Era un día soleado y brillante en el pequeño pueblo de Sonrisas, un lugar en donde la alegría y la risa nunca faltaban. Las casas eran de colores vivos y en cada rincón había flores que llenaban el aire con su dulce fragancia. En el centro del pueblo, había un kinder muy especial dirigido por una maravillosa tía llamada Eny. Tía Eny era conocida por todos como la persona más amable y cariñosa, tenía un corazón lleno de sueños y sonrisas que compartía con sus pequeños alumnos.
Cada mañana, los niños llegaban al kinder emocionados, sabiendo que en su interior les esperaban aventuras mágicas. Tía Eny siempre tenía una historia lista para contarles, un cuento que los transportaba a mundos lejanos donde los dragones hablaban, los árboles danzaban, y las estrellas podían bajarse a jugar. La rutina de los niños comenzaba con el saludo cálido de Tía Eny y su inconfundible risa que sonaba como campanillas.
Un día, mientras los niños se reían y jugaban en el patio, Tía Eny decidió que era hora de una aventura diferente. «¿Qué les parece si hoy vamos a un lugar mágico?» preguntó con una sonrisa radiante. Los ojos de los niños se iluminaron como las estrellas en la noche. «¡Sí! ¡Queremos una aventura mágica!» gritaron al unísono.
Tía Eny los llevó a todos al bosque que estaba justo al lado del kinder. Este bosque no era un bosque cualquiera, se decía que era un lugar lleno de luces y criaturas fantásticas. Al entrar, pequeños destellos de luz comenzaron a danzar a su alrededor, como si las luciérnagas se estuvieran preparando para un baile. «¿Ven esas luces?» preguntó Tía Eny. «Son los Duendes de la Alegría. Les encanta dar la bienvenida a los niños que tienen un corazón lleno de sueños.»
Los niños se asombraron y comenzaron a seguir las luces, riendo y jugando. Mientras avanzaban, escucharon un suave murmullo que parecía venir de un árbol grande y anciano. Tía Eny se acercó y tocó su tronco rugoso. «Este es el árbol de los deseos,» les explicó. «Si cierran los ojos y hacen un deseo puro, puede que se haga realidad.» Todos los niños cerraron los ojos y pidieron, uno a uno.
Milo deseó poder volar, Ana deseó tener un perro que pudiera hablar, Lucas quiso que les contaran cuentos infinitos, y Sofía deseó que nunca se acabaran sus días en el kinder. Tía Eny, mirándolos con ternura, dijo: «Los deseos sinceros son el primer paso hacia la magia.»
Justo en ese momento, un pequeño conejo de pelaje blanco apareció entre los arbustos. «¡Hola, niños! Yo soy Brillo, el conejo mago de este bosque. He escuchado sus deseos y creo que puedo ayudarles,» dijo con una voz dulce y melodiosa. Los niños se miraron entre sí con sorpresa y emoción. «¿De verdad puedes ayudarnos?» preguntó Milo con sus ojos brillando.
«Sí,» respondió Brillo, «pero deben prometerme que usarán la magia para hacer felices a los demás.» Todos los niños asintieron con entusiasmo. Brillo les guiñó un ojo y movió su pequeño hocico, haciendo que un destello de luz los envolviera.
En un abrir y cerrar de ojos, Milo estaba suspendido en el aire, flotando como un pájaro entre las ramas de los árboles. «¡Estoy volando!» gritó felizmente mientras hacía giros y piruetas. Ana sintió un suave movimiento a sus pies y miró hacia abajo. Un adorable perrito con grandes orejas cayó a su lado. «¡Hola! Soy Charlo,» dijo el perro mientras movía la cola. «He venido a hacerte compañía.»
Lucas, emocionado, miró a su alrededor y vio que los libros de cuentos flotaban en el aire, abriéndose y cerrándose como si quisieran contarles historias en ese mismo instante. «¡Miren! ¡Cuentos infinitos!» exclamó. Tía Eny sonreía, disfrutando de la felicidad que llenaba el ambiente.
