Cuentos de Humor

La Princesa de la Torre y el Poder de la Obediencia

Lectura para 8 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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En un reino lejano, donde los ríos cantaban al caer la tarde y los árboles susurraban secretos, vivía una simpática princesa llamada Daniela. Su risa era contagiosa y siempre estaba rodeada de sus amigos: Ángel, un niño muy curioso y aventurero; Karen, una chica muy risueña que siempre tenía un chiste listo, y Nieve, una pequeña ardilla que era la mascota de Daniela y tenía un pelaje blanquísimo como la nieve. Juntos, estos cuatro amigos compartían muchas aventuras y travesuras.

Un día, mientras exploraban el amplio jardín del castillo, encontraron una misteriosa puerta escondida detrás de una gran hiedra. La puerta estaba cubierta de polvo y parecía que no se abría desde hacía siglos. Con gran curiosidad, Daniela y sus amigos decidieron intentar abrirla.

—¿Y si hay un tesoro detrás? —preguntó Ángel, emocionado.

—O quizás un monstruo —agregó Karen con una sonrisa traviesa, mientras hacía gestos divertidos.

Nieve, por su parte, saltó de un lado a otro, como si estuviese animando a sus amigos a seguir adelante. Estaba claro que la ardilla no tenía miedo de lo que podría haber al otro lado de la puerta.

Daniela, que era muy valiente, se acercó y empujó la puerta con todas sus fuerzas. Para su sorpresa, se abrió de golpe, dejando salir una nube de polvo que los hizo estornudar.

—¡Achís! —exclamaron al unísono, riendo al ver a Nieve estornudar como una locuela.

Cuando el polvo se disipó, vieron un pasillo oscuro que se extendía más allá de la puerta. A pesar de la oscuridad, su curiosidad fue más fuerte que el miedo. Sin dudarlo, los cuatro amigos se adentraron en el misterioso pasillo.

Mientras caminaban, comenzaron a escuchar unos ecos extraños. Todo sonaba como si alguien estuviese riendo, pero con un tono muy peculiar. Angel se rascó la cabeza, confundido.

—¿Escuchan eso? Parece que hay alguien más aquí —dijo.

—Quizás sea un mago gracioso —sugirió Karen, haciendo una mueca divertida.

De repente, una figura salió de la penumbra. Era un viejo sabio con una larga barba blanca que le llegaba hasta el pecho. Aquel anciano se reía a carcajadas, y en su sombrero tenía un par de orejas de conejo.

—¡Bienvenidos, pequeños aventureros! —dijo el anciano con una voz profunda y melodiosa—. Soy el Gran Jocular, guardián de este pasillo mágico. Vengo a poner a prueba su sentido del humor.

—¿Cómo? —preguntó Daniela, intrigada.

—Así es —respondió el Gran Jocular—. Si desean salir de este lugar, deben demostrar que son unos verdaderos maestros del humor. Verán, este pasillo solo se abrirá ante quienes hagan reír a los demás.

—¡Eso es fácil! —exclamó Karen, listísima para comenzar—. Yo empiezo: ¿Por qué los pájaros no usan Facebook?

—No sé, ¿por qué? —preguntó Ángel, curioso.

—¡Porque ya tienen tuít! —dijo Karen, soltando una risa contagiosa. El Gran Jocular rió a carcajadas, y la puerta del pasillo se iluminó un poco.

—¡Buen comienzo, pequeña! —dijo el anciano—. Ahora, ¿quién sigue?

Nieve, que había estado observando a sus amigos, decidió que era su momento de actuar. Se subió sobre la cabeza de Daniela y comenzó a hacer mímicas graciosas, intentando imitar a un artista de circo. Los amigos no pudieron contener la risa al ver a Nieve movía sus patas como si estuviese bailando.

—¡Eso fue muy divertido, pequeña ardillita! —dijo el Gran Jocular, mientras se secaba una lágrima de la risa—. ¿Quién más quiere intentarlo?

—Yo quiero, yo quiero —gritó Ángel—. A ver, escuchen: ¿Qué hace una abeja en el gimnasio?

—No tengo idea —respondieron sus amigos al unísono.

—¡Zum-ba! —dijo Ángel, provocando una risa aún más fuerte de parte de sus amigos.

El Gran Jocular aplaudió con alegría y les aseguró que estaban muy cerca de salir de aquel pasillo.

