Cuentos de Hadas

Un Milagro de Vida y Amor que Llega al Mundo

Lectura para 10 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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En un pequeño y encantador pueblo rodeado de montañas y bosques, vivía una tranquila familia en una acogedora casita de madera. La familia estaba compuesta por Giselle, una niña de diez años llena de curiosidad y sueños; su mamá, Sofía, una mujer sabia que siempre tenía una sonrisa y una palabra de aliento; y un perro llamado Bruno, que era el mejor amigo y compañero de juegos de Giselle. Desde pequeña, Giselle había escuchado historias de hadas y criaturas mágicas que habitaban en los bosques, y siempre soñaba con conocerlas.

Un día, mientras jugaba en el jardín, Giselle notó algo extraño en el aire. Un ligero destello de luz danzaba entre las flores. Intrigada, se acercó y vio que era un pequeño hada con alas brillantes que emitían un suave resplandor. El hada, de nombre Lila, tenía el cabello dorado como el sol y una risa melodiosa que sonaba como el canto de un ruiseñor.

—¡Hola, Giselle! —saludó el hada—. He estado observándote jugar y me alegra que seas tan amable con la naturaleza.

Giselle, fascinada, no podía creer que estaba hablando con un hada.

—¡Hola! —respondió con emoción—. ¡Es un honor conocerte! Siempre he querido saber más sobre el mundo mágico.

Lila rió suavemente y, con un gesto de su mano, hizo que una pequeña flor se abriera justo delante de Giselle. En un instante, la flor mostró un néctar brillante que chisporroteaba como estrellas.

—Este es el néctar de la felicidad —dijo el hada—. Su sabor trae alegría y amor a aquellos que lo prueban. Pero hay un secreto: solo puede ser compartido con quienes tienen un corazón puro.

Giselle miró hacia la casa, donde su mamá estaba preparando la cena. Pensó que sería maravilloso compartir ese delicioso néctar con ella. Así que, con la ayuda de Lila, recogió algunas flores y, cuidando que quedara algo de néctar, se apresuró a entrar a casa.

—¡Mamá! —exclamó mientras corría hacia la cocina—. ¡Hoy conocí a un hada y me enseñó algo mágico!

Sofía, que siempre alentaba los sueños de su hija, dejó lo que estaba haciendo y se agachó para escucharla.

—¿De verdad, Giselle? —preguntó con una sonrisa—. Cuéntame más sobre ese hada.

Giselle le explicó cómo Lila había hecho que una flor se abriera y le había mostrado el néctar de la felicidad. Sofía, con la mirada llena de amor, le pidió a su hija que le contara más y, cuando Giselle habló del néctar, Sofía se sintió emocionada.

—¿Y si lo probamos juntas? —preguntó su mamá—. Quién sabe, tal vez nos traiga aún más alegría.

Giselle asintió entusiasmada y ambas se sentaron en la mesa, donde colocaron el néctar en una pequeña copa. Al tomar un sorbo, una corriente de felicidad recorrió sus cuerpos, y ambos sintieron una oleada de amor y risa entre ellas.

Pasaron la tarde hablando de sueños y aventuras y, al caer la noche, el brillo en los ojos de ellas reflejaba la emoción de tenerse la una a la otra. Esa noche, Giselle durmió con una sonrisa, sin saber que lo mejor estaba por venir.

Al día siguiente, mientras jugaba en el jardín, Lila apareció nuevamente, pero esta vez con una expresión seria.

—Giselle, necesito tu ayuda —dijo el hada—. Hay un bosque cercano que está perdiendo su magia. Las hadas y los animales están tristes porque el lugar se está marchitando. Necesitamos hacerlo brillar de nuevo.

Giselle sintió un cosquilleo de emoción y asintió decidida.

—¿Qué debo hacer, Lila? —preguntó, con la emoción desbordando en su voz.

—Necesitamos el amor y la alegría de los corazones puros. Y creo que tú y tu mamá pueden ayudarnos. Pero también necesitamos encontrar algunos objetos especiales que solo se pueden conseguir en el bosque. Vamos, te enseñaré el camino.

Antes de que Giselle pudiera reaccionar, Lila la tomó de la mano y, en un abrir y cerrar de ojos, se encontraron en el bosque, que era más hermoso de lo que Giselle había imaginado. Los árboles eran altos y fuertes, con hojas que brillaban como esmeraldas. Sin embargo, a medida que se adentraban más en el bosque, la tristeza se hacía evidente. Algunas flores estaban marchitas y los animales lucían desanimados.

—Vamos a encontrar lo que necesitamos —dijo Lila—. Primero, debemos buscar una pluma del pájaro de la alegría, que vive en la cima de esa montaña.

Giselle miró hacia el alto pico y sintió un pequeño escalofrío. Pero, al mismo tiempo, la determinación llenó su corazón.

—¡Podemos hacerlo! —dijo, llena de energía.

Y así, subieron juntas la montaña, a pesar de que el camino era empinado y a veces resbaladizo. Pero Giselle estaba tan motivada que cada vez que se sentía cansada, recordaba el brillo en los ojos de su madre y el poder del néctar de la felicidad. Después de un rato, llegaron a la cima y se encontraron con un hermoso pájaro, de plumaje multicolor.

—¡Hola, Giselle y Lila! —cantó el pájaro—. He oído que vienen en busca de una pluma.

Giselle, un poco tímida, se acercó al pájaro.

—Sí, señor pájaro —respondió ella—. Necesitamos tu ayuda para devolverle la alegría al bosque.

El pájaro sonrió con calidez y, en un suave aleteo, desprendió una pluma brillante que cayó suavemente en las manos de Giselle.

