Cuentos de Humor

El Circo de los Desastres Increíbles

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

Puntuación:

0
(0)
 

Compartir en WhatsApp Compartir en Telegram Compartir en Facebook Compartir en Twitter Compartir por correo electrónico
0
(0)

Había una vez, en un pequeño pueblo escondido entre montañas, un circo que no era como los demás. No tenía elefantes haciendo trucos, ni leones saltando por aros de fuego. Tampoco había acróbatas volando por los aires con piruetas asombrosas. No, este circo era diferente. Se llamaba «El Circo de los Desastres Increíbles» y, como su nombre indicaba, no había ni un solo espectáculo que saliera bien. Todo era un desastre tras otro, pero lo más curioso es que a la gente le encantaba.

El dueño del circo era un tipo muy particular llamado Don Rigoberto, un hombre de bigote retorcido y sombrero alto que siempre tenía una sonrisa traviesa en el rostro. Don Rigoberto estaba convencido de que el caos era lo mejor que podía ofrecer al mundo. «¿Por qué hacer algo perfecto cuando los errores son más divertidos?», decía siempre con orgullo.

Y tenía razón. Cada noche, el circo se llenaba de personas que venían a reírse de los desastres más divertidos que jamás hubieran visto.

El principal atractivo del circo era un único personaje, Ramón, el payaso torpe más querido de todos los tiempos. Ramón no podía hacer ni una sola cosa bien. Si intentaba hacer malabares, las pelotas terminaban volando hacia el público. Si trataba de montar en bicicleta, se caía antes de dar la primera pedalada. Y cuando intentaba hacer algún truco de magia, siempre lograba sacar cosas que no tenían sentido, como un calcetín, una zanahoria o un pez de goma. Pero Ramón no se rendía nunca, y eso lo hacía aún más gracioso.

Una vez, Ramón trató de hacer un número con globos. Quería inflar tres globos gigantes al mismo tiempo para crear una enorme figura de animal. Pero, como siempre, nada salió como lo había planeado. Los globos explotaron en su cara, y Ramón terminó volando por los aires, aterrizando en la carpa de algodón de azúcar, cubierto de azúcar de pies a cabeza. El público no podía parar de reír, y Ramón, aunque lleno de algodón de azúcar, se levantó con una gran sonrisa en la cara.

«¡Señoras y señores, así se hace un verdadero desastre!» gritó Ramón, agitando los brazos con entusiasmo.

Pero no solo Ramón era el alma del circo. Había otros personajes tan torpes como él. Rosita, la equilibrista, intentaba caminar por la cuerda floja, pero siempre se tambaleaba tanto que parecía que en cualquier momento caería. Aunque, de alguna manera, nunca lo hacía, y sus movimientos torpes y ridículos hacían que el público la animara aún más.

Pepe el Magnífico, el mago del circo, también era parte del equipo de desastres. Pepe siempre trataba de hacer desaparecer cosas, pero terminaba desapareciendo cosas que no debía. Una vez, intentó hacer desaparecer su sombrero, pero terminó desapareciendo su bastón, su conejo, e incluso una parte de su chaqueta. «¡Vaya, parece que desaparecí mi sentido común también!», exclamaba Pepe, mientras el público se reía a carcajadas.

Pero la verdadera estrella del circo, y la favorita de todos los niños, era Pancho, el elefante artista. Pancho no era un elefante común. Aunque lo habían entrenado para pintar cuadros, sus habilidades artísticas eran, digamos, un poco… únicas. Cada vez que Pancho intentaba pintar algo, terminaba haciendo garabatos incomprensibles que parecían más manchas de colores que una verdadera obra de arte. Pero Pancho siempre estaba muy orgulloso de su trabajo y, al final de cada función, levantaba su trompa en señal de triunfo, mostrando su «obra maestra» al público.

«¡El arte es para los valientes!» gritaba Don Rigoberto desde el centro de la carpa. Y todos, sin excepción, aplaudían a Pancho, aunque nadie entendía muy bien qué era lo que había pintado.

Un día, el circo recibió la noticia de que una competencia de circos se llevaría a cabo en la gran ciudad cercana. Sería el evento más importante del año, y todos los circos más famosos del país participarían, mostrando sus mejores números. Don Rigoberto, siempre optimista, decidió que su circo debía participar también.

«¡Este será nuestro gran momento!» anunció con entusiasmo. «Mostraremos al mundo lo que es el verdadero arte del desastre.»

Ramón, Rosita, Pepe y Pancho estaban nerviosos. Sabían que, a pesar de que al público les gustaban sus desastres, en una competencia de circos la cosa podía ser diferente. «¿Y si se ríen de nosotros de una manera que no es buena?» preguntó Ramón, preocupado.

«¿Y si piensan que somos un chiste?» añadió Rosita, mientras trataba de equilibrarse en un pie sin éxito.

«Bueno, técnicamente somos un chiste», intervino Pepe, el mago, con su típico humor seco.

Don Rigoberto, como siempre, los tranquilizó. «Queridos amigos, ¿acaso no es eso lo que queremos? Que la gente se ría, que disfrute. No importa si no somos los más perfectos, lo que importa es que hacemos feliz a la gente. Y ese es el verdadero éxito.»

Comparte tu historia personalizada con tu familia o amigos

Compartir en WhatsApp Compartir en Telegram Compartir en Facebook Compartir en Twitter Compartir por correo electrónico

Cuentos cortos que te pueden gustar

autor crea cuentos e1697060767625
logo creacuento negro

Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

Deja un comentario