Era una vez un pequeño pueblo llamado Arcoíris, donde todos los días brillaba el sol y las flores crecían hermosas y coloridas. En este encantador lugar vivía un niño llamado Sebas. Sebas era un niño curioso, lleno de energía y siempre listo para una nueva aventura. A él le encantaba pasar tiempo con sus abuelos, quienes vivían en una casa cerca de un enorme bosque.
Un día, mientras jugaba en el jardín de sus abuelos, Sebas decidió que quería explorar el bosque. Su abuela, que siempre le contaba historias mágicas, le había hablado de un lugar especial dentro del bosque: un claro donde las hadas y los duendes bailaban bajo la luz de la luna. Sebas sintió que tenía que descubrir ese lugar.
—¡Abuelita! —llamó Sebas, corriendo hacia la cocina donde ella estaba preparando galletas—. ¿Puedo ir al bosque a buscar el claro de las hadas?
Su abuela sonrió, viendo el brillo en los ojos de su nieto.
—Debes tener cuidado, Sebas. El bosque es un lugar misterioso, pero si llevas contigo un poco de amor y bondad, encontrarás cosas maravillosas.
Sebas asintió con fuerza, emocionado por la gran aventura que le esperaba. Se puso su gorra de explorador, una mochila con algo de comida y salió pitando hacia el bosque.
Al entrar en el bosque, Sebas se sintió un poco pequeño. Los árboles eran tan altos que parecían alcanzar el cielo y el canto de los pájaros sonaba como una melodía mágica. Mientras caminaba, escuchó un suave murmullo que parecía venir de detrás de unos arbustos. Con cuidado, Sebas se acercó y descubrió a un pequeño duende con una gorra puntiaguda y una camisa de hojas verdes.
—¡Hola! —dijo el duende, levantando la vista—. Soy Pícaro. ¿Qué haces en mi bosque?
Sebas, sorprendido pero feliz de encontrar a un duende, le respondió:
—¡Hola, Pícaro! Soy Sebas. Vine a buscar el claro de las hadas. ¿Sabes dónde está?
Pícaro se rascó la cabeza y sonrió.
—Por supuesto, pero el camino no es fácil. Debes resolver tres acertijos para llegar hasta allí. ¿Estás listo?
Sebas asintió con entusiasmo. Siempre había sido bueno en los acertijos, así que estaba seguro de que podría resolverlos.
—Muy bien —dijo Pícaro—. Escucha con atención. Aquí va el primero: “Blanca por dentro, verde por fuera. Si quieres saber, adivina, ¡no hay otra cosa que pueda ser!”
Sebas pensó por un momento. Recordó que en el jardín de sus abuelos había un vegetal que cumplía con esa descripción.
—¡Es una sandía! —exclamó.
Pícaro aplaudió y sonrió.
—¡Correcto! Ahora vamos con el segundo: “En el cielo vuela, sin alas lleva. Su canto es un canto, aunque nunca se aleja.”
Sebas se quedó pensando un poco más, pero al mirar hacia arriba, vio un hermoso pájaro volando.
—¡Es un loro! —dijo Sebas con confianza.
—¡Fantástico! Ahora el último acertijo: “Sin ser luz, ilumina las noches; sin tener boca, siempre te escucha.”
Sebas se rascó la cabeza, intentando encontrar la respuesta. Miró a su alrededor y, de repente, tuvo una idea.
—¡Es la luna! —gritó emocionado.
—¡Has ganado! —exclamó Pícaro—. Eres un niño muy inteligente. Ahora puedo llevarte al claro de las hadas.
Sebas no podía contener su emoción. Pícaro lo guió a través de senderos cubiertos de hojas y flores brillantes. Pronto, llegaron a un hermoso claro. La luz de la luna iluminaba el lugar, y Sebas pudo ver a las hadas danzando y riendo, creando un espectáculo de luz y color. Eran criaturas pequeñas, con alas delicadas y vestidos brillantes que parecían hechos de pétalos de flores.
Pero había un problema. Al centro del claro había un anciano dragón, que parecía triste. Sebas, curioso una vez más, se acercó al dragón.
—¿Por qué estás triste? —preguntó el niño.
El dragón, que se llamaba Brillante, suspiró.
—Antiguamente, solía hacer sonreír a todos en el bosque con mis hermosas canciones, pero he perdido mi voz y ya no puedo cantar.
Sebas sintió compasión por el dragón. Se le ocurrió que las hadas podrían ayudar. No tardó en pedirles que lo acompañaran y que intentaran devolverle la voz a Brillante. Las hadas, intrigadas y generosas, estuvieron de acuerdo y comenzaron a hacer un círculo alrededor del dragón, cantando juntos una melodía suave y mágica.
Sebas observó asombrado cómo un brillo resplandeciente comenzaba a rodear a Brillante. Las notas de las hadas se unieron en una hermosa armonía, y poco a poco, una suave voz resonó en el aire. Era como si el dragón estuviera recordando su propia canción.
Con cada nota, Brillante sonrió más y más. Finalmente, abrió la boca y dejó escapar una hermosa melodía que llenó el claro de alegría. Sebas y las hadas aplaudieron, felices por haber ayudado al dragón.
Brillante, lleno de gratitud, miró a Sebas.
—Gracias, pequeño. Has restaurado mi voz. Ahora puedo compartir mi música con todos. Como agradecimiento, te ofrezco un deseo. Piénsalo bien.
Sebas, pensando en lo que quería pedir, recordó lo que siempre le había enseñado su abuela. Así que decidió no pedir algo para él, sino algo más grande.
—Me gustaría que todos los niños que vengan a este bosque también pudieran escuchar tu hermosa música y disfrutar de momentos felices aquí con sus familias —dijo.
Brillante sonrió ampliamente, asintiendo con la cabeza.
—Hecho está. Tu deseo será realizado. De ahora en adelante, cada niño que entre al bosque será recibido por el sonido de mi música.
Así fue como el dragón volvió a ser el guardián del bosque, llenándolo de melodías mágicas. Sebas se sintió feliz al ver cómo la alegría regresaba no solo al dragón, sino a todo el bosque. Las hadas reían y danzaban alrededor, creando un ambiente aún más festivo.
Cuando llegó el momento de regresar a casa, Sebas se despidió de sus nuevos amigos. El duende Pícaro le sonrió, y Brillante lo abrazó con su gran ala.
—No olvides, pequeño, que siempre puedes volver. Este bosque es un lugar mágico donde la amistad y la música siempre estarán esperándote —dijo el dragón.
Sebas prometió regresar y partió hacia el pueblo con el corazón lleno de alegría y amor por su aventura. Cuando llegó a casa, su abuela lo recibió con un abrazo cálido y las galletas que había horneado. Sebas le contó emocionado todo lo que había vivido en el bosque: el duende, las hadas, el dragón y cómo había ayudado a Brillante a recuperar su voz.
Su abuela sonrió y le acarició el cabello.
—Sebas, hiciste algo maravilloso. La verdadera magia se encuentra en nuestro corazón y la alegría de ayudar a los demás.
Desde ese día, Sebas nunca dejó de visitar el bosque. Siempre que podía, hacía nuevos amigos y compartía aventuras inolvidables. El claro de las hadas se convirtió en un lugar especial, lleno de risas y música, donde todos los días eran una nueva oportunidad para descubrir la magia que existe en cada uno de nosotros.
Y así, entre risas y cuentos, Sebas aprendió que los momentos más mágicos ocurren cuando compartimos con amor nuestro tiempo y alegría. El bosque de Arcoíris se llenó de felicidad, no solo para él, sino para todos los niños que se aventuraban a encontrar su claro especial. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.