En un reino lejano, bañado por la luz de un sol perpetuo, vivía una princesa de cabellos como llamas danzantes y ojos brillantes como brasas. Su riqueza era inmensa, y su sabiduría, aún más profunda.
Sin embargo, la Princesa de Fuego, como se la conocía, se hallaba sola en su palacio de cristal y rubíes, cansada de pretendientes que no buscaban más que el brillo de su oro.
Decidida a encontrar un amor genuino, proclamó que entregaría su mano al que le presentase un regalo que fuese valioso y sincero, tan tierno como inesperado. Su anuncio corrió como el viento y, en poco tiempo, su palacio se inundó con el aroma de mil flores exóticas, la belleza de joyas sin par, y las palabras de poetas cuyas rimas pretendían acariciar su corazón.
Pero entre montañas de presentes deslumbrantes, encontró algo que llamó su atención: una piedra común, gris y sin pulir. Confundida y algo ofendida, mandó llamar al autor de tal osadía.
Ante ella se presentó un joven de mirada serena y vestimentas humildes. Con valentía, explicó:
“La piedra que os entrego, majestad, es mi corazón. Es lo más valioso que poseo. No tiene brillo ni forma porque aún no os pertenece, y es duro, pero con amor, se ablandará y será el regalo más tierno que jamás recibiréis”.
Sin más, el joven se retiró, dejando un rastro de misterio y una piedra en las delicadas manos de la princesa.
La Princesa de Fuego, acostumbrada a ser cortejada con ostentaciones, se vio intrigada por la sencillez de aquel regalo. Comenzó a llevar la piedra consigo, esperando sentir el calor de un corazón que se suavizaba. Sin embargo, los meses pasaron y nada sucedió.
En un momento de desesperación y duda, arrojó la piedra al fuego. Para su asombro, la grisácea superficie se fundió, revelando una estatuilla de oro puro, una figura de un ave fénix resurgiendo de sus cenizas. La lección fue clara: debía ser como el fuego que transforma y purifica.
La princesa entonces cambió. Con el fuego de su voluntad, reformó su reino. Los tesoros y excesos se convirtieron en comida y conocimiento para su gente. De su fuego interno nació una pasión por el bienestar de su reino, y todos aquellos que la conocían sentían el calor de su generosidad y la luz de su espíritu.
Con el tiempo, la fama de la Princesa de Fuego creció, no solo por su benevolencia, sino por su capacidad de transformar todo a su alrededor en algo mejor. Y así, sin darse cuenta, su corazón y el del joven se acercaron, suavizados por el fuego del amor y la ternura.
El joven, que había observado en silencio la transformación de la princesa, regresó. Esta vez, no como un pretendiente más, sino como alguien que había compartido su fuego interno. Su corazón, una vez duro como la piedra, ahora latía fuerte y cálido por ella.
Conclusión:
El amor de la Princesa de Fuego y el joven fue una llama que iluminó todo el reino. Juntos, gobernaron con justicia y bondad, recordando siempre que el regalo más valioso es aquel que transforma, no solo a quien lo recibe, sino a todo lo que toca. Y así, vivieron felices, con corazones tan tiernos y cálidos como el más suave de los abrazos.
Buen día.
Este cuento me fascinó. Me gustaría saber quién más del autor y seguir su trabajo.
¡Hola! El autor de las historias es OpenIA, lo que pasa que cada cuento está corregido y revisado por mí. Además, se crea una imagen con el cuento y todo lo que ello conlleva. Un saludo y gracias por visitar la web.