Había una vez, en un lejano país, una niña llamada Paulina. Paulina vivía con su familia en una bonita casa con un jardín lleno de flores y árboles grandes. Pero lo que más le gustaba a Paulina de su casa eran sus dos cachorros, Coco y Marshall. Coco era un perrito blanco con manchas negras y Marshall era marrón con una cola muy esponjosa.
A Paulina, Coco y Marshall les encantaba jugar en el jardín. Cada mañana, después de desayunar, salían corriendo al jardín a jugar con la pelotita. Paulina lanzaba la pelota y los cachorros corrían tras ella, ladrando felices. Era un juego muy divertido y los tres se reían mucho.
Sin embargo, había una cosa que a Paulina y a los cachorros no les gustaba nada: la siesta. Cada tarde, cuando el sol estaba muy alto y hacía mucho calor, la mamá de Paulina les decía que era hora de descansar un poquito. Pero a ellos no les gustaba dormir y siempre intentaban seguir jugando.
Un día, mientras jugaban en el jardín, escucharon un ruido tenebroso que venía del bosque. Paulina y los cachorros se detuvieron y miraron hacia los árboles, sintiéndose un poco asustados. De repente, vieron unos ojos brillantes que los observaban desde detrás de los arbustos. Era el Lobo Feroz, que se escondía y esperaba el momento perfecto para atraparlos.
Paulina y los cachorros se sintieron muy asustados al principio, pero Coco y Marshall eran muy valientes. Se pusieron frente a Paulina y comenzaron a ladrar fuerte, mostrándole al lobo que no tenían miedo. Sus ladridos eran tan fuertes y decididos que el Lobo Feroz se asustó y huyó rápidamente al bosque, desapareciendo entre los árboles.
Paulina abrazó a sus cachorros y les agradeció por protegerla. Se sintió muy orgullosa de ellos y decidió que, a partir de ese día, siempre dormirían la siesta un ratito para estar descansados y preparados por si el Lobo Feroz volvía a aparecer.
Y así, cada tarde, después de jugar en el jardín, Paulina, Coco y Marshall se iban a sus camas a descansar. Al principio, les costaba un poquito dormirse, pero pronto se dieron cuenta de que dormir la siesta también podía ser muy agradable. Soñaban con sus aventuras en el jardín y se despertaban llenos de energía para seguir jugando.
Con el tiempo, el Lobo Feroz dejó de aparecer, pero Paulina y los cachorros nunca dejaron de ser valientes. Cada día jugaban y se divertían en el jardín, sabiendo que, juntos, podían enfrentar cualquier cosa. Y por supuesto, después de cada juego, siempre disfrutaban de una buena siesta bajo la sombra de los grandes árboles.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.