Cuentos de Terror

La Noche que la Oscuridad se los Llevó

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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En un pequeño pueblo llamado Valle Oscuro, donde la niebla siempre parecía abrazar la tierra y las sombras se alargaban al caer el sol, vivían cuatro amigos inseparables: Daniel, Miguel, Danna y Pablo. Se conocían desde la infancia y se pasaban las tardes jugando en la plaza del pueblo, explorando el bosque cercano y compartiendo historias. Sin embargo, había un lugar en el bosque que todos evitaban: la Cueva de la Bruja.

Se decía que una antigua bruja habitaba allí, una criatura que había hecho un trato con la oscuridad y que ahora buscaba nuevas almas que llevarse. Los relatos sobre ella eran aterradores, llenos de descripciones de sus ojos brillantes como carbones encendidos y su risa escalofriante que resonaba entre los árboles. Pero, como sucede con muchas historias de terror, había quienes creían que todo era solo un mito inventado para asustar a los niños y mantenerlos alejados de la cueva.

Una tarde, mientras el sol se ocultaba tras las montañas y la luz comenzaba a desvanecerse, los cuatro amigos decidieron que era el momento perfecto para demostrar que no tenían miedo de la famosa cueva.

—Vamos a explorar la Cueva de la Bruja —dijo Daniel con un brillo de desafío en sus ojos—. ¿No creen que ya es hora de que descubramos la verdad?

Miguel, que siempre había sido el más cauteloso del grupo, dudó un momento.

—No sé, chicos. Escuché que la bruja ha atrapado a varios niños que entraron allí. Tal vez deberíamos pensarlo mejor.

Danna, con su espíritu aventurero, le sonrió.

—Vamos, Miguel. Si somos valientes y entramos todos juntos, seguro que estaremos a salvo. Además, podemos comprobar que todo esto son solo historias.

Pablo, el más travieso del grupo, añadió con una risita:

—¿Tienes miedo, Miguel? Te prometo que si encontramos a la bruja, le preguntarás por qué nunca nos ha hecho nada.

Finalmente, tras mucho discutir y un par de bromas entre risas, decidieron que sí, entrarían a la cueva. Armados con linternas y un par de bocadillos para el camino, se dirigieron al bosque. Mientras caminaban, las sombras parecían moverse alrededor de ellos, y el viento susurraba secretos en sus oídos.

Al llegar a la entrada de la cueva, se encontraron con un gran arco de piedra cubierto de hiedra y musgo. La puerta de la oscuridad se presentaba imponente, y un frío extraño se deslizaba por la columna vertebral de cada niño.

—¿Estás listo, Miguel? —preguntó Danna, tratando de alentar a su amigo.

Con un giro de nariz y un suspiro resignado, Miguel contestó:

—Sí, estoy listo. Vamos.

Los cuatro amigos, con el corazón latiendo al unísono y una mezcla de emoción y miedo, cruzaron el umbral de la cueva. La oscuridad los envolvió de inmediato, y el ligero resplandor de sus linternas apenas hacía mella en la negrura que parecía devorar todo a su alrededor.

Tras caminar unos minutos, llegaron a una amplia sala en el interior. Las paredes de la cueva estaban cubiertas de extrañas formaciones de roca que parecían susurrar historias olvidadas. Las risas y gritos de sus juegos se apagaron al instante, y un profundo silencio se apoderó de ellos.

—Esto es un poco… escalofriante —murmuró Miguel, notando como la temperatura había bajado drásticamente.

—¡Mira esto! —exclamó Danna, apuntando con su linterna hacia un rincón de la cueva. Allí, sobre una piedra, había un viejo libro de aspecto polvoriento. Miguel se acercó, y al abrirlo, se encontró con dibujos de criaturas extrañas y hechizos dibujados con una caligrafía antigua.

—¿Qué dice? —preguntó Daniel, mirando por encima del hombro de Miguel.

—Parece ser un libro de hechizos —respondió Miguel—. ¡Miren, aquí habla de la bruja!

Los ojos de los tres amigos brillaron de curiosidad mientras leían en voz alta los pasajes del libro. Hablaba de rituales oscuros y de almas perdidas, pero también había historias sobre cómo la bruja, una vez, había sido buena y había protegido a los habitantes del pueblo de peligros inminentes. Sin embargo, tras una gran traición, cayó en la oscuridad y juró venganza contra todos.

De repente, un viento helado se coló por la cueva, apagando sus linternas en un instante. Las llamas parpadeantes se extinguieron, dejándolos en una oscuridad total.

—¡Vamos, encender nuestras linternas otra vez! —gritó Danna, con un hilo de pánico en su voz.

Desesperadamente intentaron reencender las linternas, pero no importaba cuánto lo intentaran, no había luz. En ese momento, un sonido extraño resonó en la cueva, como un crujido profundo, y luego, un susurro que parecía venir de todas direcciones.

—¿Qué han hecho? —decía la voz, un eco de risa siniestra—. No deberían estar aquí.

Los niños se miraron, aterrorizados. Era la bruja, estaba allí, en la oscuridad que los rodeaba. De repente, un par de ojos brillantes como dos faros se encendieron en la negrura, y una figura emergió lentamente, sus contornos se dibujaron en la penumbra.

Era la Bruja, con su largo cabello negro desaliñado y una vestimenta que parecía hecha de sombras. Sus labios se curvaron en una sonrisa maliciosa.

—He estado esperándolos. —La voz de la bruja sonaba profunda y resonante—. Al fin, los jóvenes intrépidos se han adentrado en mi hogar.

—¡Salgamos de aquí! —gritó Pablo, y él y sus amigos comenzaron a retroceder, pero una salida oscura se había formado detrás de ellos, como si la cueva hubiera cerrado sus puertas.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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