Había una vez una niña llamada Fiona que, a pesar de tener solo cuatro años, era conocida en su pequeño pueblo como la más valiente y aventurera de todas. Fiona no podía quedarse quieta ni un segundo; siempre estaba buscando la próxima gran aventura. Le encantaba explorar el bosque cercano a su casa, imaginando que era una exploradora descubriendo nuevos mundos llenos de criaturas fantásticas y tesoros escondidos.
Un día, mientras caminaba por un sendero que no había explorado antes, Fiona notó algo inusual entre los árboles. A lo lejos, algo brillaba y parecía moverse con el viento. Intrigada, decidió acercarse para investigar. Al apartar unas ramas y adentrarse en un pequeño claro, Fiona vio algo que nunca había visto antes: una gran carpa de circo, llena de colores vibrantes y luces que parpadeaban como estrellas. Lo más extraño era que Fiona estaba segura de que esa carpa no había estado allí antes.
Con su corazón latiendo de emoción, Fiona se acercó a la carpa. Al llegar a la entrada, la cortina que cubría la entrada se abrió suavemente, como si la estuviera invitando a pasar. Fiona, sin pensarlo dos veces, entró.
Tan pronto como puso un pie dentro, las luces de la carpa se encendieron de repente, iluminando un espacio enorme y lleno de vida. Había payasos haciendo malabares, animales de todas las formas y tamaños, y trapecistas volando por el aire en piruetas increíbles. Pero lo que más llamó la atención de Fiona fue un hombre de aspecto amable que estaba de pie en el centro de la carpa. Llevaba una capa larga y brillante, y un sombrero alto que parecía casi tocar el techo de la carpa.
—¡Bienvenida a Tihany Spectacular, el circo más mágico del mundo! —exclamó el hombre con una voz cálida y melodiosa—. Soy el Gran Mago Tihany, y estoy encantado de tenerte aquí, Fiona.
Fiona abrió los ojos con asombro. ¿Cómo sabía su nombre? Pero antes de que pudiera preguntar, el Gran Mago Tihany hizo un gesto con su mano, y un destello de luz salió de su varita mágica. De repente, una silla apareció justo delante de Fiona.
—Por favor, toma asiento —dijo el mago—. Tengo muchas cosas que mostrarte.
Fiona, un poco sorprendida pero muy emocionada, se sentó en la silla. Tan pronto como lo hizo, la silla comenzó a elevarse en el aire, llevándola por encima de la pista del circo. Desde allí, podía ver todo lo que sucedía a su alrededor: los payasos seguían haciendo malabares, los animales marchaban en formación, y los trapecistas realizaban acrobacias imposibles. Fiona no podía creer lo que veían sus ojos.
—Este es un lugar muy especial —continuó el mago mientras caminaba por debajo de ella—. Es un circo donde todo es posible, y donde los sueños más locos se hacen realidad.
La silla bajó suavemente hasta el suelo, y el Gran Mago Tihany se acercó a Fiona.
—¿Te gustaría aprender algunos trucos de magia? —le preguntó con una sonrisa.
Fiona asintió con entusiasmo. ¡Claro que quería aprender magia! ¿Quién no querría hacer aparecer y desaparecer cosas con solo un chasquido de dedos?
El mago la llevó a una mesa llena de objetos extraños: sombreros, pañuelos, conejos de peluche, y varitas de todos los tamaños.
—El primer truco que te enseñaré es cómo hacer desaparecer este pañuelo —dijo, tomando un pañuelo rojo y agitándolo en el aire—. Solo necesitas decir las palabras mágicas: ¡Abracadabra, pata de cabra!
Fiona repitió las palabras, y con un movimiento rápido de la mano del mago, el pañuelo desapareció. Fiona aplaudió emocionada.
—Ahora es tu turno —dijo el mago, entregándole otro pañuelo.
Fiona tomó el pañuelo, lo agitó con todas sus fuerzas y dijo en voz alta:
—¡Abracadabra, pata de cabra!
Para su sorpresa, el pañuelo desapareció de inmediato. Fiona no podía contener su risa. ¡Había hecho un truco de magia de verdad!
—¡Lo hice! —exclamó, saltando de alegría.
El Gran Mago Tihany la miró con aprobación.
—Tienes un don para la magia, Fiona. Pero la magia no solo está en los trucos, sino en cómo haces sentir a las personas. Mira a tu alrededor, ¿ves cómo todos están sonriendo? Eso es porque has traído alegría con tu magia.
Fiona miró a su alrededor y vio que todos, desde los payasos hasta los animales, la estaban mirando con sonrisas en sus rostros. Se sintió muy feliz al ver que su pequeña magia había hecho sonreír a tantas personas.
Pero la diversión no terminó allí. El mago le enseñó a Fiona otros trucos: cómo hacer aparecer un ramo de flores de la nada, cómo multiplicar caramelos con un toque de su varita, e incluso cómo hacer levitar a un pequeño conejo de peluche. Fiona estaba encantada, cada truco era más asombroso que el anterior.
Después de un rato, el Gran Mago Tihany la llevó a la parte trasera de la carpa, donde los animales estaban descansando. Había elefantes, leones, jirafas y hasta un dragón pequeñito que sacaba chispas por la nariz.
—En Tihany Spectacular, todos los animales son mágicos —le explicó el mago—. No son como los animales comunes; pueden hablar y tienen poderes especiales. Pero lo más importante es que son muy buenos amigos.




Tihany espectacular.