—Esta pluma tiene el poder de traer risas y felicidad. Úsenla bien y no olviden compartir su magia.

Giselle y Lila se despidieron del pájaro y comenzaron su camino de regreso, felices de haber conseguido la primera de las tres cosas que necesitaban.

—Ahora tenemos que encontrar una lágrima de una estrella —dijo Lila—. Se dice que las lágrimas de las estrellas son los deseos más profundos y puros. Convencen a cualquier criatura de corazón noble de ayudar.

Giselle se quedó pensativa. ¿Cómo conseguirían una lágrima de una estrella? Pero, decidida, mantuvo su fe y siguieron caminando. Mientras buscaban, se encontraron con un viejo roble que parecía triste. Sus ramas estaban caídas y sus hojas amarillentas.

—¿Por qué estás tan triste, querido roble? —preguntó Giselle, acercándose.

—Mi amigo, el viejo búho, se ha ido —suspiró el roble—. Él solía darme consejos y contarme historias. Sin él, me siento muy solo.

Giselle sintió una punzada en su corazón al ver al árbol tan apenado. Decidió que, antes de continuar su búsqueda, debía ayudar al roble.

—No te preocupes, amigo. Te prometo que encontraré a tu búho y lo traeré de regreso —aseguró Giselle, llena de resolutiva.

La promesa de ayudar al roble iluminó el día de Giselle. Se despidió del roble y siguió su camino con Lila. Después de un rato, encontraron al viejo búho en la cima de una colina, mirando hacia el horizonte.

—¿Por qué no venías a visitarme, viejo amigo? —preguntó el búho, al ver a Giselle y Lila.

—Lo siento, pero el roble necesita tu compañía. Se siente muy solo y te espera con ansias —explicó Giselle.

El búho, entendiendo la situación, asintió.

—¡Por supuesto! —dijo—. Siempre estaré para él.

Así, los tres regresaron al roble, que cobró vida al ver a su amigo nuevamente. Agradecido, el roble les prometió que una de sus semillas doradas podría ser utilizada para su misión. La semilla dorada brillaba con la luz del sol y era símbolo de esperanza.

—Cuando la siembren, recordará lo que es estar juntos y siempre florecerá el amor —dijo el roble con voz solemne.

Con una semilla dorada en su mochila, Giselle y Lila comenzaron a buscar la última pieza del acertijo: la lágrima de una estrella.

De repente, el cielo empezó a oscurecerse, y Giselle miró hacia arriba. Notó que las estrellas brillaban más intensamente que nunca. Fue entonces cuando tuvo una idea.

—Lila, si hacemos un deseo con todo nuestro corazón, tal vez una estrella escuche y se apiade de nosotros —sugirió.

Ambas se miraron y con determinación, comenzaron a pedir un deseo.

—Queremos traernos a casa una lágrima de una estrella —dijeron en coro mientras cerraban los ojos.

Casi de inmediato, sintieron un viento suave y cálido que les rodeaba. Un destello de luz brilló frente a ellas y, de repente, una pequeña esfera brillante se desprendió del cielo. Caía lentamente y, con un suave aterrizaje, se posó en las manos de Giselle. Era una pequeña lágrima que parecía estar hecha de estrellas.

—Lo logramos, Lila. ¡Logramos una lágrima de estrella! —gritó Giselle de felicidad.

Con todos los elementos en su poder, las tres amigas regresaron al bosque marchito. Llegaron justo a tiempo porque el día comenzaba a caer y el aura del bosque parecía cada vez más triste. Lila levantó sus alas e invocó las energías del néctar, la pluma, la semilla dorada y la lágrima de la estrella.

Juntas, colocaron todos los elementos en un círculo alrededor de un gran árbol anciano. Lila comenzó a recitar un encantamiento mientras Giselle lo seguía con febril emoción.

—Con amor y alegría, florece por doquier, contigo siempre, amiga mía, nuestro mundo vuelve a renacer.

Así, uno a uno, cada elemento comenzó a brillar intensamente. La pluma soltó un rocío de risas que llenó el aire, la lágrima de estrella brilló, dejando una estela de luz, y la semilla dorada comenzó a brotar raíces. El árbol vibró con alegría y en un instante, el bosque comenzó a mostrar signos de vida. Las hojas verdes brotaron, las flores se abrieron en mil colores, y los animales salieron de sus escondites, sorprendidos y felices.

Era un espectáculo de luz y color. El bosque había recuperado su magia. Lila miró a Giselle con lágrimas de felicidad en sus ojos.

—Lo hiciste, Giselle. Junto a tu amor y valentía, el bosque renace gracias a ti.

Giselle sonrió, sintiendo una inmensa alegría en su corazón. Ya no solo había salvado el bosque, sino que también había aprendido que la amistad y el amor son los componentes más mágicos que existen.

Giselle y Lila se despidieron de los amigos del bosque, prometiendo regresar. Juntas volvieron a casa, donde Sofía las esperaba inquieta. Cuando Giselle contó a su madre lo sucedido, sus ojos se llenaron de orgullo. Nunca había estado más feliz.

Aquella noche, mientras miraban las estrellas desde su ventana, Giselle comprendió que en el mundo hay magia si pones amor en todo lo que haces y si nunca dejas de creer en los milagros de la vida.

Y así, Giselle, Sofía y Lila aprendieron que la verdadera esencia de la felicidad está en compartir las bondades de la vida, por lo que siempre encontraron maneras de ayudar a los demás y compartir su amor. Desde aquel día, el bosque recobró su esplendor y nunca volvió a marchitarse. La historia de Giselle se convirtió en un hermoso cuento que se contó de generación en generación, y el brillo de las estrellas nunca dejó de iluminar aquellos corazones puros que creen en los milagros de la vida.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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