En un tranquilo pueblo rodeado de bosques frondosos y colinas suaves, vivían tres amigos muy especiales: Neythan, Dylan y Zack. Eran inseparables, siempre explorando y compartiendo nuevas aventuras. Cada tarde, después de hacer sus tareas, se reunían en un claro del bosque donde jugaban y reían hasta que el sol se ponía. A pesar de ser un lugar hermoso, había algo en el bosque que los hacía sentir un pequeño escalofrío. Los ancianos del pueblo contaban historias sobre la noche, cuando sombras misteriosas se asomaban entre los árboles. Pero a los niños no les asustaban esas historias; al contrario, les encantaba hablar sobre las criaturas que podrían habitar en el bosque.
Una tarde, mientras estaban sentados sobre la hierba fresca, Zack, que era el más aventurero de los tres, dijo: “¿Hemos escuchado la historia del Fantasma del Río Susurrante?”. Dylan, que tenía una gran imaginación, se emocionó: “¡No! ¿De qué trata?”. Neythan, un poco más cauteloso, los miró con un brillo en los ojos, deseando que la historia no fuera demasiado aterradora.
Zack se acomodó y comenzó a contar la leyenda. “Cuentan que, hace muchos años, un niño llamado Lúcas se perdió en el bosque mientras intentaba encontrar su camino de regreso a casa. Desde entonces, su espíritu vaga por los alrededores del río, tratando de encontrar a sus amigos. Se dice que si te acercas al río y lo llamas, él te responderá”.
Dylan, con voz temblorosa y ojos muy abiertos, dijo: “¡Eso suena aterrador! ¿Y qué pasa si los llamamos?”. Neythan, que siempre pensaba un poco más, dijo: “Tal vez deberíamos ir y ver si es verdad, pero tenemos que ser valientes y estar juntos”. Así fue como, tras un debate entre risas y nervios, decidieron que la siguiente tarde irían a buscar al Fantasma del Río Susurrante.
El día siguiente llegó volando. Los tres amigos se prepararon, llenándose de valentía. Se llevaron una linterna, un bocadillo y un pequeño mapa que habían dibujado de memoria para encontrar el río. Al caminar por el sendero, el sol brillaba y el canto de los pájaros llenaba el aire, pero a medida que se adentraban en el bosque, la luz se tornó un poco más tenue. Una ligera brisa hacía que las hojas crujieran, y cada sonido parecía un eco de sus propios latidos.
Finalmente, llegaron al río. Las aguas eran tranquilas, y el sonido del agua fluyendo parecía un susurro suave. Neythan miró hacia el agua y dijo: “Aquí es donde deberíamos llamar a Lúcas”. Dylan, con un poco de temor pero emocionado, tomó una bocanada de aire y, con un grito entrecortado, lo llamó: “¡Lúcas! ¡Nos gustaría conocerte!”. Zack, sintiéndose valiente, también gritó: “¡Lúcas! ¡Estamos aquí!”.
Por un momento, todo quedó en silencio. Los tres amigos se miraron. Neythan se sintió un poco decepcionado. Justo cuando iban a marcharse, el agua comenzó a agitarse y una figura brillante emergió, reflejando la luz de la luna que comenzaba a asomarse. Era un niño de apariencia amable, con ojos brillares y una sonrisa. “¿Quiénes son ustedes?”.
Los amigos quedaron boquiabiertos. Allí estaba, Lúcas, el fantasma al que habían llamado. Con voz suave, él les dijo: “Soy Lúcas. Me alegra que hayan venido. He estado esperando a alguien con quien hablar. Pero, por favor, no tengan miedo; estoy aquí porque quiero ser su amigo”.
Dylan, lleno de emoción, le preguntó: “¿Por qué estás aquí solo? ¿Por qué no puedes regresar a casa?”. Lúcas suspiró, y con voz nostálgica, explicó: “Me perdí en este bosque y nunca encontré el camino de vuelta. He estado esperando a que alguien me ayude a salir de aquí”. Neythan sintió pena por él y, tras pensarlo un momento, dijo: “Podemos ayudarte. ¿Cómo podemos hacerlo?”.
“Si me ayudan a encontrar el camino de regreso a casa, podría ser su amigo para siempre”, respondió Lúcas. Zack, con su espíritu aventurero, gritó nerviosamente: “¡Sí! ¡Hagámoslo! ¡Nosotros encontramos caminos!”.
Así, los cuatro se pusieron en marcha. A medida que caminaban, Lúcas les habló sobre el bosque: “Este lugar es mágico. Hay criaturas amistosas como los duendes y los búhos que hablan. Pero también hay quienes tienen miedo de lo desconocido”. Los niños escuchaban con atención, fascinados por lo que decían y aprendían.
De repente, el camino se oscureció y un viento helado los envolvió. “Esto es un poco espeluznante”, murmuró Dylan. Pero Lúcas los tranquilizó: “No se preocupen, solo es el lugar donde se ocultan las sombras. Llévenme hacia el faro. Allí encontraré mi hogar”.
