Lían, Marta, Edi, Sofía y Carlos eran amigos desde siempre. Vivían en un pequeño pueblo rodeado de montañas y bosques, un lugar donde las aventuras eran parte de su vida diaria. Un día, mientras exploraban una zona del bosque que nunca antes habían visitado, encontraron un sendero oculto entre la maleza. La curiosidad los llevó a seguirlo, sin imaginar que ese camino los llevaría a una ciudad abandonada.
El sendero era estrecho y serpenteante, y la vegetación parecía más densa a medida que avanzaban. Después de caminar durante lo que parecieron horas, llegaron a un claro y, más allá de él, vieron los primeros edificios de la ciudad. Las estructuras estaban en ruinas, con ventanas rotas y muros cubiertos de enredaderas. No había señales de vida, y una sensación de inquietud se apoderó de ellos.
—¿Dónde estamos? —preguntó Marta, ajustándose las gafas.
—Nunca había oído hablar de una ciudad aquí cerca —respondió Carlos, mirando alrededor con los ojos bien abiertos.
—Es como si hubiera sido olvidada por el tiempo —dijo Sofía, tocando suavemente una pared cubierta de musgo.
Lían, siempre el más valiente del grupo, decidió que debían explorar la ciudad.
—Vamos a investigar. Puede que encontremos algo interesante —dijo con determinación.
Los cinco amigos avanzaron con cautela, caminando por calles vacías y pasando junto a edificios derruidos. El silencio era casi absoluto, solo roto por el crujido ocasional de una rama bajo sus pies o el murmullo del viento entre las ruinas.
Llegaron a lo que parecía ser una plaza central, con una fuente en el medio. La fuente, aunque seca, todavía tenía una belleza triste, con estatuas de figuras que alguna vez habían derramado agua. Se sentaron en los bordes de la fuente, tratando de decidir qué hacer a continuación.
—Este lugar da escalofríos —dijo Edi, abrazándose a sí mismo—. ¿No creen que deberíamos volver?
—Tal vez deberíamos buscar algún tipo de pista sobre lo que pasó aquí —sugirió Marta—. No es normal encontrar una ciudad abandonada en medio del bosque.
Mientras discutían, una figura apareció en la distancia. Era un hombre viejo con una barba larga y desordenada, vestido con ropas andrajosas. Al acercarse, pudieron ver que sus ojos tenían una mirada perdida, como si estuviera atrapado en algún recuerdo distante.
—¿Quiénes son ustedes? —preguntó el hombre con voz áspera.
Lían dio un paso adelante, tratando de parecer valiente.
—Somos exploradores. Encontramos esta ciudad y queríamos saber más sobre ella. ¿Puedes decirnos qué pasó aquí?
El viejo hombre suspiró y se sentó en el borde de la fuente junto a ellos.
—Esta ciudad se llama Ciernavalle —comenzó—. Hace muchos años, era un lugar próspero y lleno de vida. Pero algo terrible sucedió. Una noche, una extraña niebla negra descendió sobre la ciudad. La gente empezó a desaparecer, y aquellos que se quedaron se volvieron… diferentes. La ciudad fue abandonada, y nadie se atrevió a volver.
Los amigos escuchaban con atención, sus corazones latiendo rápido.
—¿Qué causó la niebla? —preguntó Sofía, con los ojos muy abiertos.
—Nadie lo sabe con certeza —respondió el hombre—. Algunos dicen que fue una maldición, otros creen que algo malvado despertó en las profundidades del bosque. Lo único que sé es que desde entonces, la ciudad ha estado vacía, y la niebla nunca se ha ido del todo.
Lían miró a sus amigos y luego al hombre.
—¿Podemos ayudarte de alguna manera? —preguntó.
El viejo hombre sonrió tristemente.
—No sé si hay algo que puedan hacer, pero si tienen el valor, podrían intentar encontrar el origen de la niebla. Tal vez entonces, la ciudad pueda ser liberada de su maldición.
