Cuentos de Humor

León y Camila: El Gran Conflicto de las Galletas

Lectura para 8 años

Tiempo de lectura: 4 minutos

Español

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Había una vez en un pequeño y acogedor pueblo, un niño llamado León y su madre Camila. León era un niño muy travieso y curioso, siempre buscando la próxima aventura. Camila, su madre, era una mujer paciente y amorosa, pero también muy firme cuando se trataba de establecer reglas en casa.

Una tarde soleada, mientras Camila estaba horneando galletas en la cocina, León se acercó con una mirada traviesa. Sabía que su madre hacía las mejores galletas del mundo y no podía esperar para probar una. Pero Camila tenía una regla estricta: «Nada de galletas antes de la cena».

«¡Mamá, huelen deliciosas!» exclamó León, acercándose al horno. «¿Puedo probar una? Solo una, por favor.»

Camila, con las manos en las caderas y una sonrisa divertida en el rostro, negó con la cabeza. «León, sabes que no puedes comer galletas antes de la cena. Tienes que esperar.»

León frunció el ceño, pero no iba a rendirse tan fácilmente. Se quedó en la cocina, observando cómo su madre sacaba las galletas doradas y crujientes del horno y las colocaba en una bandeja para que se enfriaran. Las galletas olían tan bien que su estómago rugía de hambre.

«¡Mamá, estoy muy hambriento!» intentó de nuevo León, poniendo su mejor cara de cachorro abandonado.

Camila rió y le dio una palmadita en la cabeza. «Lo siento, León, pero las reglas son las reglas. Debes esperar hasta después de la cena.»

León decidió que tenía que idear un plan. No podía soportar la idea de esperar tanto tiempo para comer una de esas deliciosas galletas. Así que, mientras su madre estaba ocupada limpiando la cocina, decidió poner en marcha su plan maestro.

Esperó a que Camila saliera de la cocina para buscar algo en el sótano. Entonces, aprovechando la oportunidad, se subió a una silla y estiró la mano hacia la bandeja de galletas. Justo cuando estaba a punto de agarrar una, escuchó la voz de su madre desde la puerta.

«¡León, te he visto!» exclamó Camila con una mezcla de exasperación y diversión. «Baja de esa silla ahora mismo.»

León, sorprendido, se bajó de la silla rápidamente, pero no sin antes tomar una galleta y esconderla detrás de su espalda. Camila lo miró con una ceja levantada, sabiendo muy bien lo que había hecho.

«¿Qué tienes ahí detrás, León?» preguntó con una sonrisa.

«¡Nada, mamá!» respondió León, tratando de parecer inocente.

Camila se acercó y extendió la mano. «Dame la galleta, León. No puedes engañarme.»

León suspiró y entregó la galleta a su madre. «Solo quería una pequeña mordida,» dijo con un tono lastimero.

Camila lo miró con ternura y luego con seriedad. «León, hay un tiempo para todo. Las galletas son para después de la cena. Ahora ve a lavarte las manos y prepárate para cenar.»

León asintió y se fue a lavar las manos, pero no podía dejar de pensar en las galletas. Durante la cena, apenas podía concentrarse en su comida, pensando en el momento en que podría disfrutar de una galleta. Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, la cena terminó.

«¡Ahora puedo comer una galleta!» exclamó León con alegría, saltando de su silla.

Camila sonrió y asintió. «Sí, ahora puedes tomar una. Pero solo una, ¿de acuerdo?»

León corrió a la cocina y tomó una galleta de la bandeja. La mordió y sus ojos se iluminaron de felicidad. «¡Es deliciosa, mamá! Eres la mejor.»

Camila rió y abrazó a su hijo. «Me alegra que te guste, León. Recuerda, la paciencia es una virtud. A veces, esperar un poco hace que las cosas sean aún más especiales.»

León asintió, entendiendo finalmente la lección. A partir de ese día, trató de ser más paciente y respetar las reglas de su madre, aunque a veces le costaba mucho. Pero siempre recordaba el sabor de esa galleta y la lección que aprendió sobre la paciencia y el respeto.

A medida que pasaban los días, León y Camila siguieron viviendo sus cómicas aventuras diarias. Un día, mientras jugaban en el jardín, León encontró un pequeño agujero en la cerca y decidió investigar.

«Mamá, ¡mira esto!» llamó León, señalando el agujero.

Camila se acercó y miró el agujero con curiosidad. «¿Qué crees que es, León?»

«¡Creo que es un túnel secreto!» exclamó León con entusiasmo.

Camila rió y sacudió la cabeza. «No estoy segura de eso, pero podemos investigar juntos.»

León y Camila se agacharon y miraron a través del agujero. Al otro lado, vieron el jardín del vecino, pero también algo más interesante: un pequeño conejo blanco.

«¡Mamá, es un conejo!» gritó León.

«Sí, lo es,» respondió Camila. «Parece que nuestro vecino tiene un nuevo amigo.»

León y Camila pasaron el resto de la tarde observando al conejo, riendo y disfrutando del momento juntos. Cada día traía nuevas aventuras y momentos divertidos que compartían con amor y alegría.

Otro día, mientras caminaban por el parque, León vio un gran charco de barro y no pudo resistirse. Con un salto, aterrizó en el charco, salpicando barro por todas partes, incluida su madre.

«¡León!» exclamó Camila, tratando de no reírse. «Mira el desastre que has hecho.»

León miró a su madre, cubierto de barro, y ambos empezaron a reírse. «Lo siento, mamá. Pero fue muy divertido.»

Camila suspiró y sonrió. «Está bien, León. Vamos a casa y nos limpiamos.»

A medida que León crecía, las lecciones y risas continuaron. Aprendió sobre la importancia de la paciencia, el respeto y, sobre todo, el amor incondicional que su madre siempre le brindaba. Cada día era una nueva oportunidad para aprender y crecer juntos.

Una noche, mientras León se preparaba para dormir, Camila se sentó en el borde de su cama y le contó una historia. «Había una vez, un niño muy travieso llamado León, que siempre encontraba la manera de hacer reír a su madre.»

León sonrió y se acurrucó bajo las mantas. «Mamá, ¿esa historia es sobre mí?»

Camila asintió y le dio un beso en la frente. «Sí, León. Eres mi pequeño travieso, y te amo más de lo que puedes imaginar.»

León cerró los ojos, sintiéndose amado y seguro. «Te amo, mamá,» murmuró antes de quedarse dormido.

Y así, en su pequeño pueblo, León y Camila vivieron muchas más aventuras juntos. Cada día era una mezcla de travesuras, risas y amor, demostrando que, a pesar de los conflictos cómicos y las travesuras, el amor de una madre y su hijo siempre prevalece.

Fin.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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