Neythan se adelantó y, buscando el faro, dijo en voz alta: “¡Vamos! No hay que tener miedo. Juntos somos más fuertes”. Fue entonces que una sombra enorme emergió entre los árboles. Era un gran murciélago con alas extendidas y ojos brillantes. “¿Quiénes interrumpen mi sueño?”, preguntó con voz profunda y temerosa.
Zack, sintiéndose un poco valiente, dio un paso adelante y respondió: “¡Nosotros somos amigos de Lúcas! Estamos aquí para ayudarlo a regresar a casa”. El murciélago, sorprendido, se adhirió a la curiosidad. “¿Ayudar a un fantasma a volver? Nunca he escuchado algo así. Quizá les ayude, pero primero, deben contestar una pregunta”.
Los niños se miraron, nerviosos. “¿Cuál es la pregunta?”, preguntó Neythan. El murciélago les interrogó: “¿Qué es lo que brilla más en la noche?”. Después de un momento de silencio, Dylan dio un paso adelante y dijo: “Las estrellas”. El murciélago sonrió con satisfacción. “Tienen razón. Las estrellas son la luz en la oscuridad. Pueden pasar”.
Agradecidos, los niños cruzaron y continuaron su camino, con Lúcas emocionado porque cada nuevo amigo le daba más esperanza. Mientras avanzaban, vieron un búho de plumas esponjosas posado en una rama. “¡Hola! Estoy buscando amigos!”, exclamó el búho. Neythan, siempre amigable, le respondió: “¡Hola! Nosotros somos amigos de Lúcas, y lo estamos ayudando a regresar a su hogar!”.
“¡Eso suena interesante! ¿Puedo unirme a ustedes?”, preguntó el búho. “Claro”, dijo Zack emocionado. “Cuantos más seamos, mejor”. Y así, el búho se unió a la aventura, acompañándolos en su búsqueda por llegar al faro.
A medida que avanzaban, comenzaron a sentir que el camino se tornaba más ligero y lleno de esperanza. Lúcas se sonreía al ver cómo sus nuevos amigos se unían a la misión. “No puedo creer que haya encontrado amigos tan increíbles”, decía. La alegría llenó el aire mientras continuaban.
Cuando finalmente llegaron al faro, notaron algo inusual. Había luces brillando desde la cima, que iluminaban el lugar con un resplandor cálido. “¡Allí está mi hogar!”, exclamó Lúcas, emocionado. Era un faro antiguo, rodeado de estrellas y una suave luz.
Sin embargo, en su camino, debían superar la última prueba. Delante de la entrada había un monstruo de sombras, con ojos que brillaban en la oscuridad. “Ellos nunca cruzarán”, dijo con una risa burlona. Neythan, sintiéndose valiente, se acercó y dijo: “No nos asustas. Lúcas necesita regresar a casa, y somos sus amigos. ¡Siempre podemos vencer las sombras juntos!”.
El monstruo, sorprendido por la valentía de Neythan, se quedó callado. “¿Amigos? ¿Qué es eso? Nunca he tenido amigos”, murmuró, aunque su voz temblaba. Dylan, al escuchar esto, tomó el valor y dijo: “No hay que tener miedo a la oscuridad. La luz de la amistad puede brillar incluso en los momentos más sombríos”. Al escuchar esas palabras, las sombras del monstruo comenzaron a disiparse.
“Quizás, podría ser amigo de ustedes. Quizá no tengo que ser un monstruo”, dijo suavemente. Con esas palabras, el monstruo se desvaneció y les permitió pasar. Al llegar a la entrada del faro, Lúcas miró a sus amigos y sonrió: “Lo logramos. Ahora, puedo finalmente regresar a casa”.
Dentro del faro, vieron un espejo brillante que reflejaba sus imágenes. Lúcas se acercó lentamente y tocó el espejo con tremenda emoción. En ese instante, el espejo brilló intensamente y, con un destello de luz, Lúcas se transformó en un niño de carne y hueso. “¡He regresado! ¡Puedo estar con ustedes!”.
Los tres amigos se abrazaron fuertemente, aliviados de que Lúcas hubiera encontrado su camino de vuelta. El búho se posó en una rama cercana, contento de que todos fueran amigos ahora. “Recuerden, la amistad puede superar hasta la oscuridad más profunda”, dijo el búho, que estaba muy feliz por su valía en esta aventura.
Desde aquel día, Lúcas no solo fue un fantasma, sino también un niño querido. Pasaba tiempo con Neythan, Dylan y Zack, explorando el bosque, contándose historias y riendo. El miedo a la oscuridad se desvaneció, y siempre recordaban que juntos podían enfrentar cualquier cosa.
Así, los cuatro amigos continuaron compartiendo aventuras, recordando que la amistad es esa luz que siempre brilla, incluso en las noches más oscuras. En el corazón del bosque, donde una vez hubo miedo, ahora habían dejado su huella de unidad. Con cada encuentro y cada historia, la amistad se volvía más fuerte y luminosa, iluminando su camino por siempre.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.