—¡Solo les falta una ayuda más! —dijo el anciano—. Necesito que todos juntos hagan algo gracioso. ¿Cuál es su idea?

Ahora era el turno de Daniela. Se le ocurrió algo interesante. Propuso hacer una pequeña representación en la que cada uno de ellos interpretara un personaje. Así que, se pusieron de acuerdo: serían un grupo de animales que organizaban una fiesta, pero que no sabían bailar.

Primero, Ángel interpretó a un pato que intentaba bailar, moviendo su cuerpo torpemente. Al mismo tiempo, Nieve, que era muy ágil, intentaba imitarlo, pero se resbaló y cayó, provocando un estallido de risas. Luego, Karen hizo la voz de un gato que hablaba con un acento muy divertido y criticaba a los demás por no saber bailar. Por último, Daniela decidió que sería una tortuga que trataba de ser disco, pero se movía muy lentamente.

El Gran Jocular se partió de la risa, y las paredes del pasillo comenzaron a brillar intensamente. Con cada risa, la puerta se abría un poco más.

—¡Eso es! ¡Sigan así! ¡Están haciendo un trabajo maravilloso! —exclamó el anciano, mientras las risas resonaban por todo el pasillo.

Finalmente, el Gran Jocular dio un gran golpe con su bastón y ¡pam! ¡La puerta se abrió por completo!

—Han pasado la prueba del humor. ¡Pueden seguir su camino! —anunció, con una sonrisa en su rostro—. Recuerden siempre que el verdadero poder de la alegría reside en la amistad y en compartir risas con quienes queremos.

Daniela, Ángel, Karen y Nieve se despidieron del Gran Jocular y salieron al otro lado de la puerta. Para su sorpresa, se encontraron en lo alto de una torre. Desde allí, podían ver todo el reino, con sus hermosos paisajes y los brillantes colores de las flores.

—¡Guau! ¡Qué vista! —gritó Daniela con emoción.

—Y pensar que todo esto comenzó detrás de una puerta polvorienta —dijo Ángel, aún maravillado.

—Lo que más me gusta es que pudimos hacer reír a alguien —comentó Karen—. ¡No hay nada mejor que eso!

Nieve saltó en los brazos de Daniela, como si celebrara su éxito en la aventura. La torre no solo era un lugar alto, sino un símbolo de lo que habían logrado juntos.

Después de contemplar la belleza del reino, decidieron que era hora de regresar y compartir su historia con los demás. Mientras descendían por la torre, empezaron a contar chistes entre ellos, riendo y disfrutando del momento.

Al llegar de nuevo al jardín del castillo, se encontraron con un grupo de niños que estaban tristes. Curiosos, se acercaron a ellos.

—¿Por qué están tan tristes? —preguntó Daniela.

—Nosotros queríamos jugar, pero no sabemos qué hacer —respondió una niña con una expresión melancólica.

Instantáneamente, Daniela miró a sus amigos y una idea brillante se formó en su mente.

—¿Qué les parece si les contamos sobre nuestra aventura con el Gran Jocular y hacemos una diversión llena de risas? —sugirió.

Los demás se emocionaron al instante. Los niños tristes se iluminaron con la idea, y pronto, todos se asentaron en círculo. Daniela empezó a narrar su aventura, mientras sus amigos añadían los detalles más divertidos y contaban los chistes que habían hecho durante su travesía.

La risa fue in crescendo, llena de alegría y diversión. Nieve, actuando como una ardilla traviesa, hizo reír a todos imitando a los personajes que habían creado. No pasó mucho tiempo antes de que todos los niños se unieran en sus juegos, creando nuevos personajes y compartiendo sus propias historias divertidas.

El castillo y el jardín se convirtieron en un memorial de risas y amistad. Así, los niños no solo aprendieron que el humor es una gran herramienta para unir a las personas, sino que también descubrieron que lo más valioso era la compañía de amigos con quienes compartir esos momentos.

Desde aquel día, el reino se llenó de risa, y Daniela, Ángel, Karen y Nieve se hicieron conocidos como los mejores contadores de cuentos y creadores de risas de toda la tierra. Juntos aprendieron que, en la vida, siempre hay espacio para un poco de humor y que compartir esos momentos puede transformar lo triste en alegría.

Y así, vivieron muchas aventuras más, riendo y aprendiendo, sabiendo que el verdadero poder de la obediencia no se trata solo de seguir reglas, sino de ser felices y hacer feliz a los demás compartiendo risas y alegría.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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