En un pequeño pueblo rodeado de montañas y campos verdes, vivía una familia muy especial. Patricio y Tere eran los padres de dos niñas encantadoras: Florencia y Josefa. Florencia, la mayor, tenía seis años. Su cabello castaño brillaba bajo el sol y sus ojos de color café reflejaban la dulzura y curiosidad propias de su edad. Todos los días, su papá la llevaba al colegio, y Florencia, siempre alegre, cantaba durante todo el camino. Patricio disfrutaba cada nota de las canciones que su pequeña inventaba sobre la marcha.
Josefa, por otro lado, era una niña de solo dos años. Aún no era lo suficientemente grande para ir al colegio, así que se quedaba en casa con su mamá, Tere. Aunque era pequeña, Josefa ya mostraba signos de ser tan curiosa y juguetona como su hermana mayor. Su cabello castaño, al igual que el de Florencia, siempre estaba recogido en dos pequeñas coletas, y sus ojos también tenían ese color café cálido que llenaba de ternura a cualquiera que los mirara.
Cada mañana, después de que Patricio y Florencia se iban, Tere se dedicaba a ordenar la casa, mientras Josefa jugaba en la sala con sus juguetes favoritos. Sin embargo, aunque tenía muchos juegos y actividades para entretenerse, Josefa siempre extrañaba a su hermana. Miraba por la ventana esperando ver el regreso de Florencia, y a veces, se quedaba abrazando su peluche favorito, imaginando que era su hermanita.
Finalmente, después de lo que parecía una eternidad para la pequeña Josefa, el reloj marcaba la hora en que Florencia regresaba del colegio. Apenas escuchaba el sonido de la puerta, Josefa corría a recibir a su hermana con un gran abrazo. Florencia, al ver la emoción de su hermana, la levantaba en brazos y juntas se reían llenas de felicidad.
Una tarde, después de regresar del colegio, Florencia y Josefa decidieron embarcarse en una gran aventura. Florencia había estado imaginando durante todo el día una historia maravillosa en la que ella y su hermanita eran princesas en un reino mágico. “Josefa, hoy vamos a ser princesas. Tú serás la princesa Josefina, y yo seré la princesa Florina. Juntas vamos a explorar un reino lleno de secretos y tesoros escondidos”, dijo Florencia, tomando la mano de su hermana.
Josefa, con los ojos brillantes de emoción, asintió con entusiasmo. “¡Sí, Florina! Vamos a buscar el tesoro escondido”, respondió, entrando en el juego que su hermana mayor había creado.
Las dos niñas se adentraron en el jardín de su casa, que para ellas, en ese momento, era un vasto bosque encantado. Los árboles eran altos castillos, las flores eran las coronas que adornaban sus cabezas, y las mariposas que volaban alrededor eran los mensajeros del reino. Florencia le entregó a Josefa una pequeña ramita que había encontrado en el suelo. “Esta es tu varita mágica, Josefina. Con ella, podrás hacer que los animales hablen y que las flores bailen”, le explicó con una sonrisa.
Josefa, con su nueva “varita mágica” en mano, comenzó a agitarla hacia todos lados, imaginando que realmente estaba haciendo magia. Florencia, mientras tanto, decidió que debían buscar un tesoro escondido. “En algún lugar de este reino, hay un cofre lleno de joyas brillantes y caramelos deliciosos. Debemos encontrarlo antes de que anochezca”, declaró con voz seria, pero con una chispa de emoción en sus ojos.
Las dos niñas comenzaron su búsqueda, caminando por el jardín como si estuvieran explorando un territorio desconocido. Se agachaban para mirar bajo las plantas, levantaban pequeñas piedras, y de vez en cuando, Florencia susurraba como si hubiera descubierto una pista importante. “Mira, Josefina, esta hoja tiene la forma de una estrella. ¡Debe ser una señal de que estamos cerca del tesoro!”, exclamó en un momento.
