Pepi y la Gran Sorpresa de Cumpleaños

En el colorido pueblo de Risasol, vivía una familia conocida por sus increíbles aventuras y su inquebrantable alegría. El padre, Pepi, era el alma de la casa, con su humor inagotable y su corazón gigante. A punto de cumplir 49 años, Pepi era el padre más copado y amoroso del mundo, siempre listo para embarcarse en locas aventuras junto a sus cuatro hijas: Mami, Cami, Juli y Mary.

Mami, la mayor, tenía el talento de convertir cualquier situación en una escena de película, con su actitud cool y sus gafas de sol que nunca abandonaban su rostro. Cami era la aventurera, siempre con un sombrero de explorador y una brújula en mano, liderando expediciones por el jardín trasero. Juli, la artista de la familia, veía el mundo en pinceladas de colores, siempre con su paleta y lienzos a cuestas. Y Mary, la más joven, era una científica en potencia, fascinada por los experimentos y las reacciones químicas.

Este año, las hijas decidieron que era el momento de agradecer a Pepi por todos esos años de amor, risas y aventuras. Querían organizar la sorpresa de cumpleaños más grande y cómica que Risasol jamás hubiese visto. La operación «Sorpresa Copada» estaba en marcha.

La primera tarea fue la decoración. Mami tomó el mando, creando un escenario que parecía sacado de una comedia clásica, con guirnaldas extravagantes y globos que reían con caritas dibujadas. Cami, en una de sus expediciones matutinas, descubrió en el ático un viejo traje de payaso que perteneció al abuelo de Pepi. Sin dudarlo, sabía que era el atuendo perfecto para la ocasión.

Juli, con su visión artística, pintó un enorme retrato de Pepi, pero con una vuelta de tuerca: le añadió orejas de conejo y una nariz de payaso. Cada vez que alguien miraba el retrato, no podía evitar soltar una carcajada. Mary, por su parte, se encargó del espectáculo de ciencia, planeando un volcán de bicarbonato que haría erupción justo al cantar el «Feliz Cumpleaños».

El gran día llegó. Con Pepi distraído en una «aventura de supermercado» liderada por la vecina cómplice, las chicas terminaron los últimos detalles. El pastel, una torre inclinada de pisos de chocolate, vainilla y un sorprendente relleno de golosinas explosivas, era una obra maestra de la repostería cómica.

Al volver a casa, Pepi no podía creer lo que veían sus ojos. Su familia lo esperaba, escondida detrás de los muebles, lista para saltar y gritar «¡Sorpresa!». Y así lo hicieron, pero con tal entusiasmo que el pastel, precariamente equilibrado, comenzó a tambalearse. Todos contuvieron la respiración, pero en lugar de caer, el pastel se detuvo en un imposible ángulo de noventa grados, como desafiando la gravedad.

Las risas explotaron en la habitación, y Pepi, con lágrimas de felicidad en los ojos, abrazó a sus hijas. «¡Este es el mejor cumpleaños de mi vida!», exclamó. Mientras tanto, el volcán de Mary comenzó a erupcionar, llenando la habitación de espuma y más risas.

La fiesta de cumpleaños de Pepi fue recordada durante años, no solo por las sorpresas y las risas, sino por el amor que cada detalle reflejaba. Risasol había sido testigo de muchas aventuras, pero ninguna tan especial como la operación «Sorpresa Copada».