Zara y Chloe eran dos hermanas adolescentes que, a pesar de su parentesco, parecían más rivales que amigas. Zara, la mayor por tan solo un año, tenía un cabello largo y castaño que le caía en cascada por la espalda, y siempre vestía con elegancia, buscando estar a la moda en todo momento. Chloe, por otro lado, tenía un cabello rubio y un estilo más casual, pero siempre con un toque moderno y original. A simple vista, nadie podría imaginar que estas dos hermanas pasaban la mayor parte de su tiempo compitiendo entre sí.
Desde que eran pequeñas, la rivalidad entre Zara y Chloe había sido evidente. Competían por todo: quién sacaba mejores notas en la escuela, quién corría más rápido, quién tenía el cabello más bonito, e incluso quién lograba vestir mejor para cada ocasión. Para ellas, cualquier cosa se convertía en un motivo de competencia. Sus padres, acostumbrados ya a sus constantes peleas, intentaban mediar, pero nada parecía detenerlas.
Un día, como muchos otros, Zara y Chloe recibieron una invitación de su abuela Nancy para ir a su casa a almorzar. La abuela Nancy era una mujer mayor, de cabellos plateados y una mirada sabia, que vivía en una antigua casa en las afueras de la ciudad. Su casa era conocida por sus largos y laberínticos pasillos, y por el aroma a canela y manzanas que siempre llenaba el aire.
Cuando las hermanas llegaron a la casa de la abuela, fueron recibidas con un cálido abrazo y una mesa llena de deliciosos platillos. La abuela Nancy, siempre atenta a sus nietas, les preguntó por la escuela, por sus amigos y por la vida en general. Zara y Chloe respondieron, cada una tratando de destacar más que la otra en sus respuestas, pero durante el almuerzo lograron mantener la paz.
Después de comer, la abuela Nancy, como era costumbre, decidió tomar una siesta. Les pidió a Zara y Chloe que no hicieran mucho ruido y que se portaran bien mientras ella dormía. Las hermanas asintieron con una sonrisa, pero en cuanto la abuela se retiró a su habitación, la rivalidad volvió a surgir.
Todo comenzó con una discusión sobre quién había ayudado más a la abuela con los platos. Zara afirmaba que ella había hecho la mayor parte del trabajo, mientras que Chloe insistía en que había sido ella. La discusión se intensificó rápidamente, y en un arrebato de frustración, Chloe salió corriendo por uno de los largos pasillos de la casa. Zara, determinada a no quedarse atrás, la siguió a toda velocidad.
Las dos hermanas corrieron y corrieron, pasando por varios pasillos y girando en cada esquina sin detenerse a pensar hacia dónde iban. Estaban tan absortas en su competencia que no notaron que la casa parecía diferente. Los pasillos se hacían cada vez más largos, y la luz que normalmente entraba por las ventanas parecía desvanecerse, reemplazada por una penumbra inquietante.
Finalmente, Chloe se detuvo, jadeando por la carrera, y se dio cuenta de que algo andaba mal. Zara, que había llegado justo detrás de ella, también comenzó a notar el cambio en el ambiente. Los pasillos ya no eran los mismos. Las paredes, que antes estaban adornadas con viejos cuadros y fotos de familia, ahora estaban desnudas y grises. No había ventanas, ni puertas, solo una interminable extensión de corredor.
—¿Dónde estamos? —preguntó Chloe, su voz apenas un susurro.
—No lo sé —respondió Zara, también asustada. Miró a su alrededor, buscando alguna señal de dónde estaban, pero todo lo que veía era un silencio que parecía devorar el sonido de sus voces.
Las hermanas comenzaron a caminar, esperando encontrar una salida, una puerta o al menos una ventana por la que pudieran orientarse. Pero todo estaba cerrado, sellado como si estuvieran atrapadas en una prisión invisible. El miedo comenzó a apoderarse de ellas, y por primera vez en mucho tiempo, dejaron de lado su rivalidad para unirse en su desesperación por salir de aquel lugar.
—Abuela Nancy —gritaron al unísono, pero su voz se perdió en el vacío, como si el silencio fuera una criatura viviente que se tragaba sus palabras antes de que pudieran llegar a ninguna parte.