Josefa seguía cada paso de su hermana, completamente inmersa en el juego. Aunque el sol comenzaba a ponerse y el cielo se teñía de colores naranjas y rosados, las dos niñas no sentían el tiempo pasar. Para ellas, la aventura estaba en su punto más emocionante.
Finalmente, Florencia se detuvo frente a un gran arbusto en una esquina del jardín. “Aquí es”, dijo con una voz que mezclaba misterio y emoción. “El tesoro está escondido aquí, debajo de este arbusto”. Josefa, con su pequeño corazón latiendo rápido, se agachó junto a su hermana. Florencia comenzó a “excavar” con sus manos, apartando las hojas y ramas secas que cubrían el suelo. Después de unos momentos, sacó de entre las hojas una pequeña caja que había colocado allí antes de irse al colegio, como parte de la preparación para su aventura.
“¡Lo encontramos, Josefina! ¡El tesoro es nuestro!”, exclamó Florencia, abriendo la caja con dramatismo. Dentro, había varias piedras brillantes que habían recogido durante sus paseos por el campo, algunas hojas secas que parecían monedas antiguas, y, por supuesto, un par de caramelos que Florencia había guardado especialmente para la ocasión.
Josefa, con los ojos muy abiertos, miraba el contenido de la caja como si realmente fueran joyas valiosas. “¡Es el tesoro más bonito que he visto, Florina!”, dijo, abrazando a su hermana con fuerza. Florencia sonrió, feliz de ver la alegría en los ojos de Josefa.
Con el tesoro en sus manos, las dos princesas decidieron regresar a su “castillo”, que no era otro que la casa de sus padres. El sol ya se estaba ocultando completamente, y el cielo ahora estaba lleno de estrellas brillantes. “Es hora de regresar al castillo antes de que el dragón de la noche venga a buscarnos”, dijo Florencia, guiando a su hermana de vuelta a casa.
Una vez dentro, Tere ya las estaba esperando con una rica cena. Las niñas, cansadas pero felices, comieron juntas, contándole a su mamá sobre la gran aventura que habían tenido. Tere, con una sonrisa en los labios, las escuchó atentamente, encantada con la imaginación de sus hijas.
Después de la cena, Patricio las llevó a la cama. Aunque a veces peleaban durante el día, cuando llegaba la hora de dormir, Florencia y Josefa siempre querían estar juntas. Se abrazaron bajo las mantas, y Patricio les dio un beso de buenas noches a cada una. “Dulces sueños, mis princesas”, les dijo antes de apagar la luz.
Esa noche, mientras dormían, Florencia soñó que estaba en un hermoso castillo con torres de cristal, y Josefa soñó que volaba sobre un unicornio por un cielo lleno de estrellas. En sus sueños, continuaron siendo princesas, viviendo aventuras maravillosas y siempre cuidándose la una a la otra.
Al día siguiente, todo volvió a comenzar. Florencia se levantó temprano para ir al colegio, y Josefa se quedó en casa, esperando ansiosa el regreso de su hermana para embarcarse en una nueva aventura. Porque aunque eran pequeñas, su imaginación no tenía límites, y cada día traía consigo una nueva historia por vivir.
Así pasaban los días en la vida de Florencia y Josefa, dos hermanas que, aunque diferentes en edad, compartían un lazo tan fuerte como su imaginación. Sus aventuras continuaron por años, hasta que un día, cuando ambas ya eran mayores, se dieron cuenta de que aquellas historias que creaban juntas en su jardín fueron los momentos más felices de su infancia.
Y así, las dos hermanas crecieron, pero siempre conservaron en sus corazones el espíritu aventurero que las unió desde pequeñas. Aunque el tiempo pasara, el jardín de su casa siempre sería su reino encantado, un lugar donde los sueños se hacen realidad y donde el amor entre hermanas es el tesoro más grande de todos.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.