Sofía, en medio de risas, agarró una estrella que había caído del cielo. «¡Miren! ¡Tengo una estrella!» dijo mientras la estrella titilaba entre sus manos. «Podemos pedirle más deseos.» Brillo, el conejo mago, se acercó a ella y dijo: «Recuerda, Sofía, la verdadera magia está en dar y compartir. Las estrellas también son para que otros puedan soñar.»
Así, los niños comenzaron a compartir su magia con los árboles y animales del bosque. Tía Eny se unió a ellos, creando juegos y risas que resonaban en cada rincón. Los duendes de la alegría se unieron a la diversión, lanzando polvo de estrellas para que todos pudieran brillar.
Milo volaba llevando a Sofía, mientras Ana y Charlo jugaban a la ronda. Lucas leía en voz alta los cuentos que flotaban a su alrededor, y todos escuchaban embelesados. “Érase una vez un dragón que solo quería ser amigo…” comenzaba Lucas, y los niños se imaginaban volando junto a él.
La tarde pasó volando, y mientras el sol comenzaba a esconderse detrás de las montañas, Brillo dijo: «Es hora de que vuelvan a casa, pero no se preocupen, la magia de este día siempre estará con ustedes en sus corazones.» Los niños, aunque un poco tristes por despedirse del bosque mágico, entendieron que los recuerdos y la alegría nunca se irían.
«¡Gracias, Brillo!» gritaron al unísono. Tía Eny abrazó a cada uno y les dijo: “Siempre que compartan alegría y amor, estarán llevando la magia a donde quieran que vayan.”
Con un último destello de luz, el conejo mago les dio un suave toque en la nariz y, en un parpadeo, se encontraron de vuelta en el patio del kinder. La tarde había pasado volando, pero en sus corazones llevaban un pedacito del bosque mágico.
«¿Pero qué ha pasado con nuestros deseos?» preguntó Sofía, un poco preocupada. Tía Eny sonrió y les explicó: “No se preocupen. Los deseos los llevamos dentro de nosotros. Siempre que hacían el bien y compartían sonrisas, sus sueños se irían haciendo realidad poco a poco.”
La semana siguiente, los niños fueron al kinder con una gran noticia. Decidieron organizar una fiesta para compartir su magia. Cada uno traería algo especial que había aprendido del bosque. Así que empezaron a preparar todo: hicieron tarjetas con estrellas, dibujaron imágenes de Brillo y contaron historias de dragones.
El día de la fiesta, el kinder estaba adornado con flores y luces. Los niños invitaron a sus padres, y pronto todo el pueblo se unió a la celebración. Tía Eny, emocionada, vio cómo sus pequeños creaban un ambiente lleno de amor y felicidad. Comenzaron a bailar, a reír y a contar las historias que habían vivido en aquel bosque mágico.
Milo enseñó a todos cómo es volar, mientras Ana y Charlo presentaron un show de trucos en donde el perro hablaba de su vida. Lucas, en su mejor narración, transportó a todos a mundos lejanos llenos de magia. Y Sofía, con su estrella en la mano, les recordó que compartir sueños era lo más importante.
Aquella noche, el pueblo de Sonrisas brilló, y no solo por las luces que adornaban el lugar, sino porque cada corazón estaba lleno de felicidad y magia. Tía Eny se sintió orgullosa de sus niños, quienes habían comprendido que la verdadera magia está en la alegría de compartir y en hacer sonreír a los demás.
Antes de que la fiesta terminara, todos los niños se reunieron y, a una sola voz, prometieron llevar siempre esos sueños y sonrisas en su corazón. Así, el kinder mágico de Tía Eny se convirtió en un faro de luz y amor en el pueblo, recordando a todos que la verdadera fantasía no solo habita en los cuentos, sino en la amistad y la bondad que compartimos.
Con una sonrisa, Tía Eny miró a sus pequeños mientras el sol se escondía en el horizonte, sabiendo que los sueños que habían formado juntos nunca se apagarían. «Siempre que lleven lo mágico en su corazón, recordarán que la felicidad se multiplica cuando se comparte,» les dijo antes de que la fiesta llegara a su fin.
Así, el pueblo de Sonrisas se llenó no solo de risas, sino también de una magia especial, una magia que todos llevan dentro y que nunca se apaga, siempre lista para iluminar el mundo con un simple gesto de amor y amistad.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.