Había una vez un hermoso bosque lleno de árboles altos y flores de colores brillantes. En medio de este bosque, había una encantadora cabaña donde vivían tres osos: Papá Oso, Mamá Osa y el pequeño Bebé Oso. Papá Oso era grande y fuerte, Mamá Osa era cariñosa y siempre estaba preparando deliciosas comidas, y Bebé Oso era curioso y juguetón, siempre explorando todo lo que encontraba a su alrededor.
Un día, mientras los tres osos estaban en casa, Mamá Osa decidió preparar una rica sopa de avena para la familia. La sopa estaba hirviendo en una olla grande sobre el fuego, y el delicioso aroma llenaba la cabaña. Sin embargo, mientras esperaban a que la sopa se enfriara un poco, Papá Oso sugirió que salieran a dar un paseo por el bosque. Así que, después de ponerse sus botas, los tres osos se dirigieron al claro donde estaban los árboles más altos.
Mientras paseaban, disfrutaban del canto de los pájaros y del suave murmullo del viento. Pero en el corazón de la cabaña, la sopa seguía humeando, y Mamá Osa recordó que necesitaba un ingrediente especial: un poco de miel para hacerla aún más sabrosa. “Papá Oso, Bebé Oso, ¿qué les parece si buscamos un poco de miel para nuestra sopa?”, preguntó Mamá Osa.
“¡Sí!” respondieron los dos osos emocionados. Pero antes de irse, decidieron que era mejor dejar la puerta de la cabaña cerrada, en caso de que algún intruso decidiera entrar. Con eso en mente, se adentraron en el bosque, dejando la cabaña sola y tranquila.
Mientras tanto, una niña llamada Ricitos de Oro paseaba por el bosque. El sol brillaba en su cabello dorado y su vestido era de un hermoso color amarillo. Ricitos de Oro era una niña aventurera que disfrutaba de su tiempo explorando. De repente, vio una cabaña que parecía muy acogedora. Curiosa por naturaleza, se acercó y encontró la puerta entreabierta.
“¡Qué cabaña tan bonita!” pensó Ricitos de Oro mientras entraba sin dudar. Dentro, vio la mesa de madera, las sillas y, por supuesto, la olla de sopa humeante en la estufa. ¡Qué rico olía todo! Su estómago rugió, y se fue directamente hacia la mesa. Allí, encontró tres tazones: uno grande, uno mediano y uno pequeño.
Ricitos de Oro tomó la cuchara que estaba al lado del tazón grande. “¡Vamos a probar esta sopa!”, dijo mientras se servía un poco. Pero al primer bocado, frunció el ceño. “¡Ay, esto está muy caliente!”, exclamó. Luego, probó el tazón mediano, pero dijo: “¡Oh, esto está muy frío!”, y finalmente, fue al tazón pequeño. “¡Este es perfecto!”, dijo sonriendo, y se comió toda la sopa.
Mientras Ricitos de Oro disfrutaba de la sopa, se fijó en las sillas que estaban al lado de la mesa. La primera silla era muy alta y comenzó a balancearse. “¡Ay, esto no sirve!”, dijo al caerse. La segunda silla, aunque un poco más baja, era muy estrecha y no podía acomodar su espalda bien. “¡Tampoco me gusta esta!”, dijo. Pero cuando se sentó en la silla pequeña, encontró que era muy cómoda, aunque no resistió su peso y se rompió en un instante. “¡Oh no! ¿Qué he hecho?”, lamentó Ricitos de Oro mientras miraba los fragmentos de la silla.
Decidida a no detenerse, Ricitos de Oro siguió explorando la cabaña y decidió subir las escaleras que llevaron a un pequeño dormitorio. Allí encontró tres camas. La primera era enorme y dura, la segunda era suave pero un poco pequeña, y la tercera, que era solo su tamaño, se sentía cómoda y acogedora. “Me gusta esta cama”, dijo Ricitos de Oro al dejarse caer sobre la cama pequeña y cerrando los ojos.
Poco después, los tres osos regresaron a su cabaña, sintiéndose felices y con una jarra de miel en sus patas. Al abrir la puerta, quedaron sorprendidos al ver que su lugar estaba desordenado. “¿Qué ha pasado aquí?”, preguntó Papá Oso con voz profunda.
Mamá Osa miró alrededor y dijo: “Parece que alguien ha estado comiendo nuestra sopa y jugando en nuestras sillas”. Bebé Oso, con sus ojitos curiosos, observó que su silla había sido rota. “¡Mamá, mira mi silla!”, exclamó.
Los osos subieron las escaleras con cuidado, y al ver que la puerta del dormitorio estaba entreabierta, Papá Oso se acercó con cautela, y empujó la puerta. ¡Y allí estaba Ricitos de Oro, durmiendo plácidamente en la cama pequeña!
“¿Qué hacemos?”, susurró Mamá Osa, mirando a su pequeño. Bebé Oso miró a su madre y dijo: “Podemos despertar a la niña y darle una lección sobre no entrar en casas ajenas”. Papá Oso asintió, y tuvo una idea. “Vamos a hacer ruido y despertarla”.
Así, los tres osos comenzaron a hacer ruido, arrastrando las patas y haciendo pequeños gruñidos. Ricitos de Oro se despertó de repente y, al ver a los tres osos mirándola, se asustó mucho. Saltó de la cama y retrocedió. “¡Perdón, perdón! No quería ser grosera”, dijo, temblando un poco. Pero Papá Oso le sonrió amablemente.
“No te preocupes, hemos visto que has hecho un pequeño desorden. Pero lo más importante es que no debes entrar en casas que no son tuyas sin pedir permiso”, le explicó Mamá Osa. “Siempre es mejor ser respetuosa con el espacio de los demás.”
Ricitos de Oro se sintió aliviada al escuchar las palabras amables de la osa. “¡Lo siento mucho! Prometo no volver a hacerlo”, afirmó, un poco ruborizada.
Antes de que se fuera, los tres osos invitaron a Ricitos de Oro a quedarse a comer un poco de la sopa de avena con miel que habían preparado. Ella, encantada, aceptó la invitación y juntos pasaron un hermoso rato en familia. Compartieron risas y anécdotas, y Ricitos de Oro aprendió que siempre es mejor ser amable y respetar las cosas de los demás.
Al final del día, Ricitos de Oro regresó a casa, no solo con el estómago lleno, sino también con una gran lección en su corazón. Desde entonces, cada vez que paseaba por el bosque, siempre se aseguraba de saludar a los tres osos y recordaba que la amistad y el respeto son verdaderamente valiosos. Y así, vivieron felices y contentos, disfrutando de la magia del bosque y de su querida amistad.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.