Había una vez, en un hermoso castillo rodeado de jardines llenos de flores y mariposas, una princesa llamada Ares. Ares era muy especial porque tenía el cabello rubio y rizado que brillaba al sol. Siempre llevaba un vestido rosa que la hacía sentir dulce y valiente. Aunque vivía en un castillo grande y cómodo, tenía un deseo muy fuerte en su corazón: quería conocer el mundo entero. Pero también tenía un pequeño miedo porque nunca había salido del castillo y no sabía qué podía encontrar afuera.
Un día, mientras miraba por la ventana, Ares decidió que ya era momento de cumplir su sueño. Pero no quería ir sola. Así que fue a buscar a sus dos mejores amigas, que también eran princesas. La primera era Sofía, una princesa con el pelo lacio y negro, que siempre tenía una sonrisa brillante y un vestido verde tan fresco como las hojas. La segunda era Luna, una princesa con el cabello rojo y pecas en su cara, que llevaba un vestido azul. Las tres se querían mucho y siempre jugaban juntas en el castillo.
—¡Hola, amigas! —dijo Ares emocionada—. ¿Quieren venir conmigo a conocer el mundo? Tengo un poquito de miedo, pero sé que juntas podemos ser valientes.
Sofía y Luna se miraron, sonrieron y dijeron al mismo tiempo:
—¡Sí, vamos!
Así que las tres princesas se prepararon para la aventura. Llevaron algunas frutas, agua y una manta para descansar. Salieron del castillo y se adentraron en el bosque que rodeaba su hogar. Mientras caminaban, Ares sentía que su miedo desaparecía poco a poco, porque sus amigas estaban a su lado.
El bosque era muy bonito. Los pájaros cantaban y las flores eran de muchos colores. Mientras avanzaban, se encontraron con un río de agua cristalina. Decidieron descansar un rato y escuchar el suave sonido del agua. De repente, un ruido fuerte y extraño las asustó. De entre los árboles salió un dragón grande y con escamas verdes que relucían como esmeraldas.
Las princesas se quedaron muy quietas. Ares acercó su mano a la de Sofía y de Luna, y juntas se miraron con decisión.
El dragón parecía enfadado, pero no quería hacerles daño. Solo estaba confundido porque se había perdido y tenía hambre. Las princesas entendieron que el dragón no era malo, solo necesitaba ayuda. Así que decidieron acercarse con cuidado. Luna sacó una fruta de su mochila y la ofreció al dragón. El dragón olió la fruta, la probó y su cara cambió de enojo a alegría.
Pero entonces, el dragón comenzó a estornudar mucho. Sofía pensó rápido y recordó que en el bosque había una planta especial que ayudaba a calmar el estornudo. Las princesas buscaron juntas la planta y hicieron una pequeña medicina para el dragón. Poco a poco, el dragón se sintió mejor.
—Gracias, princesas —dijo el dragón con una voz profunda y dulce—. Ustedes me han ayudado mucho. Para demostrar mi gratitud, los llevaré a conocer un lugar mágico.
Las tres princesas subieron al lomo del dragón y volaron sobre el bosque, los ríos y las montañas. Vieron paisajes maravillosos, animales que nunca habían visto y casas de colores brillantes. Ares, que al principio tenía miedo, ahora reía feliz mientras sentía el viento en su cabello rizado y dorado.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.