Cuentos de Terror

La Casa del Diablo

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

Puntuación:

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Miguel siempre había sido el chico curioso del vecindario, y eso lo metía en problemas constantemente. Su abuela siempre le advertía que esa curiosidad lo llevaría a lugares oscuros. Y en especial, le había prohibido acercarse a la vieja casa que se alzaba al final del camino, esa casa que todos conocían como “La Casa del Diablo”. Se decía que estaba maldita, que cualquiera que entrara no saldría igual. Había rumores de luces extrañas que se encendían en medio de la noche y de susurros que salían de las paredes. Nadie sabía a ciencia cierta si eran solo historias para asustar a los niños, pero Miguel sentía que necesitaba descubrir la verdad por sí mismo.

Era una tarde gris de otoño cuando Miguel decidió, finalmente, aventurarse hacia la casa. Había escuchado a un grupo de chicos mayores hablando sobre el lugar y cómo ninguno se había atrevido a entrar más allá de la verja. Él, en cambio, estaba decidido. El viento soplaba fuerte, y las hojas caían a su alrededor como si el mismo aire intentara advertirle que no lo hiciera. Sin embargo, Miguel no era de los que retrocedían ante el miedo. Apretó los puños y siguió caminando.

La casa, desde afuera, era un caserón enorme y decrépito. Las ventanas estaban rotas y las puertas colgaban de las bisagras como si en cualquier momento fueran a caerse. La maleza había crecido tanto que cubría buena parte de la entrada, y un silencio sepulcral envolvía el lugar. Miguel sintió un escalofrío recorrerle la espalda, pero tragó saliva y siguió adelante. Al llegar a la verja oxidada, la empujó con fuerza. Un chirrido prolongado resonó en el aire, como si la casa misma estuviera despertando de un largo sueño.

Miguel cruzó el jardín descuidado, sintiendo el crujido de las hojas secas bajo sus pies. Finalmente, se plantó frente a la puerta principal. Estaba cerrada, pero no parecía haber un candado que la mantuviera así. Con una mano temblorosa, empujó la puerta, que se abrió con un largo y quejumbroso sonido. Adentro, la oscuridad parecía invitarlo a entrar. Miguel sacó su linterna, que había traído como precaución, y dio el primer paso.

El interior de la casa estaba cubierto de polvo. Los muebles estaban deshechos, las cortinas rasgadas colgaban de las ventanas y las paredes estaban cubiertas de extraños símbolos que no reconocía. Miguel intentó tranquilizarse. «Son solo marcas viejas», pensó, mientras iluminaba su camino por el largo pasillo. A medida que avanzaba, un olor a humedad y a moho llenaba sus fosas nasales. Pero lo peor era el silencio. No se oía ni el sonido del viento que soplaba afuera. Era como si la casa misma lo hubiera aislado del mundo exterior.

De repente, escuchó un crujido detrás de él. Miguel giró bruscamente, apuntando con la linterna hacia el origen del ruido, pero no vio nada. Su corazón comenzó a latir con fuerza, pero no quería ceder al miedo. “Es solo una casa vieja”, se repetía a sí mismo, aunque algo en su interior le decía que eso no era del todo cierto.

Llegó a una gran sala en el centro de la casa, donde una chimenea, apagada desde hacía años, dominaba el espacio. Pero lo que más llamó su atención fue un gran espejo que colgaba sobre la chimenea. Era un espejo antiguo, con un marco dorado y ornamentado, pero cubierto de una capa de polvo tan gruesa que apenas reflejaba la luz de su linterna. Sin embargo, algo en el espejo lo atraía. Miguel se acercó lentamente, y con la manga de su chaqueta limpió una parte del polvo.

Cuando su reflejo apareció en el cristal, algo no estaba bien. Su reflejo… sonreía, pero Miguel no estaba sonriendo. Su corazón dio un vuelco, y retrocedió un paso. La sonrisa del reflejo se ensanchó aún más, deformándose de una manera imposible, y entonces… su reflejo movió los labios.

—Bienvenido, Miguel.

La voz no salió del espejo. Era un susurro grave y retorcido que parecía venir de todas partes. Miguel se quedó paralizado. El reflejo comenzó a moverse por sí mismo, levantando una mano y señalando algo detrás de él. Miguel no quería mirar, pero algo lo obligó a girarse lentamente. Allí, al final del pasillo, una figura alta y oscura se acercaba lentamente. No tenía rostro, solo una sombra que avanzaba pesadamente hacia él.

Miguel sintió el frío subir por sus piernas, como si su cuerpo se congelara en el lugar. La figura se acercaba cada vez más, y con cada paso que daba, la oscuridad en la casa parecía intensificarse. De repente, el espejo detrás de él emitió un sonido agudo, como el de un vidrio al romperse. Miguel se giró y vio que el cristal estaba agrietado. Su reflejo, ahora con los ojos completamente negros, estiraba una mano hacia él desde dentro del espejo.

Sin pensarlo dos veces, Miguel corrió. Sus pies apenas tocaban el suelo mientras zigzagueaba por el pasillo, buscando la salida. Escuchaba los pasos de la figura oscura detrás de él, cada vez más cerca. Finalmente, alcanzó la puerta principal y, con todas sus fuerzas, la abrió de un tirón. El aire frío de la noche lo golpeó, y Miguel salió corriendo al exterior, sin mirar atrás.

El silencio en la casa volvió a reinar, pero Miguel sabía que no era seguro. El mal seguía allí, esperándolo, acechando en las sombras de la vieja casa.

Conclusión:

Nunca más volvió a acercarse a la casa abandonada. Sabía que había visto algo que no debía. Algo antiguo, algo que no pertenecía a este mundo. Y aunque nunca habló de lo que ocurrió esa noche, Miguel sabía que «La Casa del Diablo» era mucho más que una leyenda del vecindario.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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