Las horas pasaban, o al menos eso sentían, porque en aquel lugar era imposible saber cuánto tiempo había transcurrido. El miedo y la incertidumbre se convertían en angustia. Caminaban y caminaban, pero los pasillos parecían no tener fin.
De repente, Chloe se detuvo y miró fijamente al suelo. Zara, extrañada, se acercó para ver qué había captado la atención de su hermana. Allí, justo frente a ellas, una pequeña hormiga caminaba despacio, como si estuviera explorando el mismo lugar.
—Mira —dijo Chloe, señalando a la hormiga—. Es lo único vivo que hemos visto aquí.
—Es solo una hormiga —respondió Zara, aunque en el fondo se sentía aliviada de ver a otro ser vivo.
Pero entonces, algo increíble sucedió. La hormiga levantó la cabeza, las miró y, para su sorpresa, comenzó a hablar.
—Hermanas, están perdidas porque han olvidado lo más importante —dijo la hormiga con una voz suave pero firme.
Zara y Chloe se quedaron mudas de asombro. ¡Una hormiga parlante! Esto no podía ser real.
—¿Qué… qué es lo que hemos olvidado? —se atrevió a preguntar Zara, aún sin poder creer lo que veía y escuchaba.
—Han olvidado que son hermanas —respondió la hormiga—. Este lugar es el Silencio del Olvido, una dimensión donde el tiempo no existe y donde quienes están perdidos en sus propias disputas quedan atrapados. Aquí no hay salida para aquellos que no saben trabajar juntos, que no se apoyan mutuamente.
Chloe, sintiendo un nudo en la garganta, miró a su hermana. Todo lo que habían hecho hasta ahora había sido competir, pelear y tratar de demostrar quién era mejor. Pero ahora, en este extraño lugar, se daba cuenta de lo mucho que necesitaba a Zara, y de lo absurdo que había sido su rivalidad.
—¿Y cómo podemos salir de aquí? —preguntó Chloe, con la esperanza de encontrar una solución.
—La salida está en ustedes —respondió la hormiga—. Solo podrán regresar si aprenden a trabajar juntas, si dejan de lado sus diferencias y reconocen que, como hermanas, son más fuertes cuando están unidas.
Zara y Chloe se miraron, y en sus ojos brillaba la misma determinación. Sabían que la hormiga tenía razón. Sin decir una palabra, se tomaron de la mano, y en ese momento, el pasillo comenzó a cambiar. Las paredes grises se iluminaron con colores cálidos, y en la distancia, pudieron ver una puerta que no estaba allí antes.
Guiadas por la pequeña hormiga, caminaron juntas hacia la puerta. Con cada paso, sentían cómo el peso del miedo y la rivalidad se desvanecía, reemplazado por un sentimiento de compañerismo y amor fraternal que hacía mucho tiempo no experimentaban.
Finalmente, alcanzaron la puerta. Zara extendió su mano libre y giró el pomo. La puerta se abrió con un suave crujido, revelando la cálida y familiar casa de su abuela Nancy. El aroma a canela y manzanas las envolvió de inmediato, dándoles una sensación de alivio.
Cuando cruzaron el umbral, el mundo volvió a la normalidad. Las ventanas y puertas estaban en su lugar, y los pasillos ya no eran interminables. La casa de la abuela Nancy era nuevamente el acogedor hogar que siempre habían conocido.
—¡Abuela! —exclamaron al unísono cuando vieron a Nancy esperándolas en la sala, como si no hubiera pasado nada.
—¿Se divirtieron, mis queridas? —preguntó Nancy con una sonrisa enigmática, como si supiera algo que ellas no.
Zara y Chloe se miraron, y aunque no dijeron nada sobre su experiencia en el Silencio del Olvido, ambas sabían que algo había cambiado entre ellas. A partir de ese día, las discusiones no desaparecieron por completo, pero ya no eran tan intensas ni tan frecuentes. Habían aprendido que, aunque podían ser diferentes y tener sus propias opiniones y talentos, la verdadera fuerza estaba en su unidad como hermanas.
Y así, cada vez que una discusión amenazaba con dividirlas de nuevo, recordaban a la pequeña hormiga y la lección que les había enseñado en ese extraño lugar. Porque a veces, la magia no está en los grandes gestos o en las hazañas heroicas, sino en las pequeñas acciones que construyen puentes entre los corazones.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.