En un pequeño pueblo, rodeado de densos bosques y montañas, vivía un niño llamado Grey. Tenía diez años, una curiosidad infinita y un amor enorme por las estrellas. Cada noche, desde el cobertizo del jardín de su casa, se acostaba en una manta y miraba hacia el cielo, dejando que su imaginación vagara por el espacio. Sin embargo, había una estrella, especialmente brillante, que siempre parecía mirarlo de vuelta.
Una noche, mientras observaba esa estrella, Grey notó algo extraño. Al principio, parecía que la estrella parpadeaba más de lo habitual, pero luego, se dio cuenta de que no solo parpadeaba, sino que también parecía moverse. Intrigado, se sentó derecho, con el corazón latiendo de emoción y un poco de miedo. “¿Qué puede ser eso?”, se preguntó.
Decidido a descubrir el misterio, Grey se levantó y, sin pensarlo dos veces, se adentró en el bosque. Las sombras de los árboles se alargaban a medida que avanzaba, y el susurro del viento parecía formar palabras. “No temas, sigue adelante”, parecían decirle. Después de caminar un rato, dejó atrás el pueblo y se adentró en una parte del bosque que nunca había explorado. Todo estaba oscuro y silencioso, salvo por el canto lejano de los búhos y el crujir de las ramas bajo sus pies.
De repente, en medio de su camino, Grey encontró un pequeño claro iluminado por la luz de la estrella. En el centro del claro había una especie de pedestal hecho de ramas entrelazadas. La estrella brillaba intensamente, y Grey se sintió atraído hacia ella. Cuando se acercó al pedestal, notó que había una inscripción tallada en la madera que decía: “Para aquellos que buscan la verdad entre las sombras, la estrella revelará su luz.”
Al tocar el pedestal, Grey sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Una luz brillante lo rodeó, y en un abrir y cerrar de ojos, se encontró en un lugar completamente diferente. Era un paisaje desolado, con árboles secos y un cielo naranja pálido. La estrella seguía en el cielo, pero ahora parecía más baja, como si lo estuviera llamando.
Mientras exploraba ese mundo nuevo, Grey se encontró con un peculiar personaje. Era un anciano llamado Elor, que parecía estar esperando por él. Tenía una larga barba blanca y una capa hecha de hojas secas. “Bienvenido, Grey”, dijo Elor con voz suave. “He estado observando tu búsqueda. Has llegado a un lugar donde el tiempo y el espacio se encuentran.”
“¿Dónde estoy? ¿Y por qué estoy aquí?” preguntó Grey, sintiéndose algo perdido.
“Has entrado a un reino intermedio, un abismo de tiempo y cansancio”, explicó Elor. “Aquí las estrellas no solo guían, sino que también pueden atrapar los deseos y los miedos de quienes las buscan. Muchos han intentado alcanzarlas, pero pocos vuelven a casa.”
Las palabras de Elor llenaron a Grey de inquietud. “¿Cómo puedo volver a casa?” inquirió, sintiendo que los latidos de su corazón se aceleraban.
“Debes enfrentar lo que más temes”, dijo Elor, con seriedad. “Luz y sombra están entrelazadas aquí. Si consigues deshacerte de tus miedos, la estrella te guiará de regreso.”
Grey asintió, aunque no estaba seguro de cuáles eran sus mayores temores. Recordó las noches en que soñaba con cosas oscuras, criaturas que lo observaban desde las sombras. Justo en ese momento, la estrella parpadeó intensamente, y una sombra emergió del bosque. Era un lobo enorme con ojos brillantes. Grey se detuvo, paralizado del miedo.
“Vamos, Grey, enfrenta el lobo”, animó Elor. “Claro que puede parecer aterrador, pero no es más que una proyección de tus propios temores.”
El lobo se acercó lentamente, sus ojos fijándose en Grey, pero en lugar de atacar, se quedó parado, mirándolo. El niño tomó aire y se dio cuenta de que, a pesar de su miedo, había algo que podía hacer. Se recordó a sí mismo que había enfrentado otras cosas antes, como los ruidos en su habitación o la oscuridad del sótano. “No tengo miedo de ti”, dijo, con la voz más firme que pudo encontrar.
Al pronunciar esas palabras, el lobo comenzó a desvanecerse, transformándose en una niebla ligera que se disipó en el aire. Grey sintió que su corazón se aligeraba y, por primera vez, se dio cuenta de que sus temores eran solo ilusiones. La estrella brilló aún más, iluminando el claro y haciendo que el paisaje se llenara de colores vibrantes.
“Has superado tu primer miedo”, dijo Elor, orgulloso. “Ahora, hay otro reto que debes enfrentar.”
Grey sintió curiosidad y un poco de temor. ¿Qué más habría por venir? En ese momento, una figura conocida apareció en el horizonte. Era su propio reflejo, pero distorsionado y oscuro. La versión de sí mismo de pie frente a él parecía burlarse y reír. “Eres sólo un niño, no puedes hacer nada. Siempre serás el mismo”, decía su reflejo.
Grey sintió una punzada de inseguridad. ¿Era verdad? ¿Siempre sería el mismo? “No soy solo un niño. Puedo cambiar, puedo aprender y crecer. No tienes poder sobre mí”, afirmó, con determinación. A medida que pronunciaba esas palabras, la figura comenzó a desvanecerse, dejando detrás un brillo dorado que iluminó el claro.
“¡Lo lograste!” exclamó Elor. “Estás liberándote de tus miedos.”
Con cada desafío que enfrentaba, la estrella en el cielo resplandecía cada vez más. Finalmente, Grey sintió que había superado todos sus temores y que ya no había nada que lo detuviera. “¿Ahora puedo regresar?”, preguntó a Elor.
“Sí, Grey. La estrella te guiará de vuelta. Recuerda, siempre que mires hacia arriba, encontrarás la luz, incluso en los momentos más oscuros”, respondió Elor, mientras el paisaje comenzaba a desvanecerse.
Con un último vistazo al mundo intermedio, Grey cerró los ojos y sintió cómo era arrastrado suavemente de regreso a su hogar. Cuando los abrió, se encontró nuevamente en su jardín, bajo la luz de la estrella brillante. Se sintió más fuerte, más valiente y, sobre todo, más seguro de sí mismo.
Desde ese día, Grey miraba las estrellas con una nueva perspectiva. Ya no les temía a las sombras ni a los espacios oscuros. Aprendió que los miedos eran parte de la vida, pero que también podía enfrentarlos y superarlos. La estrella en el cielo siempre fue una guía, recordándole la lección más valiosa de todas: para encontrar la luz en cualquier abismo, primero necesitas atreverte a buscarla.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.