Era un día soleado y muy especial para Matías y sus amigos del Cruz Azul. El equipo estaba en la final de fútbol más importante de su vida, enfrentándose a su máximo rival, el América. El estadio estaba repleto, la emoción se sentía en el aire, y los aficionados gritaban y cantaban, llenos de esperanza y nerviosismo.
Matías era el delantero estrella del Cruz Azul. Siempre había sido un jugador rápido, habilidoso y con un gran sentido del humor. A su lado estaban Zeus, Ruis, Santiago y Alexis, quienes formaban un equipo invencible, no solo por sus habilidades, sino porque nunca perdían la alegría y el buen ánimo, incluso cuando el partido se complicaba.
Durante casi todo el juego, nadie pudo meter un gol. Los porteros de ambos equipos estaban tan impresionantes que parecía que tenían poderes mágicos para atrapar cualquier balón. No importaba cuántas veces Matías y sus amigos intentaran, el marcador seguía 0 a 0, y el tiempo corría rápidamente.
El partido se había extendido al minuto 99, y la tensión en el estadio era tan grande que nadie podía hablar en voz alta. Los jugadores estaban cansados, sudorosos y con los músculos al límite, pero el espíritu de lucha seguía intacto. Fue entonces cuando pasó algo divertido y a la vez milagroso.
Alexis, conocido en el equipo por su apodo “El Chistoso”, aprovechó que todos estaban tensos para soltar una broma. Mientras hacía un pase a Ruis, gritó: “¡Vamos, equipo, que si ganamos, invito helados para todos!” Al escuchar esto, Ruis no pudo evitar reírse y recibir el pase con una sonrisa gigante.
Ruis, un jugador fuerte y con mucha energía, se encargó rápido de pasar el balón a Santiago, quien era famoso por sus fintas y por hacer reír a sus compañeros con sus divertidas torpezas cuando tocaba el balón. Santiago recibió el pase y con una sonrisa pícara se la pasó directamente a Zeus.
Zeus era el defensor que, a pesar de su nombre poderoso, era el más bromista del grupo. Antes de pasarle el balón a Matías, hizo una pequeña “peinada” exagerada, levantando el balón con la frente mientras decía en voz baja para no ser escuchado por el rival: “¡Ahí va el balón de la victoria, equipo!”
Llegó finalmente el balón a Matías, justo en el minuto cien del partido. En ese momento, Matías se encontró cara a cara con el portero del América. El portero, un gigante que medía casi dos metros, estaba parado como una torre, listo para detener cualquier tiro. Pero Matías no se amedrentó, ni tampoco perdió la esperanza.
Con una sonrisa confiada, Matías decidió hacer algo que nadie esperaba. Le levantó el balón suavemente al portero, intentando hacer un jueguito para sorprenderlo. El balón tocó el travesaño con un golpe fuerte y sonoro, y rebotó hacia el campo.
Ahí fue el momento de la magia. Matías se lanzó al aire con una chilena espectacular. Parecía un acróbata cuando logró conectar el balón y mandarlo directo al fondo de la portería. El estadio explotó en gritos y aplausos, todos los aficionados del Cruz Azul estaban saltando y gritando “¡Gol, gol, gol!”, mientras los jugadores también se abrazaban entre risas y lágrimas de alegría.
Pero antes de que el árbitro pudiera señalar el final, Matías se levantó todavía sonriendo y con las manos en las rodillas, respirando agitado. Zeus se acercó y le dijo bromeando: “¡Matías, si hacías ese gol en el último minuto todas las finales tendrían que durar 100 minutos!”
Ruis respondió entre risas: “Sí, y Alexis ya está preparando la libreta para anotar la próxima broma que nos dé suerte.”
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.