a un aldeano joven y valiente llamado Miguel. Miguel era conocido en el reino por su ingenio y valentía, y el Rey confiaba en que él podría resolver el misterio.
Una noche, cuando las princesas se preparaban para su escapada nocturna, Miguel se escondió en el castillo y las siguió en silencio. Las vio deslizarse por un pasadizo secreto que llevaba a un jardín encantado, donde se encontraba una puerta mágica. Las princesas abrieron la puerta con una llave dorada y entraron en un mundo de ensueño, lleno de luces brillantes, música y danza.
Miguel las siguió hasta un gran salón de baile donde las princesas, vestidas con trajes resplandecientes, comenzaban a bailar con príncipes de otros reinos mágicos. María, con su vestido rojo, giraba con gracia; Meredith, con su vestido azul, deslumbraba con su elegancia; y Cristal, con su vestido verde, irradiaba una belleza etérea. Los príncipes las esperaban ansiosos, y todos juntos se movían al ritmo de una música que parecía provenir de las estrellas.
El joven aldeano, maravillado por la escena, se escondió detrás de una columna para observar sin ser visto. No podía creer lo que veían sus ojos: un mundo de fantasía donde la magia y la alegría reinaban. Sin embargo, también se dio cuenta de que, aunque las princesas parecían felices, había una sombra de tristeza en sus rostros. Se preguntó qué podría estar causando esa tristeza y decidió averiguarlo.
Después de varias noches de seguir a las princesas, Miguel se dio cuenta de que, aunque disfrutaban de sus escapadas nocturnas, deseaban compartir su secreto con alguien que comprendiera la verdadera magia de sus aventuras. Un día, cuando María, Meredith y Cristal estaban en el jardín, Miguel se armó de valor y se acercó a ellas.
«Princesas, he descubierto vuestro secreto», dijo Miguel con suavidad. «He visto vuestro mundo mágico y entiendo la alegría que sentís allí. Pero también veo la tristeza en vuestros ojos. ¿Por qué no compartís este maravilloso mundo con nuestro padre, el Rey?»
Las princesas, sorprendidas pero aliviadas, decidieron confiar en Miguel. «Nuestro padre siempre ha sido muy protector con nosotras», explicó María. «Tememos que, si descubre nuestro secreto, nos prohíba volver a este mundo mágico.»
Miguel asintió, comprendiendo sus temores. «Sin embargo, creo que el Rey solo quiere vuestra felicidad. Si le explicamos juntos, quizás entienda y acepte vuestra necesidad de este lugar mágico.»
Esa noche, las princesas y Miguel decidieron hablar con el Rey. Con valentía, contaron su historia y describieron el mundo mágico donde bailaban cada noche. El Rey, aunque al principio estaba preocupado, vio la sinceridad en los ojos de sus hijas y la pasión en sus palabras. Se dio cuenta de que aquel mundo era una parte importante de sus vidas y que prohibirles regresar solo les causaría más tristeza.
«Queridas hijas», dijo el Rey con una sonrisa, «si este mundo os trae tanta alegría, entonces debéis seguir visitándolo. Pero prometedme que siempre regresaréis a salvo.»
Las princesas, llenas de gratitud, abrazaron a su padre y prometieron regresar cada noche. Desde entonces, cada noche se convertía en una fiesta en el castillo, donde las princesas compartían historias de sus aventuras y la magia del mundo que habían descubierto.
Con el tiempo, Miguel y María comenzaron a pasar más tiempo juntos. Sus corazones se acercaron y pronto se enamoraron. Miguel, el valiente aldeano, se convirtió en parte de la familia real y juntos vivieron muchas más aventuras.
El castillo, ahora lleno de risas y amor, se convirtió en un símbolo de la unión y la felicidad del reino. Y así, las princesas, el Rey y Miguel vivieron felices para siempre, demostrando que la verdadera magia reside en el amor y la comprensión.
Fin
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.