Decididos a ayudar, los cinco amigos se levantaron y se dirigieron hacia el centro de la ciudad, siguiendo las indicaciones del viejo. Mientras avanzaban, la niebla comenzó a espesarse, y la temperatura descendió. La luz del sol se volvió tenue, y todo adquirió un tono gris.
Después de caminar por lo que parecieron horas, llegaron a un edificio grande y oscuro. Era el ayuntamiento de la ciudad, y según el viejo, allí era donde todo había comenzado. Entraron con cautela, encontrándose con pasillos oscuros y habitaciones llenas de polvo y telarañas.
En el centro del edificio, encontraron una gran sala con una puerta de madera maciza al fondo. La puerta estaba cubierta de inscripciones extrañas y símbolos que brillaban con una luz azul.
—Debe ser aquí —dijo Marta, examinando los símbolos.
Edi, con su curiosidad habitual, intentó abrir la puerta, pero estaba cerrada con llave.
—Necesitamos encontrar la llave —dijo, frustrado.
Buscaron por toda la sala, revisando cajones y estantes. Finalmente, Sofía encontró una caja de metal escondida detrás de un mueble. La abrió y dentro encontró una llave antigua y oxidada.
—¡La encontré! —exclamó, mostrando la llave a sus amigos.
Usaron la llave para abrir la puerta, que se abrió con un chirrido espeluznante. Detrás de la puerta, había una escalera que descendía hacia la oscuridad. Bajaron con cuidado, iluminando el camino con las linternas que habían traído.
Al final de la escalera, encontraron una cámara subterránea. En el centro de la cámara, había un pedestal de piedra con un libro antiguo y una esfera de cristal que brillaba con una luz oscura.
—Este debe ser el origen de la niebla —dijo Lían, acercándose al pedestal.
Marta examinó el libro, que estaba escrito en un idioma que no podía entender. Sin embargo, una página tenía un dibujo que parecía indicar cómo detener la niebla. Necesitaban combinar cuatro elementos: tierra, agua, fuego y aire.
—Debemos encontrar esos elementos y traerlos aquí —dijo Marta.
Regresaron a la superficie y se dividieron en grupos para buscar los elementos. Lían y Marta fueron al bosque en busca de tierra, mientras que Edi y Sofía fueron al río en busca de agua. Carlos se quedó en la ciudad, buscando algo que pudiera representar el fuego y el aire.
Después de varias horas de búsqueda, Lían y Marta encontraron una roca especial en el bosque que parecía vibrar con energía. La llevaron de vuelta a la cámara subterránea. Edi y Sofía llenaron un frasco con agua del río, que brillaba con una luz azul. Carlos encontró una antorcha en una de las casas abandonadas y un viejo ventilador en el ayuntamiento.
De vuelta en la cámara subterránea, colocaron los elementos en el pedestal junto a la esfera de cristal. Marta recitó las palabras que había visto en el libro, y los elementos comenzaron a brillar intensamente.
La esfera de cristal se iluminó con una luz cegadora, y una explosión de energía llenó la cámara. La niebla negra comenzó a disiparse, y la ciudad pareció respirar de nuevo.
Los amigos regresaron a la superficie, donde el viejo los esperaba con una expresión de alivio.
—Lo lograron —dijo con una sonrisa—. Han liberado a Ciernavalle de su maldición. Gracias a ustedes, la ciudad puede volver a la vida.
Los cinco amigos se sintieron orgullosos de lo que habían logrado. Habían enfrentado sus miedos y trabajado juntos para salvar la ciudad.
Regresaron a su pueblo con una nueva historia para contar, una historia de valentía y amistad que nunca olvidarían. Ciernavalle, la ciudad abandonada, volvió a ser un lugar de esperanza y vida, gracias a cinco niños que no tuvieron miedo de enfrentarse a lo desconocido.
Y así, la leyenda de Lían, Marta, Edi, Sofía y Carlos se transmitió de generación en generación, recordando a todos que el verdadero valor y la amistad pueden superar cualquier oscuridad.
Y colorín colorado, este cuento de terror ha terminado.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.