Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de bosques y prados, una niña llamada Alicia. Alicia tenía ocho años y le encantaba explorar la naturaleza, correr entre los árboles y recoger flores silvestres. Una tarde, mientras paseaba por un sendero que no había recorrido antes, vio algo muy curioso: un conejo blanco con un pequeño chaleco azul. Lo más sorprendente de todo es que el conejo estaba hablando solo.
Alicia se detuvo y, sin querer hacer ruido, se escondió detrás de un arbusto para observar al conejo. El conejo, ajeno a su presencia, seguía hablando en voz alta. —¡Llegaré tarde, llegaré tarde! —repetía una y otra vez mientras miraba un diminuto reloj de bolsillo.
Intrigada, Alicia decidió seguir al conejo. Aunque sus padres siempre le habían dicho que no debía alejarse demasiado de casa, no podía resistir la curiosidad que sentía. Con mucho cuidado, siguió al conejo por el bosque hasta llegar a un gran árbol con una puerta en su tronco. El conejo abrió la puerta y desapareció en su interior.
Alicia se acercó lentamente y, con un poco de miedo, empujó la puerta. Al otro lado encontró una escalera que descendía en espiral hacia la oscuridad. Con el corazón latiendo rápidamente, decidió bajar. Sabía que estaba siendo imprudente, pero la aventura la llamaba con fuerza.
La escalera parecía interminable, pero finalmente Alicia llegó al fondo. Delante de ella se abría un maravilloso bosque iluminado por una luz suave y mágica que parecía provenir de las estrellas. El conejo estaba allí, esperándola con una sonrisa.
—¡Hola! —dijo el conejo—. Me llamo Rabby. ¿Y tú, cómo te llamas?
Alicia estaba tan sorprendida que tardó unos segundos en responder. —Me llamo Alicia. ¿Cómo es que puedes hablar?
Rabby se rió. —En este lugar, los animales podemos hablar. Bienvenida al Bosque de los Sueños. Aquí todo es posible.
Alicia no podía creer lo que veía. El bosque estaba lleno de árboles gigantescos con hojas doradas, flores que brillaban en la oscuridad y criaturas fantásticas que nunca había visto. Había hadas revoloteando, unicornios pastando y duendes jugando entre las raíces de los árboles.
—¡Esto es increíble! —exclamó Alicia, sus ojos brillando de emoción.
Rabby asintió. —Sí, lo es. Pero también es un lugar donde suceden cosas muy extrañas. Ven, te mostraré algo.
El conejo guió a Alicia por un sendero que serpenteaba entre los árboles hasta llegar a un claro donde había una pequeña cabaña hecha de ramas y hojas. En la cabaña vivía una anciana que parecía muy amable.
—Ella es Nana —dijo Rabby—. Cuida de todos los que viven en el bosque.
Nana sonrió y saludó a Alicia. —Hola, pequeña. Rabby me ha contado sobre ti. Bienvenida al Bosque de los Sueños. Aquí podrás vivir muchas aventuras, pero también debes tener cuidado. No todo es lo que parece.
Alicia asintió, todavía maravillada por todo lo que veía. Nana les ofreció un poco de té y galletas, y los tres se sentaron a charlar. Alicia aprendió que el Bosque de los Sueños era un lugar donde los deseos podían hacerse realidad, pero también era un lugar donde había que tener cuidado con los propios deseos, porque a veces podían tener consecuencias inesperadas.
Después de descansar un rato, Rabby llevó a Alicia a un prado lleno de flores resplandecientes. —Aquí es donde comienzan las verdaderas aventuras —dijo Rabby con entusiasmo—. En este prado, los sueños toman forma y pueden llevarte a lugares maravillosos.
Alicia se tumbó en la hierba y cerró los ojos, dejando que la magia del lugar la envolviera. De repente, sintió que estaba flotando. Abrió los ojos y se encontró volando sobre el bosque, con Rabby a su lado.
—¡Esto es increíble! —gritó Alicia, riendo de felicidad.
Rabby asintió, disfrutando del vuelo tanto como ella. Volaron sobre montañas y ríos, sobrecastillos y aldeas mágicas. Alicia vio dragones volando en el cielo, sirenas cantando en los lagos y gigantes caminando por los valles.
—Este es el lugar más maravilloso del mundo —dijo Alicia mientras aterrizaban suavemente en una nube.
Rabby sonrió. —Y es solo el comienzo. En el Bosque de los Sueños, cada día es una nueva aventura.
Pasaron horas explorando juntos, y Alicia se sintió más feliz de lo que había estado en su vida. Pero finalmente, Rabby dijo que era hora de regresar.
—Debes volver a casa, Alicia. Pero no te preocupes, siempre podrás regresar aquí cada vez que cierres los ojos y sueñes.
Alicia estaba un poco triste por tener que irse, pero entendía que debía regresar. Rabby la guió de vuelta a la escalera, y con una sonrisa y un abrazo, se despidió de ella.
—Gracias por todo, Rabby. Nunca olvidaré este lugar —dijo Alicia.
Rabby le guiñó un ojo. —Ni nosotros a ti. Buenas noches, Alicia. Que tengas dulces sueños.
Alicia subió la escalera y se encontró de nuevo en el bosque cerca de su casa. El sol comenzaba a ponerse, y sabía que sus padres estarían preocupados. Corrió de regreso a casa, con el corazón lleno de alegría y maravillosos recuerdos.
Esa noche, mientras se acurrucaba en su cama, no podía dejar de pensar en el Bosque de los Sueños y en su nuevo amigo Rabby. Cerró los ojos con una sonrisa, sabiendo que cada vez que lo deseara, podría volver a ese lugar mágico.
Y así, Alicia y Rabby vivieron muchas más aventuras en el Bosque de los Sueños, siempre descubriendo cosas nuevas y maravillosas. Porque en el mundo de los sueños, todo es posible y la magia nunca termina.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.