Todo comenzó de manera extraña, una madrugada del 17 de octubre de 2017. Era un día como cualquier otro en Nueva York. Las luces de la ciudad iluminaban las calles mientras la gente dormía, sin imaginar que el mundo tal como lo conocían estaba a punto de cambiar para siempre.
Sarah se despertó sobresaltada. No sabía por qué, pero algo en el aire se sentía distinto. Era como si una sombra pesada y oscura hubiera caído sobre la ciudad. Decidió levantarse y bajar a la cocina. Su papá, Martin, siempre estaba despierto temprano, preparando el desayuno, y ese día no era la excepción. Al bajar las escaleras, encontró a su padre mirando un plato de cereal con el ceño fruncido.
—¿Qué pasa, papá? —preguntó Sarah, extrañada.
—Algo raro está sucediendo —dijo Martin sin apartar la vista del plato—. He intentado comer y… sabe mal. Como si estuviera envenenado.
Sarah frunció el ceño. No era normal que algo tan simple como un cereal estuviera «mal». Decidió probar una cucharada, pero apenas el cereal tocó su lengua, lo escupió de inmediato.
—¡Esto sabe horrible! —exclamó, sintiendo un sabor amargo que le quemaba la garganta.
Leila, su hermana pequeña, entró en la cocina frotándose los ojos. Había escuchado el alboroto y también quería saber qué estaba pasando.
—¿Por qué están tan ruidosos? —preguntó.
Martin intentó explicarlo, pero cuando Leila intentó tomar una galleta del frasco, lo mismo ocurrió. El sabor era tan espantoso que casi vomita.
—Esto es raro —dijo Martin—. No es solo el cereal, ni las galletas. Algo pasa con toda la comida.
En ese momento, el televisor en la sala de estar se encendió por sí solo, interrumpiendo el silencio de la madrugada. La noticia estaba en todos los canales: «Emergencia global: toda la comida se ha vuelto mortal.»
Sarah sintió un escalofrío recorrer su espalda. Esto no era un error ni una coincidencia. En todo el planeta, la comida se había vuelto tóxica, y nadie sabía por qué.
Martin, Sarah, Leila, y los amigos cercanos de la familia, Gary y Faby, se reunieron para discutir lo que debían hacer. La ciudad estaba sumida en el caos. La gente intentaba comer cualquier cosa que encontraran, pero todo resultaba ser venenoso. Supermercados vacíos, personas desesperadas, y una desesperante falta de respuestas llenaban el ambiente de una tensión palpable.
—Debemos encontrar la fuente de todo esto —dijo Gary, siempre el más reflexivo del grupo—. No puede ser una coincidencia que todo el mundo esté pasando por lo mismo al mismo tiempo.
—Tiene que haber una explicación —añadió Faby, que siempre tenía una actitud resolutiva—. Esto no es natural.
La primera misión del grupo era buscar en las bibliotecas y laboratorios de la ciudad alguna pista sobre lo que estaba ocurriendo. Empezaron por revisar antiguos libros de historia y ciencia. ¿Había habido algo similar en el pasado? ¿Algún evento en el que los alimentos se volvieran venenosos?
Después de horas de búsqueda infructuosa, encontraron un manuscrito antiguo en una biblioteca olvidada. En él se mencionaba una leyenda sobre un «castigo global» que podría afectar a la humanidad si se rompía el equilibrio entre la naturaleza y el hombre. Según la leyenda, un antiguo grupo de científicos había jugado con la genética de las plantas y los animales, y al hacerlo, habían provocado una reacción en la naturaleza que afectaba a todos los alimentos.
—Esto no puede ser real… ¿o sí? —preguntó Sarah, mirando el manuscrito con incredulidad.
—No lo sé —dijo Martin—, pero es lo único que tenemos por ahora.
Decidieron seguir la pista de la leyenda y se dirigieron a un laboratorio abandonado en las afueras de la ciudad, mencionado en el manuscrito. El lugar estaba lleno de equipos oxidados y documentos viejos, pero lo que encontraron allí fue aún más perturbador: un experimento secreto que había sido realizado hace décadas. En él, científicos habían intentado crear una forma de comida autosuficiente, pero algo había salido mal. En lugar de nutrir, la comida se había vuelto tóxica, y al parecer, ese mismo experimento había sido desatado en el mundo.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.