Había una vez, en un reino brillante y lleno de magia, dos amigas muy especiales. Una de ellas se llamaba Leila, una princesa con un corazón amable y sonrisa radiante. Leila vivía en un castillo grande y hermoso, lleno de flores de colores y fuentes que chisporroteaban agua. La otra amiga se llamaba Rosa, que era la cuidadora del jardín del castillo. Rosa tenía un don especial para hacer crecer las plantas y las flores más lindas que jamás se hayan visto. Siempre usaba un sombrero grande que la protegía del sol y que tenía un montón de colores.
Un día, mientras jugaban en el jardín rodeadas de mariposas y pájaros cantores, Rosa se dio cuenta de que algo no estaba bien. Las flores que normalmente alegraban el jardín habían comenzado a marchitarse. “Leila, mira las flores, están tristes. Necesitamos hacer algo”, dijo Rosa con preocupación. La princesa Leila, siempre lista para ayudar, respondió: “¡Sí, vamos a averiguar qué les pasa!”.
Caminaron juntas por el jardín, observando cuidadosamente cada flor. Notaron que algunas estaban apagadas y otras se veían un poco amarillas. Leila pensó que tal vez se necesitaba más agua, así que hizo una señal a Rosa y ambas se dirigieron a la fuente. Mientras llenaban sus cubos, de pronto, escucharon un suave susurro que parecía venir de una de las flores marchita.
“Por favor… ayúdenme…” decía la flor con una voz temblorosa. Leila y Rosa se miraron con sorpresa. “¿Qué es eso?”, preguntó Rosa emocionada. “Soy la Flor de la Alegría”, explicó la flor, “y estoy muy triste porque me siento sola y olvidada. Sin amor y risas, no puedo brillar”.
Leila, con su entrañable dulzura, se acercó a la flor y dijo: “No estás sola, te tenemos a ti y estamos aquí para ayudar. ¿Qué necesitas para sentirte mejor?”. La Flor de la Alegría suspiró y dijo: “Necesito que cada uno en el reino comparta su risa y su cariño. Necesito que resplandezca la bondad en el corazón de todos”.
Rosa, que siempre había sido una amiga fiel, tuvo una idea brillante. “Leila, ¡podríamos organizar una fiesta! Invitemos a todos los habitantes del reino para compartir risas y amor. ¡Así la flor se sentirá feliz de nuevo!”. Leila brilló de alegría por la idea. “¡Sí! ¡Una gran fiesta para la Flor de la Alegría! Vamos a prepararla ahora mismo”.
Así que las dos amigas empezaron a organizar la fiesta. Decidieron que sería un día especial lleno de juegos, música y, sobre todo, risas. Leila y Rosa decoraron el jardín con cintas de colores, globos y muchas flores frescas. Hicieron invitaciones dibujadas a mano y comenzaron a correr de casa en casa, invitando a todos sus amigos.
Mientras tanto, en el bosque cercano, había un pequeño duende llamado Trino. Trino era un duende travieso y lleno de energía, que siempre encontraba la manera de jugar y divertirse. Cuando se enteró de la fiesta, decidió ayudar a las princesas. “¡Yo puedo traer música y juegos para todos!”, exclamó Trino emocionado.
Así que, el día de la fiesta, el cielo brillaba como un diamante, y todos los habitantes del reino acudieron al llamado de Leila y Rosa. Había risas y alegría en el aire. Las familias llegaban con canastas llenas de deliciosos postres y frutas jugosas. Niños y adultos corrían, bailaban y jugaban bajo el hermoso sol.
La princesa y Rosa estaban felices al ver a todos reunidos. Cuando la fiesta estuvo en pleno apogeo, Leila tomó la mano de Rosa y caminaron juntas hacia la Flor de la Alegría. “¡Mira, ya vino todo el mundo! ¡Vamos a alegrarte!”, dijo Leila sonriendo. La flor, que miraba con atención, comenzó a brillar de a poco, sintiendo el amor y la felicidad que brotaban de cada rincón del jardín.
Trino, con su alegría contagiosa, subió a una pequeña tarima que habían hecho con flores y ramas. “¡Hola, amigos! ¡Vamos a cantar y a jugar! ¡Hoy solo hay lugar para la alegría!”, gritó.
Los niños comenzaron a bailar, la música sonaba y el jardín se llenaba de risas y canciones. Diez, de pronto, la magia comenzó a suceder. La Flor de la Alegría, gracias a todo ese amor y risa a su alrededor, comenzó a florecer más radiante y bella que nunca. Sus pétalos brillaban como el sol y lanzaban pequeñas chispas que iluminaban el lugar.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.