Cuentos de Princesas

La Princesa y el Reino Mágico de los Animalitos del Bosque

Lectura para 8 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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En un reino encantado, rodeado de campos florecientes y bosques brillantes, vivía una princesa llamada Isabella. Ella era conocida por su belleza y su bondad, y todos en el reino la amaban. Isabella tenía una particular conexión con los animales del bosque que rodeaba su castillo. Cada mañana, se despertaba temprano para pasear por los senderos cubiertos de flores, donde las aves cantaban alegres melodías y los ciervos saltaban felizmente entre los árboles.

Un día, mientras Isabella caminaba por el bosque, se encontró con un grupo de enanos que trabajaban duro recolectando frutas y flores. Eran cinco, todos ellos de diferentes tamaños, pero con un corazón enorme. Se llamaban Herbert, Lila, Pip, Binky y Gordo. Isabella se acercó a ellos, curiosa por su trabajo.

—¿Qué están haciendo, pequeños amigos? —preguntó la princesa con una sonrisa.

—¡Estamos recogiendo ingredientes para un gran festín! —exclamó Herbert, el enano más alto, que llevaba una gran cesta llena de moras y fresas.

—¿Quieres unirte a nosotros? —preguntó Lila, la más pequeña de todos, mientras le ofrecía una fresa fresca.

Isabella nunca había compartido un momento tan divertido. Rieron, jugaron y recogieron frutas juntos, llenando las cestas de colores vibrantes. A medida que el sol avanzaba en el cielo, un pequeño ruido llamó su atención. Los enanos se detuvieron y miraron alrededor, intrigados.

—¿Qué fue eso? —preguntó Gordo, con su voz profunda.

En ese instante, un pequeño conejo, asustado, apareció detrás de un arbusto. Tenía un pelaje suave como la seda y ojos brillantes que reflejaban el sol. Isabella se agachó lentamente para no asustarlo.

—Hola, pequeño amigo —dijo la princesa—. No temas, no te haremos daño.

El conejo se acercó tímidamente, y pronto se dio cuenta de que Isabella solo quería ayudarlo. Cuando finalmente se sintió seguro, comenzó a contarle sobre sus problemas. Su nombre era Max y había perdido a su familia en el bosque. Estaba muy triste, y Isabella sintió una punzada en su corazón al ver al pequeño animal tan angustiado.

—No te preocupes, Max. Te ayudaremos a encontrar a tu familia —prometió Isabella con determinación.

Los enanos, al escuchar la historia, no dudaron en ofrecer su ayuda. Juntos, decidieron que el primer paso sería buscar a los animales que pudieran haber visto a la familia de Max. Así que empezaron a caminar más adentro del bosque, donde la luz del sol apenas filtraba entre los densos árboles.

Mientras avanzaban, encontraron a un viejo búho que veía todo desde su rama. El búho se llamaba Don Sabio, y era conocido por su conocimiento sobre el bosque y sus habitantes.

—Hola, Don Sabio —saludó Isabella—. ¿Has visto a la familia de Max, el conejo?

El búho, moviendo su cabeza lentamente, pensó por un momento.

—He visto una familia de conejos cerca de la cueva de la gran roca, no muy lejos de aquí —respondió Don Sabio—. Pero debes tener cuidado, pues la cueva se encuentra en medio de un claro donde habita un lobo de gran tamaño.

Isabella se sintió un poco asustada al escuchar estas palabras, pero pensó en Max y su deseo de encontrar a su familia. Con valentía, dijo:

—No podemos dejar que el miedo nos detenga. Vamos a ayudar a Max a encontrarlos.

Los enanos asintieron, llenos de determinación. Aunque el camino podría ser peligroso, estaban listos para enfrentar cualquier desafío. Así que se dirigieron al claro donde Se decía que estaba la cueva.

Cuando llegaron al claro, vieron a lo lejos la cueva oscura y aterradora. Isabella sintió un escalofrío recorrerle la espalda, pero sabía que tenía que ser valiente.

—Max, ¿estás listo para encontrar a tu familia? —preguntó la princesa.

Max, con su voz temblorosa pero decidida, respondió:

—Sí, estoy listo. Quiero ver a mi mamá y a mi papá.

Antes de que entraran, el grupo decidió hacer un plan. Los enanos formarían una barrera mientras Isabella y Max se acercarían a la cueva. Con el corazón latiendo fuerte, se acercaron lentamente, y para su sorpresa, no encontraron al lobo, sino a un grupo de conejos asustados reunidos en la entrada de la cueva.

—¡Mamá! —gritó Max, corriendo hacia su familia.

Los conejos se alegraron al ver a Max, y pronto estuvo rodeado de abrazos suaves y cálidos. La alegría llenó el aire, y la princesa y los enanos se sintieron felices por haber cumplido su objetivo.

Sin embargo, el lobo apareció de repente. Todos se congelaron al verlo. Era grande y temible, con ojos hambrientos. Pero entonces, Isabella, recordando las historias sobre cómo el amor y la valiente amistad pueden cambiar incluso a los corazones más oscuros, se acercó al lobo.

—Buen lobo, no estamos aquí para hacerte daño. Solo queremos ayudar a estos conejos. Max ha encontrado a su familia —dijo Isabella, con voz serena.

El lobo la miró sorprendido. Nadie se había atrevido nunca a hablarle de esa manera. Con el tiempo, su mirada feroz suavizó, y lentamente, comprendió que no todos los humanos eran enemigos.

—Llevo muchos días sin comer y he estado solo —respondió el lobo con un susurro—. Pero no quiero pelear.

Isabella sonrió y tuvo una idea.

—Podemos compartir la comida que hemos traído con nuestros nuevos amigos —propuso, mirando a los enanos, quienes asintieron emocionados.

Y así, la princesa, los enanos, Max y su familia, compartieron un festín divertido. El lobo se unió a ellos y, en poco tiempo, se dio cuenta de que la amistad era mucho más satisfactoria que cualquier comida. Desde ese día, el lobo se convirtió en protector del bosque, y el grupo de amigos se volvió inseparable.

Isabella regresó a su castillo con el corazón lleno de alegría. Aprendió que, con valentía y bondad, es posible cambiar el mundo, incluso el del que parece más aterrador. Y así, el bosque jamás volvió a ser el mismo, lleno de risas, aventuras y una nueva amistad entre seres de diferentes mundos.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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