Había una vez, en un reino lejano, un joven príncipe llamado Carlos, conocido por su valentía y bondad. Carlos era un joven apuesto con cabellos oscuros y ojos brillantes, siempre dispuesto a ayudar a quienes lo necesitaban. En el mismo reino vivía la hermosa princesa Carla, una joven de largos cabellos dorados y una sonrisa que iluminaba el día más oscuro. Sin embargo, su vida no era tan brillante como su sonrisa. La madre de Carla había fallecido cuando ella era muy pequeña, y ahora vivía bajo la cruel tutela de su madrastra, una mujer malvada y envidiosa.
La madrastra de Carla, una mujer de semblante frío y severo, envidiaba profundamente la belleza y dulzura de la princesa. Hacía todo lo posible por mantener a Carla encerrada en el castillo, impidiéndole conocer a nadie del exterior, especialmente al Príncipe Carlos, de quien había oído hablar y temía que se enamorara de Carla. Día tras día, la madrastra le daba tareas imposibles y la regañaba sin motivo alguno, esperando apagar la luz que irradiaba la joven princesa.
Un día, mientras el Príncipe Carlos paseaba por el bosque cercano al castillo, escuchó un canto melancólico que lo hizo detenerse. La melodía, aunque triste, era increíblemente hermosa, y Carlos sintió una necesidad irresistible de seguirla. Siguiendo el sonido, llegó a un claro del bosque donde encontró a Carla, sentada junto a un arroyo, llorando silenciosamente. Al verla, Carlos quedó cautivado por su belleza y tristeza. La princesa, al notar su presencia, intentó ocultar sus lágrimas, pero el príncipe se acercó con gentileza y le preguntó qué le sucedía.
Carla, después de un momento de duda, le contó su triste historia. Carlos, conmovido por su situación, prometió ayudarla a escapar de las garras de su malvada madrastra. Durante los días siguientes, el príncipe y la princesa se encontraron en secreto, planeando su huida. La bondad de Carlos y la determinación de Carla fueron clave para idear un plan que les permitiera escapar sin ser descubiertos.
Finalmente, el día llegó. Carlos y Carla habían decidido que escaparían durante una noche de luna llena, cuando la madrastra solía dormirse temprano después de sus reuniones nocturnas con sus amigas, otras damas de la nobleza tan malvadas como ella. Carlos, vestido con ropas comunes para no llamar la atención, llegó al castillo y trepó por una enredadera hasta la ventana de la habitación de Carla. Con un nudo en el estómago pero una determinación férrea, Carla tomó la mano de Carlos y juntos comenzaron su escape.
Mientras atravesaban los oscuros pasillos del castillo, los nervios de Carla aumentaban. En cualquier momento, podrían ser descubiertos. Pero Carlos, siempre valiente, la tranquilizaba con suaves palabras de aliento. Al llegar a la puerta principal, se encontraron con la madrastra, que había sospechado algo y estaba esperándolos con una mirada de furia.
«¡Tú no irás a ninguna parte, Carla!» exclamó la madrastra, su voz llenando el vestíbulo. Carlos se interpuso entre Carla y su madrastra, decidido a proteger a la princesa. La madrastra, furiosa, intentó llamar a los guardias, pero Carlos, rápido como un rayo, logró desarmarla y cerrar la puerta detrás de ellos.
Con la madrastra gritando detrás de ellos, Carlos y Carla corrieron hacia el bosque, donde sus caballos los esperaban. Montaron y cabalgaron a toda velocidad hacia el reino vecino, donde Carlos tenía amigos que les proporcionarían refugio. Durante el viaje, Carla comenzó a sentir una nueva sensación: la libertad. Aunque su corazón aún latía con fuerza debido al peligro, su mente se llenaba de esperanza y emoción por el futuro.
Después de varios días de viaje, finalmente llegaron al reino vecino. Fueron recibidos con los brazos abiertos, y el rey, un buen amigo del padre de Carlos, les ofreció protección. La madrastra, al darse cuenta de que había perdido a Carla para siempre, se retiró al castillo, donde vivió sola y amargada por el resto de sus días.
Carlos y Carla, por su parte, disfrutaron de su nueva vida juntos. La bondad de Carlos y la determinación de Carla triunfaron sobre la maldad, y juntos regresaron al reino, donde se casaron en una ceremonia hermosa y emotiva. La boda fue una celebración de amor y justicia, y todo el reino se unió para festejar el feliz acontecimiento.
Con el paso del tiempo, Carlos y Carla gobernaron con justicia y amor, siempre recordando los desafíos que habían enfrentado y superado juntos. Su reinado se destacó por la paz y la prosperidad, y su historia se convirtió en una leyenda que inspiraría a generaciones futuras.
Así, el Príncipe Carlos y la Princesa Carla vivieron felices para siempre, demostrando que la bondad y la valentía siempre triunfan sobre la maldad.
Fin.
Cuentos cortos que te pueden gustar
La Princesa Elena y el Pajarito Cantor
Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.